En un lujoso departamento que contrastaba con el modesto barrio, la señora Petrova se sentaba con una fría elegancia en un pequeño y recargado sofá. Cruzó las piernas con una sofisticación calculada y, con una mano, tomó una copa de vino, intentando ocultar la inquietud que palpitaba en su pecho.—¿Cómo pudo ese idiota evadir a mis vigilantes? —murmuró mientras daba el primer sorbo, y su rostro se contrajo en una mueca de desagrado, casi cómica—. Lo barato sabe horrible —dejó la copa sobre una repisa cercana con un gesto de desdén.De pronto, el crujido de la puerta al abrirse la sobresaltó. Miró hacia la entrada, y su expresión se endureció cuando vio a su amante entrar con un maletín en la mano.—Pensé que ya no volverías —dijo él con una mueca de desagrado, mirándola con engreimiento.Ella intentó tocar su corbata, pero sin previo aviso, él le dio un golpe seco en la mano.—No tienes derecho a preguntar dónde estaba. Te dije que si no me das el dinero que necesito para montar mi pro
—Espera. Mikhail pidió que te mostrara la habitación de Lucas —dijo él, señalando la puerta del lado—. Puedes ir a verla, te daré tu espacio.Anna negó con la cabeza.—No es necesario. Lucas siempre ha dormido a mi lado —dijo, antes de encerrarse en la habitación para llorar en soledad.Sin embargo, diez minutos después, Anna se vio obligada a sacar fuerzas de donde no las tenía.Limpió sus lágrimas con una toalla de papel que había encontrado en el baño, se miró en el espejo, tratando de recuperar la compostura.El reflejo de sus ojos enrojecidos y su rostro demacrado le devolvía la realidad brutal que estaba a punto de enfrentar.«Vamos, Anna, no puedes permitir que te vean así», murmuró para sí misma, respirando profundamente mientras ajustaba su vestido negro con manos temblorosas.Cuando salió, sentía una opresión en el pecho, pero no se detuvo. Continuó hasta la sala, notando la decoración elegante e innecesaria.Mikhail esperaba cerca de la mesa del comedor. A pesar de su incap
—¿Qué? ¿Qué han encontrado?—Al parecer, uno de nuestros proveedores de medicamentos no cumplió con las normativas de seguridad. Hay reportes de que algunos lotes han causado efectos secundarios graves en varios pacientes. Las autoridades están exigiendo que retiremos todos los productos de ese proveedor. No solo eso, quieren revisar toda nuestra cadena de suministro.El sonido sordo de un golpe resonó cuando Mikhail golpeó la mesa con el puño.—¡No puede ser! Ese proveedor pasó todas las auditorías internas. ¿Cómo es posible que algo así se nos haya escapado? —Mikhail lo miró con furia contenida—. ¿Verificaste que ese medicamento tiene nuestro sello? ¿No será que alguien intenta sabotearnos?—Aún no sé si hay alguien malicioso detrás de esto. He revisado cada detalle, y todo parece indicar que es verdad. Si encuentran más irregularidades, podríamos enfrentarnos a una suspensión completa de nuestras licencias de distribución... y ya sabes lo que eso significa.Mikhail cerró los ojos.
