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SECRETOS DULCES

—¿Compromiso? —se jactó el señor Riva, observando a Gustave con incrédulo desdén—. Qué gran tontería. Esa mujer a tu lado, tu supuesta “prometida”, es en realidad mi... 

—¡Deténgase! —lo interrumpí, antes de que le revelará a Gustave nuestra verdadera relación—. Por favor, no diga nada. Se lo ruego. 

Mi esposo me lanzó una mirada incomprensiva, con un trasfondo de creciente molestia. Los ojos de Gustave también cayeron sobre mí con curiosidad. Pero sin decir nada más, yo tomé la mano de Gustave, al tiempo que me dirigía a mi esposo. 

—Hablemos en otro momento, señor Riva. Lo que debamos aclarar, que no sea esta noche. Por favor.

Dicho esto, tiré de Gustave a interior del auto, y yo entré con él sin mirar atrás. Mirándome de reojo, se puso en marcha fuera de esa mansión. Por el espejo retrovisor, vi la figura del señor Riva hacerse más y más pequeña conforme nosotros nos alejábamos. Muy en mi interior, me sentí feliz por volver a verlo, y deseé que sucediera de nuevo. 

Quizás por ello, cuando llegamos a mi residencia, salí del coche y encaré a Gustave. 

—¿Por qué dijiste que éramos prometidos? 

Él se aproximó a mí y dulcemente me colocó el rubio cabello sobre un hombro, a la vez que decía: 

—¿Me equivoqué? Caramel, tú y yo estamos prometidos desde la infancia. Con tu supuesta muerte, ese compromiso se rompió. Pero ahora, ahora que has vuelto... 

Retrocedí un poco, dándome cuenta qué quería decir. 

—Ahora que estoy viva, mi compromiso contigo... ¿se ha reanudado? 

Él me acarició los labios con un dedo, mirándome como si yo ya fuese suya. 

—Es lo que todos esperan de nosotros, lo que todos dicen... —murmuró inclinándose hacia mí—. Muy pronto, yo heredare los bancos de mi familia y sus propiedades, y tú ya eres una heredera millonaria.  

Miré sus castaños ojos, aun incrédula. 

—Caramel, a tus 21 años, eres dueña de una inmensa fortuna. Y necesitas un marido a tu lado, una chica no puede administrar tanto dinero, ¿no crees? Necesitas en quién apoyarte, después de todo, una mujer no puede ocuparse de tales asuntos. 

Me sonrió, como si me estuviese dando consuelo. Pero en medio de toda mi incredulidad, vi lo confiado que se sentía. Para todo mundo, para la época, él tenía razón: una mujer no estaba calificada para administrar su propia fortuna, y debía tener a un marido para que se ocupara de todo eso por ella. 

Gustave creía que él iba a ser mi marido, y que yo accedería de inmediato. Sin embargo, eso era imposible por muchas razones. 

La primera: yo ya estaba casada. 

—Gustave, es tarde. Hablemos después. 

Le sonreí con aparente calma, y antes de que pudiera detenerme, entré corriendo a mi residencia. Cerré la pesada puerta de madera y corrí el seguro, luego me recosté de espaldas en ella. 

Cerré los ojos un momento, respirando agitadamente. Permanecí así un eterno instante, pensando en todo lo acontecido durante esa noche. Hasta que, una suave voz me hizo abrir los ojos. 

—Señorita Campbell, volvió temprano. ¿No le gustó la fiesta del senador? 

La miré a través de mis pestañas. Era una chica más o menos de mi edad, delgada y de cabellos oscuros. Y me miraba con preocupación. 

—Kary... 

Mis ojos se trasladaron hacía el pequeño bulto en sus brazos. Envuelto en una sábana azul cielo, había un bebé. Un pequeño niño de pocos meses. Sin pensarlo dejé la puerta y me acerqué a ella. Solo para tomar al bebé de sus brazos. 

Cuando lo tuve contra mi pecho, de inmediato me sentí mejor, más tranquila y en paz. 

—Hola, pequeño. ¿Me extrañaste como yo a ti? 

El bebé en mis brazos se removió entre sueños, pero no abrió sus diminutos parpados. Solo siguió durmiendo, como siempre. De solo verlo, me sentí mejor, profundamente aliviada y completa

—Nunca nos habíamos separado por tanto tiempo... —murmuré suavemente, mirando ese tierno y pequeño rostro dormido. 

Kary soltó una pequeña risita. 

—Señorita, solo se fue un par de horas. Y él apenas lo notó. 

Sonreí y tomé una de sus pequeñas manos con uno de mis dedos. Era lo más cálido que había tocado en mi vida, lo más suave y dulce. 

—Yo sí lo noté. Mis brazos se sentían tan extraños sin él en ellos. 

Kary, la niñera, acarició la cabeza del bebé, antes de soltar un profundo suspiro. 

