La señora Petrova descendió de un lujoso auto negro, y el resonar de sus tacones en el pavimento anunciaba su presencia mientras se dirigía a la puerta del exclusivo departamento de Mikhail. Sin embargo, al entrar, se dio cuenta de inmediato que no había nadie allí.La rabia la invadió. Sin pensarlo dos veces, agarró una escultura de mármol de una mesa y la estrelló contra la pantalla de la chimenea artificial, destrozándola en mil pedazos.—¡Investiga dónde está mi hijo! —gritó a su asistente personal, quien retrocedió, temblando.—Sí, señora —respondió con la cabeza gacha, evitando la mirada asesina de su jefa.—Y contacta a los sicarios que trabajaron para mí antes. Quiero que eliminen a dos ratas. Le quitaré el juguete a Mikhail, y volverá a ser obediente, como siempre lo ha sido —dijo con un tono oscuro, mientras recordaba, cuando Mikhail era un niño y se encaprichaba con un juguete, bastaba con romperlo frente a él, para que sumiso, volviera a obedecer sin cuestionar. «Esta ve
Mikhail levantó la mirada hacia su secretaria, que ahora se acercaba lentamente al escritorio. A la cual el rostro pálido y ojos vidriosos la delataban.—Señor, por favor… le ruego que me deje conservar mi trabajo.Mikhail la observó con frialdad, mientras sus dedos tamborileaban en la mesa de madera.—A ver, dime algo —dijo en tono bajo, pero con una intensidad suficiente para hacerla temblar aún más—, ¿cuántas cosas más, similares o perjudiciales para mí, has hecho a mis espaldas?La mujer se quedó en silencio, mordiéndose el labio inferior. No sabía qué tanto problema le causaría contarle todo a su jefe, pero quería conservar su trabajo. Era cómodo, bien pagado, y con su poca preparación, tener un empleo así era un sueño hecho realidad.Finalmente, tomó aire y decidió arriesgarse.—Pues… su cuñado me pidió conseguirle una copia de su examen médico y alteré…No pudo terminar antes de que Mikhail emitiera un sonido ronco, casi animal, que la hizo encogerse.—¿A cambio de qué hiciste
María se tensó de inmediato. «Esa desgraciada, ya fue con el cuento», bramó en su mente. Trató de mantener la calma, pero la amenaza en las palabras de Mikhail no se la ponía fácil.—Lo dije porque tu madre me comentó que lo hacías para aliviar tu dolor —soltó, intentando mantener la compostura. No sabía si Mikhail había descubierto todo. Mikhail se enfureció aún más; no podía creer que su madre lo estuviera perjudicando de esa manera. —No sabía si se refería a los analgésicos fuertes que usas. No lo dije con maldad, solo quería que Anna comprendiera cuánto has sufrido, y cómo, a pesar de todo, te esfuerzas por curar al niño. Solo buscaba concientizarla, amor.Los puños de Mikhail se cerraron con fuerza.—¿Y qué te motivó a pedirle a mi secretaria que le impidiera la entrada a Iván?María tragó saliva, sintiendo cómo el control se le escapaba de las manos.—Lo hice por ti, Mikhi. Vi cuánto te afectaba la presencia de ese hombre. Lo hice para protegerte, aunque sé que sigues queriendo
Con el corazón latiendo con fuerza, Anna, se sintió sumergida en un mar de emociones que no lograba controlar. Al ver que Mikhail no respondía, decidió insistir, pero esta vez con un tono más suave, casi suplicante. —¿Vamos a dormir juntos? —, intentando esconder su vulnerabilidad. Mikhail soltó un bufido, que resonó en la habitación como un recordatorio de la barrera invisible que los separaba. Sin dignarse a responder, dirigió su silla de ruedas hacia el baño y cerró la puerta de un portazo; un gesto que reverberó en el pecho de Anna como un golpe sordo. Irritada, se detuvo frente a la puerta del baño, con los brazos cruzados sobre el pecho, en un intento de contener el torbellino de pensamientos que la invadían. —¿Qué se cree?— murmuró, apretando los labios con rabia, mientras sus dedos tamborileaban impacientes en su brazo. —Encima de que me dice que debo cuidar de esa mujer, Lia, ¡cree que voy a dormir a su lado! No señor, que se acueste con ella— murmuraba entre dientes
