Yo tenía cuatro años y estaba descalza en el camino que conducía detrás de nuestro antiguo vecindario.

Los pastos marrones eran más altos que mi cabeza y me separaban del amplio canal que corría como un río hasta el lago Mary. Una serpiente negra brillante con manchas amarillas brillantes había cruzado sobre mis pies, su cuerpo era grueso, resbaladizo, rápido y eternamente largo, grité tan fuerte como pude.

Grité y grité. Me quedé allí gritando hasta que apareció Grayson.

—¿Qué era? ¿Una serpiente?

Asentí rápidamente, y se inclinó hacia abajo, inspeccionando mis pequeños pies y piernas. Él sólo tenía ocho años, pero parecía un adulto, tan serio que se aseguró de que yo no estuviera lastimada.

El reptil se había ido hace mucho tiempo, y yo estaba allí de pie, llorando en mi mameluco a cuadros amarillos, tenía mi cabello rubio casi blanco en dos trenzas a cada lado de mi cabeza.

Gray dudó sólo un momento antes de abrazarme por la cintura y levantarme del suelo. Me llevó por el sen