—Papá, tienes que venir conmigo —dijo Lucas con la voz quebrada—. Creo que Lía está mal.Mikhail lo miró, notando la preocupación en los ojos de su pequeño, pero mantuvo la calma. Se inclinó hacia él y le acarició el cabello con ternura.—Tranquilo, hijo. No debemos alarmarnos hasta saber qué está pasando. Vamos a verla.Ambos se dirigieron rápidamente hacia la cocina, donde la pequeña perrita yacía en el suelo. Estaba decaída, con un rastro de comida que había devuelto a su alrededor.Lucas, al notar que Mikhail no podía agacharse aunque quería, se arrodilló y levantó a Lía con sus pequeñas manos, colocándola en el regazo de su padre.—¿Lo ves, papá? —su voz tembló aún más—. Tenemos que llevarla al doctor, como hacen conmigo cuando me enfermo.Mikhail suspiró, sintiendo el peso de la preocupación. No quería que su hijo viera a su mascota en ese estado.—Sí, mi amor —respondió con suavidad—. Llamaré al veterinario. No te preocupes, Lía se va a poner bien.Pero Lucas no pudo contener l
Durante el trayecto de regreso a casa, Anna permanecía en silencio, perdida en sus pensamientos. El auto avanzaba por las calles grises mientras las palabras de Olga resonaban una y otra vez en su mente: "Esté bien o mal lo que elijan, lo aceptaré". Algo había cambiado, algo profundo, pero ella no lograba descifrar qué. ¿Por qué de repente Mikhail y su madre se mostraban tan arrepentidos? A pesar de todo, había algo que no cuadraba. No entendía a qué se refería Olga, pero agradecía haber salido de aquel lugar cuanto antes. No le agradaba el ambiente allí; sentía que se asfixiaba, y no era simplemente por el lujo. Mikhail, con Lucas dormido en su regazo, la observaba. Quería meterse en su cabeza para saber qué tantas cosas pasaban por su mente. Anhelaba acabar con los secretos y confesarle por qué se había comportado como un patán, pero al mismo tiempo temía que aquel invento de su madre alejara aún más a Anna, y eso lo paralizaba. ¿Cómo explicarle que su crueldad no había sido
—Ahora solo tengo que llamar a Tatiana para que venga a ocuparse de Lucas —dijo Anna, intentando restarle importancia a la situación.—Eso ya está arreglado. Ella viene en camino —respondió Mikhail con calma.Anna asintió, pensativa. —Qué bueno, porque necesito salir a comprar algunas cosas. La ropa que traje no está apta. Espero que la hermana de Iván me envíe rápido mis pertenencias desde Nueva York. ¿Habrá entregado el departamento? —hablaba sin darse cuenta de qué estaba pensando en voz alta.Mikhail, se quedó observándola. —No te preocupes. Apenas llegue Tatiana, nos vamos de compras. Yo te acompaño.Anna abrió los ojos de más y agitó las manos con impaciencia. —No, no es necesario. Puedo ir sola— se negó avergonzada.Tatiana llegó pocos minutos después. Al verla, Lucas corrió emocionado hacia ella, abrazándola con la alegría infantil que solo él sabía transmitir. —¡Tía Tatiana! Quiero que conozcas a Lía —exclamó el niño, con los ojos brillando de emoción.Tatiana sonrió y
Mikhail y Anna se dirigieron al hospital para que Anna pudiera firmar su contrato como doctora de manera oficial. Ella estaba feliz, pero su entusiasmo se veía empañado por el hecho de que tendría que encontrarse con María en ese lugar. Sin embargo, sabía que debía aprender a manejar esa situación si quería volver a trabajar en lo que le apasiona y, más importante aún, recuperar la motivación necesaria para salir adelante por ella y por su querido hijo.Al llegar al hospital, Mikhail pidió a su personal que no los interrumpieran. Entraron en su despacho privado, y él le entregó a Anna el contrato para que lo leyera, lo revisara y, si era necesario, discutieran las cláusulas. Anna tomó el contrato en sus manos y comenzó a revisarlo detenidamente. Entonces, lo miró directamente a los ojos, esforzándose por no dejarse llevar por esa mirada verde que la sumergía en el abismo y amenazaba con devorarla.—Muchas gracias por esta oportunidad, Mikhail. En serio, significa mucho para mí —dij
