Un bullicio infernal resonaba en la entrada del hospital. Decenas de mujeres, jóvenes en su mayoría, se aglomeraban, gritando insultos mientras empuñaban huevos, harina y cuanto objeto podían lanzar al aire. Sus ojos, cargados de rabia, estaban clavados en una única figura: Anna.—¡Descarada! ¡Rompe hogares! —vociferaba una de ellas, alzando un huevo en dirección a Anna, lista para lanzarlo.Anna, perpleja, apenas comprendía lo que ocurría, mientras los guardias intentaban mantener el caos bajo control. Mikhail, desesperado, movía su silla de ruedas con una velocidad que no creía posible en su estado. En un intento por protegerla, giró violentamente y, con una mano firme, la jaló hacia su regazo.—¡Mikhail, no! ¡No quiero hacerte daño! —protestaba Anna, empujándolo con suavidad, pero él la sostenía con fuerza.—No voy a permitir que te lastimen más, Anna. No te soltaré— replicaba, él, decidido, estaba cargado de una furia contenida. Los gritos no cesaban. Uno tras otro, los huevos re
—Déjalo en mis manos —respondió Sergei.Mikhail, ardiendo de ira, se dirigió al consultorio de María como un vendaval. Al abrir la puerta de golpe, la encontró riendo sola, saboreando su venganza.—¡Quiero una explicación ahora! —rugió Mikhail, sus ojos llenos de furia. María, sorprendida por la brusquedad, se levantó de su asiento.—¿Qué demonios te pasa, Mikhail? —se defendió—. ¡No sé de qué hablas!—¡No me veas la cara de tonto! —gritó él, acercándose—. Sé perfectamente que tú estás detrás de todo este escándalo.—Tú no tienes derecho a culparme de nada. —María intentó mantener la compostura, pero su voz traicionaba el miedo que comenzaba a sentir.—Has cruzado un límite, María. Atacaste a Anna varias veces, en el pasado te lo perdoné porque estaba confundido, pero esta vez yo te juro que esto no se va a quedar así. Vas a pagar por todo lo que has hecho.María, sintiendo que el control se le escapaba, rompió en un llanto histérico, tratando de manipularlo una vez más.—¡Tú destrui
Mikhail había sido meticuloso en todos los detalles ese día. Se había asegurado de pedirle a la empleada doméstica que se retirara temprano, con la excusa de que Anna no quería extraños en la casa. Había sido una petición suave, pero firme, como si todo estuviera bajo su control, cuando en realidad estaba tan enojado.Mientras tanto, Tatiana había asumido la responsabilidad de preparar la cena para todos. Sabía que la tensión en la casa era incómoda, así que decidió preparar algo simple y rápido. —Chuletón a la plancha con verduras y salsa blanca— murmuró mientras sacaba los ingredientes del refrigerador. Al revisar la cocina, notó que le faltaba algo, y tras recorrer con la mirada los estantes, sonrió al ver la especia que necesitaba. Estaba en un estante alto, apenas al alcance de sus dedos, así que se inclinó hacia adelante, estirándose lo más que pudo.De repente, sintió una presencia a su espalda. Antes de poder reaccionar, una mano firme bajó el frasco y se lo tendió. Se gi
Mikhail dejó de pensar en esa factura de inmediato. Todo lo que lo había preocupado en ese momento se desvaneció; no podía ocuparse de nada que no fuera Anna. Se sentía incapaz de concentrarse en otra cosa que no fuera la mujer que estaba en su mente y corazón. Respirando profundo, le pidió al gerente del hospital que contactara a Olga. Recordaba cómo ella siempre ayudaba a algunas instituciones con donaciones o cubría tratamientos médicos de personas necesitadas, todo por el afán de obtener fama de benevolencia. Sabía que a su madre le encantaba llamar la atención con esas donaciones, y en su mente, había supuesto que esa factura también debía ser cosa de ella.—Quedamos así, Sergei. Tú te encargas de lo que falta. Gracias por todo— dijo Mikhail mientras se apoyaba en la puerta del baño, cuerpo exigía un descanso que aún se negaba a tomar. Tras la despedida, se metió en la ducha que estaba preparada que habían preparado para él, era liberador, poder bañarse por cuenta propia, el a
