En el trayecto a la villa, Mikhail, con una sonrisa astuta en los labios, intentaba tocar el brazo de Anna, quien, con expresión seria, se pegaba más y más a la ventanilla de la camioneta, alejándose justo lo suficiente para que él no pudiera alcanzarla. Mikhail, atrapado en su silla de ruedas, la observaba con diversión.—¿Estás enojada? —preguntó él, con media sonrisa en los labios que a Anna tanto le irritaba.—No tendría por qué estarlo —respondió ella, con los dientes apretados, sin dignarse a mirarlo. Mikhail rompió a reír, sus carcajadas resonando en el interior del vehículo.—Me gusta verte así —dijo con descaro, mientras le daba una palmada a sus piernas—. Ven, acércate.Anna negó con la cabeza rápidamente, sin mirarlo.—Pídele a María, a ella le encanta usarte como asiento —contestó, con una sonrisa cargada de celos. Las carcajadas de Mikhail se hicieron aún más fuertes, provocando que el conductor echara un vistazo por el retrovisor, algo desconcertado por la felicidad d
Mientras Sergei se desinfectaba la herida en la frente, en la privacidad de su habitación, Mikhail lo observaba desde atrás, con una sonrisa juguetona en los labios. La risa contenida de Mikhail llenaba el aire de una tensión que Sergei no pudo ignorar. Girándose bruscamente, lo fulminó con la mirada.—Ahora pareces un hombre divertido —le reprochó Sergei con evidente sarcasmo.Mikhail soltó una carcajada, sacudiendo la cabeza como si fuera un niño burlón.—Es que te juro que nunca te había visto tan enojado —respondió entre risas, disfrutando visiblemente del espectáculo.Sergei apretó los dientes, su ceño fruncido mostraba la furia latente.—No le veo nada gracioso a esto. Estás feliz porque es la mejor amiga de tu mujer y, como quieres congraciarte, celebras todo lo que hace —espetó, casi escupiendo las palabras.Mikhail, divertido, rodó su silla hacia él, aún con el eco de la risa en sus ojos.—Ahora dime, ¿quién es el amargado aquí, tú o yo? —bromeó Mikhail, encogiéndose de hombr
En su estado de ebriedad, Anna movió el rostro, y sus labios rozaron los de Mikhail. Por un segundo, ella abrió los ojos. —Amo a Mikhail —murmuró, como si respondiera a la pregunta que él le había hecho. Sin embargo, fue solo casualidad, porque al instante después empezó a roncar como un camionero cansado, lo que hizo que Mikhail riera mientras le acomodaba unos mechones tras la oreja. —Vale la pena el dolor si al final recibo recompensas como estas —murmuró, mirándola con amor.Por su parte, Tatiana se recostó en su cama, riéndose sola, sintiendo que todo daba vueltas a su alrededor. Pensaba en lo agradable que había sido el rato compartido con Anna y el alcohol. Ambas necesitaban ese momento de relajación para olvidar todos los malos momentos que habían pasado. Era la primera vez que Tatiana se sentía libre y feliz desde que la habían despedido del hospital. Sin embargo, algo vino a su mente en ese momento de aturdimiento, después de reír un buen rato a solas.Recordó al amigo de
Anna abrió los ojos lentamente, acariciándose la sien con suavidad, sintiendo los estragos de la resaca. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había bebido tanto, como lo hizo anoche con Tatiana. No sabía cómo había llegado a la cama o siquiera cómo se había cambiado para dormir. Incrédula, dejó que la realidad la golpeara: su enojo con Mikhail la había desestabilizado tanto que hasta se había olvidado de Lucas. Con el corazón acelerado, se sentó de golpe en la cama. Sus ojos recorrieron la habitación vacía buscando a su pequeño. Antes de que pudiera poner los pies sobre la suave alfombra, la puerta se abrió lentamente, y por ella entró Mikhail, con una bandeja sobre sus piernas, mientras Lucas caminaba alegremente a su lado, sonriendo con entusiasmo. Verlos así, tan cómplices, tan perfectos juntos, le llenó el corazón de una calidez que no podía esconder. A pesar de todo, una sonrisa apareció en sus labios.—¡Buenos días, mamá! —exclamó Lucas, corriendo hacia ella y lle
