Aunque la erección de Mikhail había delatado su excitación, Anna empezó a reír sin gracia alguna mientras se levantaba de la cama.—Debí suponerlo, no haces nada sin esperar algo a cambio, ¿verdad? Lo mismo hiciste antes de saber que Lucas era tu hijo —soltó con decepción. Comenzó a bajar poco a poco el pantalón de su pijama y la blusa, quedando únicamente con las pequeñas bragas de algodón color azul cielo.—Anna…Lo interrumpió ella. —No expliques nada, me rendí, Mikhail.Él respiró profundamente y, aunque quiso decirle que se le habían quitado las ganas, decidió que no le daría el gusto.Anna notó que él la miraba como un perro observa un filete jugoso. Estaba babeando por tener su cuerpo.Anna acercó su cuerpo desnudo a la cama. Él no podía retirar la vista de su figura ni por un segundo.—¿Te satisface tenerme cuando lo ordenas? —le preguntó ella con mucho enojo.—Sí, carajo, no creas que me vas a hacer sentir un mal hombre con esto, no lo vas a lograr —gritó él, desafiante.—
La pasión acabó con todo raciocinio y, cuando el placer se arremolinaba en el interior de ambos, el orgasmo los hizo gemir sin tapujos.Anna se encerró en el baño, sintiendo cómo su corazón latía con rabia y vergüenza. Cerró la puerta con un golpe seco, casi desesperada, y caminó hacia la ducha, con la respiración acelerada, traicionando la tormenta que la devoraba por dentro.Abrió el grifo con fuerza, dejando que el agua helada cayera sobre su cuerpo, como si la punzada del frío pudiera apagar el fuego que la consumía.Se dejó caer al suelo y se abrazó las piernas con los ojos cerrados mientras el agua corría por su piel.Sus lágrimas se mezclaban con las gotas, pero no era suficiente. Con manos temblorosas, comenzó a frotarse la piel con una rudeza innecesaria, casi lastimándose, como si quisiera borrar cada rastro, cada huella que Mikhail había dejado en ella. Cada toque, cada susurro, todo lo que había compartido con él... Ahora todo ello se sentía como una marca imborrable que
El lujoso salón principal de la mansión Petrova brillaba con la luz de la tarde, mientras Olga Petrova, rodeada de sus amigas más cercanas, compartía una elegante merienda. Las tazas de porcelana fina descansaban sobre platillos de plata, y el aroma del té se mezclaba con el dulce perfume de las galletas recién horneadas. El ambiente, a simple vista, era de calma y sofisticación, pero bajo la superficie, las miradas críticas cortaban como cuchillas.—Olga, amiga, ¿cómo es que Mikhail tuvo un hijo con otra mujer? —preguntó una de las amigas, fingiendo inocencia, pero con una sonrisa maliciosa en los labios—. ¿Es cierto que le fue infiel a su prometida con una enfermera hace años?Las únicas personas que podían llamarla por su nombre de pila eran estas mujeres y su hijo. Pero la mención de ese rumor hizo que los dedos de Olga temblaran ligeramente sobre la taza, aunque su sonrisa no vaciló.—Mi hijo nunca se metería con una enfermera —mintió sin pestañear, aunque el temor de que la ver
El rostro de Mikhail se puso pálido, y por un instante, el mundo entero dejó de girar. De no estar en la silla de ruedas, habría caído por el impacto.—Por eso quise alejarla de ti, sabía que la amabas. Cuando descubrí esto, ya habían pasado muchas cosas entre ustedes. Anna es hija de tu padre y su amante, esa que me hizo sufrir durante años.—¡Eso es mentira! ¡Esta es otra de tus mentiras! ¡Anna, no puede ser mi hermana! Y si lo es, ¿cómo es que no lo sabe? —gritó Mikhail, descontrolado, moviendo la cabeza de un lado a otro, mientras el dolor lo consumía.Sentía un calor invadiéndolo por dentro, tan intenso que apenas podía respirar.—No te miento. Lo es, mi amor. Te juro que te estoy diciendo la verdad. No sé las razones de su madre para haberle ocultado esto, pero supongo que sentía vergüenza de decirle a su hija que era hija de un hombre casado —insistió Olga, intentando tocar sus manos nuevamente.Pero Mikhail la apartó, lleno de rabia.—¿Cuánto más me quieres ver sufrir? Estoy c
Mikhail hervía por dentro; los celos le ardían como brasas incandescentes. Cada gesto de Iván, cómodamente sentado en su sofá, con las piernas cruzadas y esa sonrisa ladeada que parecía burlarse de él, le asestaba un golpe directo al pecho. Ver esa arrogancia, como si Iván ya hubiera ganado una batalla que Mikhail ni siquiera había comenzado, lo consumía de rabia.Hubiera querido pasar las ruedas de su silla sobre los pies de su rival, pero con un esfuerzo casi sobrehumano, se tragó el impulso, obligándose a mantener una calma tensa.—Anna, ¿me permites un momento a solas? —le pidió, con la mandíbula apretada.Anna soltó un largo suspiro, cansada, lanzándole a Mikhail una mirada cargada de reproche.—Iván, discúlpame una vez más. Vuelvo enseguida —dijo, y la sonrisa autosuficiente de Iván no desapareció ni un segundo mientras la veía levantarse.Mikhail apenas pudo contenerse hasta llegar al pasillo.—¿Sabes cuánto me molesta la presencia de ese tipejo, y aun así lo invitaste? —gruñó.
