En su estado de ebriedad, Anna movió el rostro, y sus labios rozaron los de Mikhail. Por un segundo, ella abrió los ojos. —Amo a Mikhail —murmuró, como si respondiera a la pregunta que él le había hecho. Sin embargo, fue solo casualidad, porque al instante después empezó a roncar como un camionero cansado, lo que hizo que Mikhail riera mientras le acomodaba unos mechones tras la oreja. —Vale la pena el dolor si al final recibo recompensas como estas —murmuró, mirándola con amor.Por su parte, Tatiana se recostó en su cama, riéndose sola, sintiendo que todo daba vueltas a su alrededor. Pensaba en lo agradable que había sido el rato compartido con Anna y el alcohol. Ambas necesitaban ese momento de relajación para olvidar todos los malos momentos que habían pasado. Era la primera vez que Tatiana se sentía libre y feliz desde que la habían despedido del hospital. Sin embargo, algo vino a su mente en ese momento de aturdimiento, después de reír un buen rato a solas.Recordó al amigo de
Anna abrió los ojos lentamente, acariciándose la sien con suavidad, sintiendo los estragos de la resaca. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había bebido tanto, como lo hizo anoche con Tatiana. No sabía cómo había llegado a la cama o siquiera cómo se había cambiado para dormir. Incrédula, dejó que la realidad la golpeara: su enojo con Mikhail la había desestabilizado tanto que hasta se había olvidado de Lucas. Con el corazón acelerado, se sentó de golpe en la cama. Sus ojos recorrieron la habitación vacía buscando a su pequeño. Antes de que pudiera poner los pies sobre la suave alfombra, la puerta se abrió lentamente, y por ella entró Mikhail, con una bandeja sobre sus piernas, mientras Lucas caminaba alegremente a su lado, sonriendo con entusiasmo. Verlos así, tan cómplices, tan perfectos juntos, le llenó el corazón de una calidez que no podía esconder. A pesar de todo, una sonrisa apareció en sus labios.—¡Buenos días, mamá! —exclamó Lucas, corriendo hacia ella y lle
Anna subió al ascensor que llevaba desde la cafetería hasta su consultorio, pero su mente aún estaba atrapada en la discusión con María. El mal sabor de boca no era solo por el café derramado en su bata, sino por las palabras envenenadas de aquella mujer que parecía disfrutar arruinando cualquier posibilidad de paz en su vida. Al llegar frente al escritorio de Irina, la joven asistente la recibió con una sonrisa profesional.—Irina, por favor, contacta al paciente y confirma su cita —pidió mientras se dirigía a la puerta de su consultorio.Justo cuando su mano tocaba el pomo, Irina jadeó, notando las manchas en la bata blanca de Anna.—Doctora, ¿qué le pasó? —inquirió, con sorpresa y preocupación.Anna soltó un suspiro, con su paciencia agotada, y sin ganas de hablar sobre el incómodo encuentro.—Nada, solo un accidente —respondió con tono seco.El recuerdo de María vertiéndole el café caliente encima la golpeaba como un martillazo. Y más que el dolor físico, la frase que le había dic
Mikhail colgó el teléfono después de pedirle a Sergei una crema para quemaduras. La rabia aún burbujeaba bajo su piel, pero cuando vio a Anna sentada frente a su peinadora, peinándose tranquila, el enojo dio paso a una preocupación profunda. Condujo su silla hasta ella con la crema en la mano.—Arderá un poco, pero te sentirá mejor, te lo prometo mi amor—dijo suavemente, mientras le aplicaba la crema con las yemas de sus dedos en la piel lastimada—. Tal vez deberíamos dejar los planes para otro día. No quiero que te sientas incómoda.Anna lo observó a través del espejo, viendo esa mezcla de culpa y preocupación que estaba viendo últimamente con frecuencia en él. Sonrió de lado, mientras negaba con la cabeza, tratando de suavizar el ambiente tenso.—Me invitaste a pasear —replicó—. No lo vamos a posponer por algo tan insignificante. Estoy bien.Él finalizó y ella estaba agradecida por la frescura que aliviaba el ardor. Mikhail seguía mirándola, impresionado por la fuerza con la que si
