Anna subió al ascensor que llevaba desde la cafetería hasta su consultorio, pero su mente aún estaba atrapada en la discusión con María. El mal sabor de boca no era solo por el café derramado en su bata, sino por las palabras envenenadas de aquella mujer que parecía disfrutar arruinando cualquier posibilidad de paz en su vida. Al llegar frente al escritorio de Irina, la joven asistente la recibió con una sonrisa profesional.—Irina, por favor, contacta al paciente y confirma su cita —pidió mientras se dirigía a la puerta de su consultorio.Justo cuando su mano tocaba el pomo, Irina jadeó, notando las manchas en la bata blanca de Anna.—Doctora, ¿qué le pasó? —inquirió, con sorpresa y preocupación.Anna soltó un suspiro, con su paciencia agotada, y sin ganas de hablar sobre el incómodo encuentro.—Nada, solo un accidente —respondió con tono seco.El recuerdo de María vertiéndole el café caliente encima la golpeaba como un martillazo. Y más que el dolor físico, la frase que le había dic
Mikhail colgó el teléfono después de pedirle a Sergei una crema para quemaduras. La rabia aún burbujeaba bajo su piel, pero cuando vio a Anna sentada frente a su peinadora, peinándose tranquila, el enojo dio paso a una preocupación profunda. Condujo su silla hasta ella con la crema en la mano.—Arderá un poco, pero te sentirá mejor, te lo prometo mi amor—dijo suavemente, mientras le aplicaba la crema con las yemas de sus dedos en la piel lastimada—. Tal vez deberíamos dejar los planes para otro día. No quiero que te sientas incómoda.Anna lo observó a través del espejo, viendo esa mezcla de culpa y preocupación que estaba viendo últimamente con frecuencia en él. Sonrió de lado, mientras negaba con la cabeza, tratando de suavizar el ambiente tenso.—Me invitaste a pasear —replicó—. No lo vamos a posponer por algo tan insignificante. Estoy bien.Él finalizó y ella estaba agradecida por la frescura que aliviaba el ardor. Mikhail seguía mirándola, impresionado por la fuerza con la que si
Anna sonrió con los labios cerrados, mordiéndose la esquina de la boca. Sentía su respiración entrecortada por la expectación, y en su mente imaginaba mil escenarios posibles. No podía ver nada, pero escuchaba cada pequeño sonido, desde el crujir de la gravilla bajo las ruedas de la silla de Mikhail hasta el susurro del viento en el aire.Mikhail la abrazó con más firmeza, levantándola de su regazo con una delicadeza reverente, como si estuviera sosteniendo lo más precioso en su vida.—No te quites el pañuelo aún—murmuró con emoción contenida—ya casi estamos.—¿Puedo abrir los ojos ahora?—preguntó, su voz entrecortada por la emoción.Mikhail se inclinó junto a su oído, rozándole la piel con sus labios apenas mientras respondía:—Solo cuando yo te lo diga.Anna soltó un suspiro tembloroso, pero decidió entregarse por completo al momento. Mikhail, con una delicadeza inusual, la giró suavemente, manteniendo el misterio en el aire. De repente, sintió cómo el pañuelo de seda se deslizaba s
Al día siguiente, Mikhail no perdió el tiempo. Apenas llegó al hospital, su único objetivo era dirigirse al consultorio de María. La ira bullía en su interior, todavía no podía sacar de su mente la imagen de la piel lastimada de Anna.—Buenos días, director —lo saludó la secretaria de María, con su habitual sonrisa formal.—Buenos días —respondió Mikhail con voz dura, aunque su enojo no estaba dirigido a ella—. Dile a María que estoy aquí —agregó, con tono áspero.La secretaria, algo nerviosa ante su actitud, tragó saliva antes de responder.—La doctora aún no llega, pero en cuanto lo haga, le avisaré.—Asegúrate de que venga a verme inmediatamente —dijo Mikhail, girándose sin esperar una respuesta.Mientras tanto, en otro rincón del hospital, Anna comenzaba su jornada revisando el listado de pacientes que tenía por delante. No podía evitar sonreír. Una felicidad tranquila y sincera la invadía, como si la vida finalmente le estuviera sonriendo. La velada con Mikhail la noche anterior