Anna subió al ascensor que llevaba desde la cafetería hasta su consultorio, pero su mente aún estaba atrapada en la discusión con María. El mal sabor de boca no era solo por el café derramado en su bata, sino por las palabras envenenadas de aquella mujer que parecía disfrutar arruinando cualquier posibilidad de paz en su vida. Al llegar frente al escritorio de Irina, la joven asistente la recibió con una sonrisa profesional.—Irina, por favor, contacta al paciente y confirma su cita —pidió mientras se dirigía a la puerta de su consultorio.Justo cuando su mano tocaba el pomo, Irina jadeó, notando las manchas en la bata blanca de Anna.—Doctora, ¿qué le pasó? —inquirió, con sorpresa y preocupación.Anna soltó un suspiro, con su paciencia agotada, y sin ganas de hablar sobre el incómodo encuentro.—Nada, solo un accidente —respondió con tono seco.El recuerdo de María vertiéndole el café caliente encima la golpeaba como un martillazo. Y más que el dolor físico, la frase que le había dic
Mikhail colgó el teléfono después de pedirle a Sergei una crema para quemaduras. La rabia aún burbujeaba bajo su piel, pero cuando vio a Anna sentada frente a su peinadora, peinándose tranquila, el enojo dio paso a una preocupación profunda. Condujo su silla hasta ella con la crema en la mano.—Arderá un poco, pero te sentirá mejor, te lo prometo mi amor—dijo suavemente, mientras le aplicaba la crema con las yemas de sus dedos en la piel lastimada—. Tal vez deberíamos dejar los planes para otro día. No quiero que te sientas incómoda.Anna lo observó a través del espejo, viendo esa mezcla de culpa y preocupación que estaba viendo últimamente con frecuencia en él. Sonrió de lado, mientras negaba con la cabeza, tratando de suavizar el ambiente tenso.—Me invitaste a pasear —replicó—. No lo vamos a posponer por algo tan insignificante. Estoy bien.Él finalizó y ella estaba agradecida por la frescura que aliviaba el ardor. Mikhail seguía mirándola, impresionado por la fuerza con la que si
Anna sonrió con los labios cerrados, mordiéndose la esquina de la boca. Sentía su respiración entrecortada por la expectación, y en su mente imaginaba mil escenarios posibles. No podía ver nada, pero escuchaba cada pequeño sonido, desde el crujir de la gravilla bajo las ruedas de la silla de Mikhail hasta el susurro del viento en el aire.Mikhail la abrazó con más firmeza, levantándola de su regazo con una delicadeza reverente, como si estuviera sosteniendo lo más precioso en su vida.—No te quites el pañuelo aún—murmuró con emoción contenida—ya casi estamos.—¿Puedo abrir los ojos ahora?—preguntó, su voz entrecortada por la emoción.Mikhail se inclinó junto a su oído, rozándole la piel con sus labios apenas mientras respondía:—Solo cuando yo te lo diga.Anna soltó un suspiro tembloroso, pero decidió entregarse por completo al momento. Mikhail, con una delicadeza inusual, la giró suavemente, manteniendo el misterio en el aire. De repente, sintió cómo el pañuelo de seda se deslizaba s
Al día siguiente, Mikhail no perdió el tiempo. Apenas llegó al hospital, su único objetivo era dirigirse al consultorio de María. La ira bullía en su interior, todavía no podía sacar de su mente la imagen de la piel lastimada de Anna.—Buenos días, director —lo saludó la secretaria de María, con su habitual sonrisa formal.—Buenos días —respondió Mikhail con voz dura, aunque su enojo no estaba dirigido a ella—. Dile a María que estoy aquí —agregó, con tono áspero.La secretaria, algo nerviosa ante su actitud, tragó saliva antes de responder.—La doctora aún no llega, pero en cuanto lo haga, le avisaré.—Asegúrate de que venga a verme inmediatamente —dijo Mikhail, girándose sin esperar una respuesta.Mientras tanto, en otro rincón del hospital, Anna comenzaba su jornada revisando el listado de pacientes que tenía por delante. No podía evitar sonreír. Una felicidad tranquila y sincera la invadía, como si la vida finalmente le estuviera sonriendo. La velada con Mikhail la noche anterior