—A nada, solo disfruto de mi desayuno. Es normal que los amargados no sepan apreciar las cosas. Las facciones de Mikhail se endurecieron. Aunque se esforzaba por mantener su frialdad, su mirada se suavizó por un momento, fascinado por la naturalidad de Anna y el calor que traía a la fría atmósfera de la casa. —Sabes qué, comeré. Dame un poco — pidió desafiante. Anna, con una sonrisa burlona, se acercó a él con la intención de darle el trozo de panqueque en la boca, pero cuando sus dedos rozaron los labios de Mikhail, ella desvió la mano hacia su propia boca. —Oh, has dicho que no desayunas, lo siento —dijo, fingiendo inocencia. —¡Infantil! — bramó Mikhail, dando la vuelta, avergonzado. Pero sus ojos se encontraron con los de Lucas, quien observaba todo con gran interés y le sonrió. —Papá, puedes comer mi desayuno —propuso el niño con inocencia. Antes de que pudieran responder, el timbre sonó. Anna fue a abrir y encontró al conductor de Mikhail con una hermosa perrita a
Anna se tensó, y su mente recreó una multitud de escenas mientras dejaba a Lía en su casita. Sacudió la cabeza, tratando de despejar esos pensamientos. —No va a suceder, yo no lo voy a permitir—, murmuró con rabia. Cuando llegó al baño, abrió la puerta con violencia. —Mikhail, no estoy de humor, créeme, y las cosas no se dan cuando tú lo quieras. Lo mejor será que busques con quién desahogar tu necesidad sexual —, disparó Anna, cortante y llena de frustración. —Estás muy ansiosa por tener sexo ¿Te causa curiosidad hacerlo con un paralítico? Anna puso los ojos en blanco. —Te pedí venir porque necesito que me bañes— rectificó Mikhail, con sus orbes verdes fijos en los de ella, desafiándola. Anna casi no podía creer lo que oía. —Se dice "por favor", y se pregunta "¿tú puedes?"—, replicó con frialdad. —Anna, deja de darme lecciones y sígueme—ordenó, rodando su silla hacia el guardarropa que conectaba con el baño. Allí, se aferró a unos barrotes de metal, levantándose con esf
El sonido del cristal al romperse resonó desde la sala como un presagio funesto. Mikhail apretó los dientes y con un esfuerzo descomunal hizo rodar las llantas de su silla de ruedas con más fuerza, sintiendo cómo el dolor punzante en sus manos se intensificaba. En cualquier otra ocasión, podría haberlo soportado, pero esta vez, cada movimiento era una agonía. Maldijo internamente no haber optado por su silla eléctrica, que le habría permitido moverse más rápido, y más eficazmente. Mientras tanto, Anna, que sentía el rostro arderle por las bofetadas recibidas, corrió desesperada hacia el otro extremo del salón. El miedo la invadía como una sombra densa, y en su huida desesperada, lanzaba cualquier objeto que sus manos temblorosas alcanzaran, intentando, aunque sin mucha esperanza, mantener a raya a los dos hombres que la acechaban, sus rostros ocultos tras pasamontañas y con cuchillos que blandían en sus manos. —¿Qué... qué quieren?— balbuceó Anna, con voz rota por el pánico.
Anna, nerviosa, corrió a buscar el termómetro y lo colocó con manos temblorosas en la frente de Mikhail. Cuando vio la lectura, su corazón dio un vuelco. —Dios, está ardiendo— murmuró con la voz entrecortada por la preocupación. Sin perder tiempo, se dirigió al baño, con pasos apresurados regresó con una toalla húmeda que colocó suavemente en la frente de Mikhail. Aunque como doctora sabía que el reciente golpe no debería haberle causado fiebre, lo miró detenidamente. Al revisarlo con mayor detenimiento, notó una inflamación en su columna. Sentía una impotencia abrumadora; aunque era una experta en cardiología, esto se salía de su campo y de sus manos.Con una respiración temblorosa, sacó el teléfono del bolsillo de Mikhail y, sin dudarlo, marcó el número de Sergei. Mientras el teléfono sonaba, murmuró para sí misma, tratando de aferrarse a un hilo de calma. —Él podrá decirme qué hacer— repitió en un susurro mientras esperaba la respuesta al otro lado de la línea.—Hey, amigo,