—Papá, tienes que venir conmigo —dijo Lucas con la voz quebrada—. Creo que Lía está mal.Mikhail lo miró, notando la preocupación en los ojos de su pequeño, pero mantuvo la calma. Se inclinó hacia él y le acarició el cabello con ternura.—Tranquilo, hijo. No debemos alarmarnos hasta saber qué está pasando. Vamos a verla.Ambos se dirigieron rápidamente hacia la cocina, donde la pequeña perrita yacía en el suelo. Estaba decaída, con un rastro de comida que había devuelto a su alrededor.Lucas, al notar que Mikhail no podía agacharse aunque quería, se arrodilló y levantó a Lía con sus pequeñas manos, colocándola en el regazo de su padre.—¿Lo ves, papá? —su voz tembló aún más—. Tenemos que llevarla al doctor, como hacen conmigo cuando me enfermo.Mikhail suspiró, sintiendo el peso de la preocupación. No quería que su hijo viera a su mascota en ese estado.—Sí, mi amor —respondió con suavidad—. Llamaré al veterinario. No te preocupes, Lía se va a poner bien.Pero Lucas no pudo contener l
Durante el trayecto de regreso a casa, Anna permanecía en silencio, perdida en sus pensamientos. El auto avanzaba por las calles grises mientras las palabras de Olga resonaban una y otra vez en su mente: "Esté bien o mal lo que elijan, lo aceptaré". Algo había cambiado, algo profundo, pero ella no lograba descifrar qué. ¿Por qué de repente Mikhail y su madre se mostraban tan arrepentidos? A pesar de todo, había algo que no cuadraba. No entendía a qué se refería Olga, pero agradecía haber salido de aquel lugar cuanto antes. No le agradaba el ambiente allí; sentía que se asfixiaba, y no era simplemente por el lujo. Mikhail, con Lucas dormido en su regazo, la observaba. Quería meterse en su cabeza para saber qué tantas cosas pasaban por su mente. Anhelaba acabar con los secretos y confesarle por qué se había comportado como un patán, pero al mismo tiempo temía que aquel invento de su madre alejara aún más a Anna, y eso lo paralizaba. ¿Cómo explicarle que su crueldad no había sido
—Ahora solo tengo que llamar a Tatiana para que venga a ocuparse de Lucas —dijo Anna, intentando restarle importancia a la situación.—Eso ya está arreglado. Ella viene en camino —respondió Mikhail con calma.Anna asintió, pensativa. —Qué bueno, porque necesito salir a comprar algunas cosas. La ropa que traje no está apta. Espero que la hermana de Iván me envíe rápido mis pertenencias desde Nueva York. ¿Habrá entregado el departamento? —hablaba sin darse cuenta de qué estaba pensando en voz alta.Mikhail, se quedó observándola. —No te preocupes. Apenas llegue Tatiana, nos vamos de compras. Yo te acompaño.Anna abrió los ojos de más y agitó las manos con impaciencia. —No, no es necesario. Puedo ir sola— se negó avergonzada.Tatiana llegó pocos minutos después. Al verla, Lucas corrió emocionado hacia ella, abrazándola con la alegría infantil que solo él sabía transmitir. —¡Tía Tatiana! Quiero que conozcas a Lía —exclamó el niño, con los ojos brillando de emoción.Tatiana sonrió y