—Señorita Dulce, ¿qué haremos después? —me preguntó con cierta preocupación, quitándome el abrigo—. Por ahora, nadie nota que hay un bebé en esta mansión, pero es solo porque apenas tiene 1 mes de nacido. Pero crecerá, y rápido. 

Con extremo cuidado, besé la pequeña frente de mi hijo, y aspiré su agradable aroma de recién nacido. Ese pequeño niño en mis brazos era la segunda razón por la que yo no podía estar comprometida con Gustave: yo ya tenía un hijo, no era una señorita. 

Tenía un esposo, y un hijo suyo. 

Había dado a luz en el extranjero, pero había regresado a Londres con él. Ese bebé era lo que había dentro de la canasta, lo que había pedido esconder de Gustave. Y ahora, de mi propio esposo.

—Si se enteran del bebé, todos sabrán que la señorita Campbell, la heredera más famosa de Londres, tiene un hijo secreto.

Cuidando no despertarlo, tomé asiento y comencé a mecerlo sutilmente, mirándolo dormir. A pesar de ser tan pequeño, ya tenía una abundante cantidad de oscuro cabello suave creciendo en su diminuta cabeza.

—¿Qué dirán entonces de usted? Nadie sabe que ya está casada, y menos con quién. ¿Qué escandalo surgirá cuando sepan que tiene un hijo, cuando todos creen que aún es soltera? 

Suspiré arrullándolo en mis brazos. Luego dije:

—Esta noche vi a mi esposo.

La niñera de mi hijo abrió mucho los ojos.

—¿Se refiere al señor Riva? Si lo vio, debió decirle sobre el niño.

Negué rotundamente, mirándola con firmeza.

—¿Cómo podría? Después de cómo terminó todo entre nosotros hace un año, él no confía en mí. Y yo...

Tragué fuerte y volví a mirar a mi hijo. Sonreí levemente.

—Yo aun lo amo, igual que antes, más que antes. Me di cuenta de que sigo enamorada de él, muy enamorada, pero...

—Debió arreglar su matrimonio, señorita Campbell. De esa forma, daría igual que todo mundo supiera sobre su hijo...

Negué mirándola de nuevo. Por esa noche, ya tenía suficiente. 

—Kary, basta por hoy. Iré a dormir, mañana hablamos. 

Y devolviendo toda mi atención a mi pequeño, la dejé en el vestíbulo. Subí las escaleras y entré a mi habitación. Ignoré la cuna y fui directo a mi cama. Recosté a mi bebé en ella, y lo abracé con mucho cuidado. 

—Te eché de menos, mi pequeño. 

Nunca imaginé que tendría un hijo, no soñaba con ello. Pero, después de dejar a mi esposo e irme al extranjero, supe que estaba embarazada. Al principio no sentí emoción, solo angustia por lo que todo mundo diría de mí: una dama de clase, heredera y supuestamente soltera, ¿siendo madre? 

Escondí el rostro en la cobija celeste de mi bebé y me hice un ovillo a su lado. 

—Esta noche vi... a papá —no pude evitar sonreír con nostalgia—. Sigue siendo el mismo hombre atractivo que recuerdo, ojalá pudiera decirle que existes... 

Mi sonrisa se hizo pequeña, recordando todo lo que habíamos discutido esa noche, a pesar de que nos acabábamos de reencontrar después de casi 1 año sin vernos. 

—Pero, él sigue molestó conmigo. Primero debemos resolver nuestras propias indiferencias, nuestros problemas... 

Mi sonrisa terminó por desaparecer. Para Rafael, yo aún era la mentirosa que le había engañado sobre quién era realmente. Y para mí, él seguía siendo el hombre que me había dado la espalda, solo por quién era mi padre. Saber que un año no había cambiado nada entre él y yo, me hizo entristecer. 

Aun así, permanecí largo rato observando dormir a mi bebé, mirando su pequeño pecho subir y bajar con cada leve respiración, observando sus rosados labios entreabrirse de vez en cuando...  

Atenta a cada latido, a cada pequeño movimiento que hacía entre sueños, sonreí de nuevo. 

Él era mi dulce secreto en una sociedad prejuiciosa, donde muchas mujeres ricas y solteras se deshacían de sus hijos o los mandaban lejos de ellas al nacer, a fin de que nadie supiera de ellos y clase alta no las juzgara. Pero, yo no podía alejarme de mi bebé. ¿Cómo podría si lo amaba más de lo que me amaba a mí? 

Lo adoraba como jamás creí adorar a nadie. Apenas podía creer que yo pudiera amar incondicionalmente a un pequeño como él, alguien a quien apenas llevaba un mes de conocer en persona. Durante 9 meses, habíamos tenido una relación a distancia, pero ahora que lo veía todos los días, imaginarme lejos de él era inconcebible. 

Absolutamente imposible.  

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