Minutos antes:María estaba en el estacionamiento subterráneo del hospital, dentro de su coche, esperando con una paciencia que era tan solo una máscara para la rabia que hervía en su interior. Sus dedos se aferraban al volante, mientras mantenía una mirada fija en el frente, como si su concentración pudiera materializar el éxito de su plan. Pero el vibrar de su teléfono la sacó de su ensimismamiento, y, al ver quién llamaba, una sonrisa torcida apareció en sus labios. —¿Qué sucede?—María, tengo que decírtelo, el niño… el niño está bien— informó la enfermera del otro lado de la línea con un tono titubeante, consciente de la furia que desataría con esa noticia.El rostro de María se crispó en una mueca de odio puro. Apretó el teléfono con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.—¿Qué dijiste? —escupió con veneno. —Lo siento, señora, no ha pasado nada. El niño sigue vivo.María, sin responder, colgó furiosa. Su pecho subía y bajaba con agitación mientras intentaba proces
Anna no supo en qué momento sus piernas cobraron vida. No podía creer que Mikhail aún tuviera tal efecto en ella. Estaba cediendo como una sumisa ante su dominante, cuando en realidad debería aborrecerlo por ser tan hostil y malvado con ella.—¡No! —gritó al mismo tiempo que intentaba levantarse, pero Mikhail la atrapó nuevamente y la sometió a estar sobre su miembro erecto y palpitante. Estaba tan extasiado que en su mente no había paso para nada más; había dejado de lado la impotencia y el autodesprecio para enfocarse en obtener lo que quería. Con un tirón salvaje rompió la fina tela de encaje que cubría la feminidad de Anna, quien jadeó con los ojos bien abiertos.—No te estoy dando mi consentimiento, Mikhail —exigió con voz temblorosa.—Yo no te lo he pedido — dijo tan pronto como estas palabras salieron de su boca. Él llevó su mano directamente al botón caliente, palpitante y sutilmente lubricado con la excitación de Anna.—Aún no me he olvidado de lo hermosa que es tu vagina
Mikhail estaba sumido en un sueño tan profundo que no reaccionaba al suave toque de Sergei en su hombro. Este, preocupado, lo llamaba repetidamente, pero solo obtenía un sonido de fastidio en respuesta. Mikhail apenas movió la mano, intentando apartar lo que lo molestaba, pero su cuerpo inerte se negaba a despertar por completo.Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, abrió los ojos lentamente, parpadeando con confusión.—¿Cómo pudiste quedarte dormido en estas condiciones? —le exigió Sergei.Mikhail, aún medio dormido, se dio cuenta de que estaba en su silla de ruedas, sin camisa y con el pantalón desabrochado. Un estremecimiento de desconcierto lo recorrió.—¿Qué me pasó? —inquirió, completamente desorientado. Apenas recordaba haber detenido la cirugía de Lucas, pero todo lo demás era un borrón.Sergei lo miró con preocupación y reproche.—No lo sé, dímelo tú. Anoche no llegaste a casa, y preocupado, llamé a tu inepta asistente, quien aseguró que te habías quedado a dor
Mikhail sentía cómo la rabia lo consumía por dentro, como si su sangre hirviera a fuego lento. Su respiración era pesada, casi animal, y el humo que imaginaba saliendo de su nariz se asemejaba al de un toro bravo, listo para embestir.—¡Nuevamente se fue! ¿Cómo se atreve a irse? —gritó, y su voz resonó en las paredes como un trueno.Los guardias se movían frenéticamente, buscando en cada rincón, con la esperanza de que Anna aún estuviera cerca.—Señor, según el video de la cámara de la salida, la señora Anna tomó un taxi —informó el jefe de seguridad, nervioso.El control remoto de la silla eléctrica crujió bajo la presión de los dedos de Mikhail, que lo apretó con tanta fuerza que el plástico casi se partió. Los guardias, aterrados, intercambiaron miradas.El semblante de Mikhail estaba tan transformado que infundía miedo en todos a su alrededor.—Anna... no te voy a perdonar esto —murmuró con voz baja y amenazante, mientras dirigía su silla de ruedas hacia el ascensor.Al llegar al