María se reclinó en su silla tras la última consulta del día, suspirando pesadamente, mientras el eco de su agotamiento llenaba el consultorio. Su teléfono vibró sobre la mesa, sacándola de su momentánea paz. Era su hermano.—¿Qué demonios te pasa, María? —su voz rugía al otro lado de la línea—. ¿Cómo es posible que hayas gastado una fortuna en ese maldito espejo de la antigüedad griega? ¡Es una locura!—¡Siempre intentas manejarme! —gritó María, sus ojos brillando de furia—. ¡Es mi dinero! ¡Hago lo que quiero con él!—Si no te manejo, estaríamos en quiebra —replicó su hermano, sin titubear—. Últimamente, estamos teniendo menos ingresos. La clínica ha perdido el cincuenta por ciento de los pacientes, y muchos se han quejado de lo insoportable que eres. Quiero que te cases con mi amigo, es lo más sensato.María apretó la mandíbula, sus nudillos se tornaron blancos mientras sostenía el teléfono con fuerza.—¡No! —rugió, furiosa—. Déjame en paz. Solo me casaré con Mikhail.Un silencio t
María detuvo en seco sus pasos cuando al doblar la esquina de un pasillo, vio a Mikhail avanzando con su silla de ruedas, con Anna cómodamente sentada sobre sus piernas. El impacto la golpeó como una bofetada. Su respiración se tornó pesada, sus facciones se contrajeron en una mueca de puro desprecio, mientras sus puños se cerraban con tal fuerza que sus uñas se clavaron en las palmas. No podía soportarlo.—Entonces es cierto... —murmuró con amargura, a la vez que el odio y la envidia luchaban en su interior. Anna había logrado lo que ella no pudo en años. Apretó los dientes mientras recordaba su reciente conversación con la señora Petrova.**Flashback**María nadaba en la piscina del club deportivo donde era un miembro VIP, moviéndose con la gracia de alguien que busca olvidar el estrés. Al salir de la piscina, se dirigió a su tumbona, donde después de secarse, lo primero que hizo fue tomar su teléfono. Y al encender la pantalla, vio que tenía una llamada perdida.—Hasta que se
En el trayecto a la villa, Mikhail, con una sonrisa astuta en los labios, intentaba tocar el brazo de Anna, quien, con expresión seria, se pegaba más y más a la ventanilla de la camioneta, alejándose justo lo suficiente para que él no pudiera alcanzarla. Mikhail, atrapado en su silla de ruedas, la observaba con diversión.—¿Estás enojada? —preguntó él, con media sonrisa en los labios que a Anna tanto le irritaba.—No tendría por qué estarlo —respondió ella, con los dientes apretados, sin dignarse a mirarlo. Mikhail rompió a reír, sus carcajadas resonando en el interior del vehículo.—Me gusta verte así —dijo con descaro, mientras le daba una palmada a sus piernas—. Ven, acércate.Anna negó con la cabeza rápidamente, sin mirarlo.—Pídele a María, a ella le encanta usarte como asiento —contestó, con una sonrisa cargada de celos. Las carcajadas de Mikhail se hicieron aún más fuertes, provocando que el conductor echara un vistazo por el retrovisor, algo desconcertado por la felicidad d
Mientras Sergei se desinfectaba la herida en la frente, en la privacidad de su habitación, Mikhail lo observaba desde atrás, con una sonrisa juguetona en los labios. La risa contenida de Mikhail llenaba el aire de una tensión que Sergei no pudo ignorar. Girándose bruscamente, lo fulminó con la mirada.—Ahora pareces un hombre divertido —le reprochó Sergei con evidente sarcasmo.Mikhail soltó una carcajada, sacudiendo la cabeza como si fuera un niño burlón.—Es que te juro que nunca te había visto tan enojado —respondió entre risas, disfrutando visiblemente del espectáculo.Sergei apretó los dientes, su ceño fruncido mostraba la furia latente.—No le veo nada gracioso a esto. Estás feliz porque es la mejor amiga de tu mujer y, como quieres congraciarte, celebras todo lo que hace —espetó, casi escupiendo las palabras.Mikhail, divertido, rodó su silla hacia él, aún con el eco de la risa en sus ojos.—Ahora dime, ¿quién es el amargado aquí, tú o yo? —bromeó Mikhail, encogiéndose de hombr