La complicación de la situación no era menor, pero Anna sabía que debía ser honesta con él, por mucho que eso pudiera dolerle.—Iván… tú has sido mi roca, mi mayor apoyo cuando más lo necesitaba —dijo Anna con la voz temblorosa, entrelazando sus manos con las de él—. Pero no puedo corresponderte de la forma en que mereces.Las palabras salían con dificultad, como si cada una lastimara más a Iván. Él la miraba con esperanza y desilusión, aferrándose a lo poco que le quedaba.—Tú también eres una mujer fuerte, Anna. Has sobrevivido a tanto… y sé que yo podría hacerte feliz. —Iván tomó aire, apretando suavemente las manos de Anna—. No puedes negarme la oportunidad de demostrarte cuánto te amo.Anna tragó saliva, sintiendo cómo la situación se le escapaba de las manos. No era justo para Iván, lo sabía. Él no merecía vivir con falsas esperanzas.—Iván, por favor, escúchame —insistió ella—. Yo no puedo ser la mujer que buscas… mi corazón ya no está disponible. Estoy enamorada de Mikhail, po
Mientras Anna volvía a su consultorio, la culpa la asaltaba como una tormenta. Había roto el corazón de Iván de la manera más cruda, pero en el fondo sabía que era lo correcto. «No podía seguir alimentando sus ilusiones», pensaba mientras sus pasos resonaban en los pasillos. Iván merecía la verdad, por más cruel que fuera. Lo peor habría sido dejar que continuara creyendo en algo que nunca podría ser. «No hay esperanza, nunca la hubo»Suspiró con cansancio, intentando enfocarse en su próxima consulta. Sin embargo, justo antes de llegar a la puerta, un escalofrío le recorrió la espalda. Se detuvo abruptamente, sintiendo como si alguien la estuviera observando. Se volvió lentamente, escudriñando cada rincón del pasillo vacío. «¿Alguien me está siguiendo o son paranoias mías?», pensó mientras su corazón latía con fuerza. Pero al no ver a nadie, sacudió la cabeza y decidió seguir su camino. «Si debe ser solo mi imaginación»Ya en su consultorio, el aire de la responsabilidad profesion
Un bullicio infernal resonaba en la entrada del hospital. Decenas de mujeres, jóvenes en su mayoría, se aglomeraban, gritando insultos mientras empuñaban huevos, harina y cuanto objeto podían lanzar al aire. Sus ojos, cargados de rabia, estaban clavados en una única figura: Anna.—¡Descarada! ¡Rompe hogares! —vociferaba una de ellas, alzando un huevo en dirección a Anna, lista para lanzarlo.Anna, perpleja, apenas comprendía lo que ocurría, mientras los guardias intentaban mantener el caos bajo control. Mikhail, desesperado, movía su silla de ruedas con una velocidad que no creía posible en su estado. En un intento por protegerla, giró violentamente y, con una mano firme, la jaló hacia su regazo.—¡Mikhail, no! ¡No quiero hacerte daño! —protestaba Anna, empujándolo con suavidad, pero él la sostenía con fuerza.—No voy a permitir que te lastimen más, Anna. No te soltaré— replicaba, él, decidido, estaba cargado de una furia contenida. Los gritos no cesaban. Uno tras otro, los huevos re
—Déjalo en mis manos —respondió Sergei.Mikhail, ardiendo de ira, se dirigió al consultorio de María como un vendaval. Al abrir la puerta de golpe, la encontró riendo sola, saboreando su venganza.—¡Quiero una explicación ahora! —rugió Mikhail, sus ojos llenos de furia. María, sorprendida por la brusquedad, se levantó de su asiento.—¿Qué demonios te pasa, Mikhail? —se defendió—. ¡No sé de qué hablas!—¡No me veas la cara de tonto! —gritó él, acercándose—. Sé perfectamente que tú estás detrás de todo este escándalo.—Tú no tienes derecho a culparme de nada. —María intentó mantener la compostura, pero su voz traicionaba el miedo que comenzaba a sentir.—Has cruzado un límite, María. Atacaste a Anna varias veces, en el pasado te lo perdoné porque estaba confundido, pero esta vez yo te juro que esto no se va a quedar así. Vas a pagar por todo lo que has hecho.María, sintiendo que el control se le escapaba, rompió en un llanto histérico, tratando de manipularlo una vez más.—¡Tú destrui