29. Capítulo

—Sí, es decir, sé tocar el piano... —se cohibe, o es mi impresión.

—¿Tocarías algo para mí? —pregunto con un ligero mote de ruego. Esos ojos expresivos se fusionan con los míos, pero no avisto la respuesta, o puede que no la comprendo del todo.

—No lo sé...

—Anda, no seas tímido, el otro día escuché una melodía muy hermosa, ahora que me confirmas que tocas el piano, no tengo la menor duda de que has sido tú —señalo, a lo que él se tensa, no sé la razón de su reacción, o me hago la desentendida porque es algo que me asusta conocer. Debería parar y no implorar que toque el piano —. No, si no quieres lo comprendo.

—Descuida, es que no me siento del todo cómodo con la idea, es eso —expira.

—¿Ni siquiera solo ante mí?

—¿Qué quieres qué te diga? —se cruza de brazos, respiro hondo.

Que me diga la verdad, lo que le sucede y cómo puedo ayudarlo, deseo que me explique de qué manera llegar a él, sé que estoy lejos de conseguirlo. No dejará a flote su situación, encapsulado está.

—Tal vez
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