Soy el único dueño de tu vida.

Lisandro comprendió perfectamente la indirecta de Berenice, quien se da un paso hacia atrás y luego, sin dejar de mirarlo, le dice a Irene: —Vamos, querida, necesitas un té para calmarte. No ha pasado nada—. La voltea a mirar

—Pero tengo que hablar con Lisandro—. Lo señala, aún sintiendo su sangre hervir.

—Ven conmigo, él es tu esposo y eso nadie te lo va a quitar. Dale su espacio—. Camina hacia la puerta y Irene mira a Lisandro, aún estando en el mismo lugar. Lisandro la observaba en silencio, tantas cosas que él olvidó que se siente mal por lo que le está haciendo a Irene.

—¿Irene?—. Berenice siente que necesita salir rápido del despacho antes de que Irene sepa la verdad y se desate un disputa que separe a dos grandes familias de Santorini. —Vamos— le dice nuevamente, pero Irene tiene una corazonada. Lo primero es que algo está pasando y segundo, que quizás ella exageró y quiere disculparse.

—Está bien—. Baja su mirada y termina saliendo del despacho rápidamente. Berenice mira a su
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