Anna sonrió con los labios cerrados, mordiéndose la esquina de la boca. Sentía su respiración entrecortada por la expectación, y en su mente imaginaba mil escenarios posibles. No podía ver nada, pero escuchaba cada pequeño sonido, desde el crujir de la gravilla bajo las ruedas de la silla de Mikhail hasta el susurro del viento en el aire.Mikhail la abrazó con más firmeza, levantándola de su regazo con una delicadeza reverente, como si estuviera sosteniendo lo más precioso en su vida.—No te quites el pañuelo aún—murmuró con emoción contenida—ya casi estamos.—¿Puedo abrir los ojos ahora?—preguntó, su voz entrecortada por la emoción.Mikhail se inclinó junto a su oído, rozándole la piel con sus labios apenas mientras respondía:—Solo cuando yo te lo diga.Anna soltó un suspiro tembloroso, pero decidió entregarse por completo al momento. Mikhail, con una delicadeza inusual, la giró suavemente, manteniendo el misterio en el aire. De repente, sintió cómo el pañuelo de seda se deslizaba s
Al día siguiente, Mikhail no perdió el tiempo. Apenas llegó al hospital, su único objetivo era dirigirse al consultorio de María. La ira bullía en su interior, todavía no podía sacar de su mente la imagen de la piel lastimada de Anna.—Buenos días, director —lo saludó la secretaria de María, con su habitual sonrisa formal.—Buenos días —respondió Mikhail con voz dura, aunque su enojo no estaba dirigido a ella—. Dile a María que estoy aquí —agregó, con tono áspero.La secretaria, algo nerviosa ante su actitud, tragó saliva antes de responder.—La doctora aún no llega, pero en cuanto lo haga, le avisaré.—Asegúrate de que venga a verme inmediatamente —dijo Mikhail, girándose sin esperar una respuesta.Mientras tanto, en otro rincón del hospital, Anna comenzaba su jornada revisando el listado de pacientes que tenía por delante. No podía evitar sonreír. Una felicidad tranquila y sincera la invadía, como si la vida finalmente le estuviera sonriendo. La velada con Mikhail la noche anterior
La complicación de la situación no era menor, pero Anna sabía que debía ser honesta con él, por mucho que eso pudiera dolerle.—Iván… tú has sido mi roca, mi mayor apoyo cuando más lo necesitaba —dijo Anna con la voz temblorosa, entrelazando sus manos con las de él—. Pero no puedo corresponderte de la forma en que mereces.Las palabras salían con dificultad, como si cada una lastimara más a Iván. Él la miraba con esperanza y desilusión, aferrándose a lo poco que le quedaba.—Tú también eres una mujer fuerte, Anna. Has sobrevivido a tanto… y sé que yo podría hacerte feliz. —Iván tomó aire, apretando suavemente las manos de Anna—. No puedes negarme la oportunidad de demostrarte cuánto te amo.Anna tragó saliva, sintiendo cómo la situación se le escapaba de las manos. No era justo para Iván, lo sabía. Él no merecía vivir con falsas esperanzas.—Iván, por favor, escúchame —insistió ella—. Yo no puedo ser la mujer que buscas… mi corazón ya no está disponible. Estoy enamorada de Mikhail, po
Mientras Anna volvía a su consultorio, la culpa la asaltaba como una tormenta. Había roto el corazón de Iván de la manera más cruda, pero en el fondo sabía que era lo correcto. «No podía seguir alimentando sus ilusiones», pensaba mientras sus pasos resonaban en los pasillos. Iván merecía la verdad, por más cruel que fuera. Lo peor habría sido dejar que continuara creyendo en algo que nunca podría ser. «No hay esperanza, nunca la hubo»Suspiró con cansancio, intentando enfocarse en su próxima consulta. Sin embargo, justo antes de llegar a la puerta, un escalofrío le recorrió la espalda. Se detuvo abruptamente, sintiendo como si alguien la estuviera observando. Se volvió lentamente, escudriñando cada rincón del pasillo vacío. «¿Alguien me está siguiendo o son paranoias mías?», pensó mientras su corazón latía con fuerza. Pero al no ver a nadie, sacudió la cabeza y decidió seguir su camino. «Si debe ser solo mi imaginación»Ya en su consultorio, el aire de la responsabilidad profesion