CAPITULO

Sawyer y yo enviamos correos electrónicos ocasionalmente. Charlamos sobre nuestras vidas y a propósito no pregunto por ella. No quiero saber si ella siguió mis órdenes, no quiero saber que otro hombre la ama.

Soy un gilipollas egoísta, lo sé.

—Creo que un cambio de escenario te haría bien. Me siento cómoda dándote de alta. Tienes mi número si necesitas hablar.

—Gracias, doc. Por todo.

Ella se levanta, y yo tomo su mano extendida, estrechándola con la mía. Siento que me estoy graduando de nuevo, como si debiera obtener un certificado o algo que pueda poner en un marco.

Lentamente cruzamos su impecable oficina hasta la puerta.

—No hablamos sobre el sueño. ¿Aún lo tienes?

Mis hombros se tensan. No es un sueño, más bien es una pesadilla. Una adolescente que yacía muerta en el piso de una casucha, con los ojos verdes mirando a la nada, mi bala atravesando su pecho.

Ninguna cantidad de drogas podría matar ese dolor. Es un pecado por el cual nunca encontraré la absolución.

—A veces, ocasiona
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