La expresión de Anna cambio de inmediato y empezó a reír como si le hubieran contado el chiste más gracioso del mundo.—Es la mentira más absurda que he escuchado —respondió riendo con incredulidad.Pero el hombre sacó una carpeta de su chaqueta y la extendió hacia ella.—Aquí verás que no miento. Mi vida corre peligro, así que no tengo mucho tiempo, pero si lees detenidamente estos documentos, lo entenderás.Con desconfianza, Anna tomó la carpeta.—Le dije que no tengo dinero —replicó, aún insegura de aceptar ese paquete.El hombre, con ojos asustados, negó con la cabeza.—Ya no me interesa el dinero, señora. Ahora, lo único que me importa es seguir vivo. Por favor, no tires mi esfuerzo a la basura. Estoy arriesgando mi vida por esto.En ese momento, las puertas del ascensor se abrieron. El hombre salió corriendo antes de que Anna pudiera reaccionar.Curiosa, aunque su instinto le gritaba que no lo hiciera, abrió la carpeta. Entre los papeles encontró una carta notarial firmada por s
—¿Entonces qué es? Dime lo que pasa para poder ayudarte. No quiero verte llorar. Me mata verte así —su voz era una mezcla de preocupación y culpa—. Haría lo que fuera por ti.Mikhail intentó tomar su mano, pero Anna la apartó de inmediato, aterrada. Esa reacción lo alarmó aún más.—Quiero saber la verdad... —dijo finalmente Anna, rota, pero firme, entregándole los documentos—. ¿Por qué me rechazaste al principio? ¿Es por esto? Tú lo sabías, ¿verdad? Lo que dice aquí...Mikhail tomó los papeles, y mientras leía, su rostro se endureció. No podía creer lo que estaba viendo. Todo giraba a su alrededor, y su mente se negaba a aceptar la realidad que le presentaban esos documentos.—Este... este es un testamento. Dice que eres hija y heredera de mi padre... —su voz se quebró—. Pero eso no puede ser cierto. ¡No puede ser!—No puedes ser hija de mi padre. No lo aceptaré. Esto es obra de mi madre, debe ser alguna mentira suya para separarnos.Anna se tambaleó por un momento, y se desplomó en
Anna llegó a su casa con el alma rota, incapaz de contener la tormenta emocional que la consumía. Las lágrimas ya no eran suficientes para liberar el dolor que la asfixiaba. Se encerró en su habitación, cerrando la puerta con un golpe sordo, como si intentara alejarse de un mundo que ahora le parecía cruel e incomprensible. Se desplomó sobre la cama boca abajo, abrazando con desesperación la almohada, como si fuera su única salvación en ese mar de sufrimiento. Su corazón se desbordaba en llanto silencioso, y cada sollozo resonaba en la habitación vacía, amplificando su soledad.—¿Por qué?— susurró, ahogada en su desesperación. Esta vez, el dolor era más devastador que la primera vez que perdió a Mikhail. Ahora, la pérdida era definitiva. Lo había perdido para siempre. Un amor condenado antes de florecer, reducido a cenizas por una verdad que la desgarraba. Se sentía rota, acabada de una forma que jamás había experimentado. El descubrimiento de que Mikhail era su hermano había des
Después de asegurarse de que el mareo de Anna se debía al cansancio y a todas las emociones vividas, Mikhail, muy molesto, se dirigió a ver a su madre. Ella tenía muchas explicaciones que darle, y él no podía contenerse de exigírselas.Ella tarde o temprano tendría que responderle todo lo que necesitaba escuchar de sus propios labios. Más que eso, Mikhail deseaba que reconociera todas las fechorías que había cometido. Pero cuando llegó a la mansión, Olga lo vio desde lejos y corrió a su encuentro.—¡Hijo mío, qué alegría que vengas a visitarme! ¿Cómo está mi nieto? —Olga intentó abrazarlo, pero Mikhail no le devolvió el gesto—. Llegas justo a tiempo para tomar un té. No he ido a visitarlos porque sé que aún sigues enojado conmigo, pero créeme, hijito, ganas no me faltan de compartir con mi nieto y nuera.Mikhail la apartó de manera brusca. —No quiero té, no quiero nada, madre. Y ya basta de tu hipocresía —Mikhail la apartó de un empujón—. Esta no es una visita social. Vine a que me e