Iván estaba absorto en el libreto que sostenía entre sus manos, inmerso en las líneas que debía memorizar. Cuando escuchó un golpe en la puerta, apenas levantó la vista.Sin pensarlo, asumió que se trataba del servicio de habitación que había solicitado, y sin dejar de leer, se dirigió hacia la puerta.Al abrir, se hizo a un lado, sin prestar atención a quien había tocado.La reacción fue instantánea y brutal. Un puño impactó con fuerza en su estómago, robándole el aliento. Iván se dobló por el dolor, pero en un movimiento ágil y automático, lanzó un golpe que alcanzó el rostro de Mikhail, rasgándole el labio inferior.Los escoltas se apresuraron a interponerse entre los dos hombres.La sangre brotó, pero Mikhail, lejos de retroceder, rugió lleno de furia:—¡Quítense del medio, inútiles!— Su deseo de volver a golpear a Iván era evidente en cada uno de sus movimientos tensos.Sus ojos, encendidos por los celos, apenas lograban ver más allá del odio que lo cegaba.—¿Qué te pasa, imbécil
Anna no podía apartar su mirada incrédula de Mikhail mientras una tormenta de pensamientos nublaba su mente. «Fui tan predecible... era obvio que me encontraría tan rápido», pensó, sintiendo cómo la frustración se mezclaba con el miedo.—Tatiana, ¿puedes llevarte a Lucas?— pidió, esforzándose por mantener una calma que sentía desmoronarse. Lucas protestó, aferrándose a las piernas de su padre, pero Tatiana, con una mirada comprensiva, lo levantó en brazos. Cuando se quedaron solos en la cocina, el aire se volvió denso, cargado con la tensión de los años de rencor y desconfianza acumulados.—No sé qué esperaba de una mujer como tú— comenzó Mikhail, con una ira apenas contenida—, es normal que intentaras engañarme. Es tu naturaleza.Anna soltó una risa sarcástica, que resonó en la cocina como una melodía amarga y cortante. —¿Engañarte?— repitió, con ojos encendidos por la furia—. Llamas engaño a mi negativa de participar en tu juego enfermizo.La sorpresa cruzó brevemente el rostro
En un lujoso departamento que contrastaba con el modesto barrio, la señora Petrova se sentaba con una fría elegancia en un pequeño y recargado sofá. Cruzó las piernas con una sofisticación calculada y, con una mano, tomó una copa de vino, intentando ocultar la inquietud que palpitaba en su pecho.—¿Cómo pudo ese idiota evadir a mis vigilantes? —murmuró mientras daba el primer sorbo, y su rostro se contrajo en una mueca de desagrado, casi cómica—. Lo barato sabe horrible —dejó la copa sobre una repisa cercana con un gesto de desdén.De pronto, el crujido de la puerta al abrirse la sobresaltó. Miró hacia la entrada, y su expresión se endureció cuando vio a su amante entrar con un maletín en la mano.—Pensé que ya no volverías —dijo él con una mueca de desagrado, mirándola con engreimiento.Ella intentó tocar su corbata, pero sin previo aviso, él le dio un golpe seco en la mano.—No tienes derecho a preguntar dónde estaba. Te dije que si no me das el dinero que necesito para montar mi pro
—Espera. Mikhail pidió que te mostrara la habitación de Lucas —dijo él, señalando la puerta del lado—. Puedes ir a verla, te daré tu espacio.Anna negó con la cabeza.—No es necesario. Lucas siempre ha dormido a mi lado —dijo, antes de encerrarse en la habitación para llorar en soledad.Sin embargo, diez minutos después, Anna se vio obligada a sacar fuerzas de donde no las tenía.Limpió sus lágrimas con una toalla de papel que había encontrado en el baño, se miró en el espejo, tratando de recuperar la compostura.El reflejo de sus ojos enrojecidos y su rostro demacrado le devolvía la realidad brutal que estaba a punto de enfrentar.«Vamos, Anna, no puedes permitir que te vean así», murmuró para sí misma, respirando profundamente mientras ajustaba su vestido negro con manos temblorosas.Cuando salió, sentía una opresión en el pecho, pero no se detuvo. Continuó hasta la sala, notando la decoración elegante e innecesaria.Mikhail esperaba cerca de la mesa del comedor. A pesar de su incap