La señora Petrova descendió de un lujoso auto negro, y el resonar de sus tacones en el pavimento anunciaba su presencia mientras se dirigía a la puerta del exclusivo departamento de Mikhail. Sin embargo, al entrar, se dio cuenta de inmediato que no había nadie allí.La rabia la invadió. Sin pensarlo dos veces, agarró una escultura de mármol de una mesa y la estrelló contra la pantalla de la chimenea artificial, destrozándola en mil pedazos.—¡Investiga dónde está mi hijo! —gritó a su asistente personal, quien retrocedió, temblando.—Sí, señora —respondió con la cabeza gacha, evitando la mirada asesina de su jefa.—Y contacta a los sicarios que trabajaron para mí antes. Quiero que eliminen a dos ratas. Le quitaré el juguete a Mikhail, y volverá a ser obediente, como siempre lo ha sido —dijo con un tono oscuro, mientras recordaba, cuando Mikhail era un niño y se encaprichaba con un juguete, bastaba con romperlo frente a él, para que sumiso, volviera a obedecer sin cuestionar. «Esta ve
Mikhail levantó la mirada hacia su secretaria, que ahora se acercaba lentamente al escritorio. A la cual el rostro pálido y ojos vidriosos la delataban.—Señor, por favor… le ruego que me deje conservar mi trabajo.Mikhail la observó con frialdad, mientras sus dedos tamborileaban en la mesa de madera.—A ver, dime algo —dijo en tono bajo, pero con una intensidad suficiente para hacerla temblar aún más—, ¿cuántas cosas más, similares o perjudiciales para mí, has hecho a mis espaldas?La mujer se quedó en silencio, mordiéndose el labio inferior. No sabía qué tanto problema le causaría contarle todo a su jefe, pero quería conservar su trabajo. Era cómodo, bien pagado, y con su poca preparación, tener un empleo así era un sueño hecho realidad.Finalmente, tomó aire y decidió arriesgarse.—Pues… su cuñado me pidió conseguirle una copia de su examen médico y alteré…No pudo terminar antes de que Mikhail emitiera un sonido ronco, casi animal, que la hizo encogerse.—¿A cambio de qué hiciste
María se tensó de inmediato. «Esa desgraciada, ya fue con el cuento», bramó en su mente. Trató de mantener la calma, pero la amenaza en las palabras de Mikhail no se la ponía fácil.—Lo dije porque tu madre me comentó que lo hacías para aliviar tu dolor —soltó, intentando mantener la compostura. No sabía si Mikhail había descubierto todo. Mikhail se enfureció aún más; no podía creer que su madre lo estuviera perjudicando de esa manera. —No sabía si se refería a los analgésicos fuertes que usas. No lo dije con maldad, solo quería que Anna comprendiera cuánto has sufrido, y cómo, a pesar de todo, te esfuerzas por curar al niño. Solo buscaba concientizarla, amor.Los puños de Mikhail se cerraron con fuerza.—¿Y qué te motivó a pedirle a mi secretaria que le impidiera la entrada a Iván?María tragó saliva, sintiendo cómo el control se le escapaba de las manos.—Lo hice por ti, Mikhi. Vi cuánto te afectaba la presencia de ese hombre. Lo hice para protegerte, aunque sé que sigues queriendo
Con el corazón latiendo con fuerza, Anna, se sintió sumergida en un mar de emociones que no lograba controlar. Al ver que Mikhail no respondía, decidió insistir, pero esta vez con un tono más suave, casi suplicante. —¿Vamos a dormir juntos? —, intentando esconder su vulnerabilidad. Mikhail soltó un bufido, que resonó en la habitación como un recordatorio de la barrera invisible que los separaba. Sin dignarse a responder, dirigió su silla de ruedas hacia el baño y cerró la puerta de un portazo; un gesto que reverberó en el pecho de Anna como un golpe sordo. Irritada, se detuvo frente a la puerta del baño, con los brazos cruzados sobre el pecho, en un intento de contener el torbellino de pensamientos que la invadían. —¿Qué se cree?— murmuró, apretando los labios con rabia, mientras sus dedos tamborileaban impacientes en su brazo. —Encima de que me dice que debo cuidar de esa mujer, Lia, ¡cree que voy a dormir a su lado! No señor, que se acueste con ella— murmuraba entre dientes
—A nada, solo disfruto de mi desayuno. Es normal que los amargados no sepan apreciar las cosas. Las facciones de Mikhail se endurecieron. Aunque se esforzaba por mantener su frialdad, su mirada se suavizó por un momento, fascinado por la naturalidad de Anna y el calor que traía a la fría atmósfera de la casa. —Sabes qué, comeré. Dame un poco — pidió desafiante. Anna, con una sonrisa burlona, se acercó a él con la intención de darle el trozo de panqueque en la boca, pero cuando sus dedos rozaron los labios de Mikhail, ella desvió la mano hacia su propia boca. —Oh, has dicho que no desayunas, lo siento —dijo, fingiendo inocencia. —¡Infantil! — bramó Mikhail, dando la vuelta, avergonzado. Pero sus ojos se encontraron con los de Lucas, quien observaba todo con gran interés y le sonrió. —Papá, puedes comer mi desayuno —propuso el niño con inocencia. Antes de que pudieran responder, el timbre sonó. Anna fue a abrir y encontró al conductor de Mikhail con una hermosa perrita a