Capítulo 2: Una jaula dorada
Isabela se quedó en el estudio incluso después de que sus padres se marcharan. No les importaba. Nunca les había importado. Desde niña, había sabido que para ellos solo era un nombre más en su linaje, una pieza en su juego de poder y riqueza. Pero esto... Esto era demasiado.
El viento golpeaba con furia las ventanas de la mansión, haciendo que las cortinas se agitaran como fantasmas en la penumbra. Su pecho se apretaba con desesperación, y sus ojos ardían por las lágrimas que se negaba a derramar. Llorar no serviría de nada. Rogar tampoco.
Se enderezó, sintiendo el documento aún entre sus dedos. Lo miró con odio, con repulsión. Su nombre estaba ahí, al lado del de Gabriel Montenegro. Un hombre que no conocía, un hombre que tampoco la quería. Pero eso no importaba. Porque, al igual que ella, él no tenía opción.
—No voy a permitirlo... —susurró, aunque su propia voz sonó débil.
Con los labios temblorosos, salió del estudio y caminó por los largos pasillos de la casa. A cada paso, la sensación de encierro se hacía más fuerte. La mansión en la que había crecido siempre le había parecido fría, inmensa y vacía, pero nunca la había sentido tan opresiva como en ese momento. Como si ya no fuera un hogar, sino una jaula dorada.
Cuando llegó a su habitación, cerró la puerta con fuerza y apoyó la espalda contra ella. Tenía que hacer algo. Tenía que encontrar una salida.
Se acercó al armario y sacó una pequeña maleta de cuero. Sus manos temblaban mientras la abría y comenzaba a meter algunas prendas. No sabía a dónde iría, ni qué haría, pero no se quedaría de brazos cruzados. No iba a ser vendida como un objeto.
Pero entonces, la puerta se abrió de golpe.
—¿Qué crees que estás haciendo?
Isabela se giró sobresaltada. Su madre la miraba con una expresión dura, los brazos cruzados sobre su elegante vestido. Siempre tan perfecta, tan distante.
—Voy a irme de aquí —declaró Isabela, con la voz temblorosa pero decidida.
Su madre soltó una carcajada fría.
—¿Irte? ¿Y a dónde, exactamente? ¿Crees que puedes escapar de esto?
Isabela tragó saliva, pero no respondió. Porque no tenía respuesta.
—Deja de comportarte como una niña —su madre avanzó hacia ella y le arrebató la maleta de las manos, arrojándola sobre la cama—. ¿Tienes idea de lo que nos costó este matrimonio? ¿De cuánto dinero está en juego?
—¿Es solo dinero para ustedes? —susurró Isabela, sintiendo que su garganta se cerraba.
—Siempre lo ha sido —respondió su madre sin dudar—. Si pensaste que alguna vez serías libre, es porque no prestaste atención.
Isabela sintió su cuerpo entumecerse. No era su hija. No era una persona para ellos. Solo era una inversión.
Su madre la miró una última vez antes de girarse y salir de la habitación, dejando la puerta abierta. Como si supiera que Isabela no tenía a dónde ir.
Y lo peor... es que tenía razón.
Se dejó caer sobre la cama, hundiendo el rostro entre sus manos. La desesperanza la envolvió como un manto sofocante. Durante años había soñado con la posibilidad de encontrar su propio camino, con la esperanza de que en algún momento su vida le perteneciera. Pero en este mundo, en su familia, eso jamás había sido una opción.
El sonido de la tormenta rugiendo en el exterior la hizo alzar la cabeza. Miró la ventana, observando cómo la lluvia azotaba los cristales. Tal vez su madre tenía razón. Tal vez escapar era imposible.
Pero rendirse nunca había estado en sus planes.
Se levantó de la cama con la determinación renaciendo en su interior. No iba a dejar que la obligaran a vivir una vida que no quería. No sin luchar.
Porque aunque estuviera atrapada en una jaula dorada, aún tenía alas.
Capítulo 3: El precio de la huidaLa lluvia caía con furia cuando Isabela llegó al motel. Su ropa estaban empapadas, pegándose a su piel, y su cuerpo temblaba, no solo por el frío, sino por el miedo y la desesperación. Había logrado escapar de la mansión, pero no tenía a dónde ir.El motel era un lugar decadente, con luces parpadeantes y un fuerte olor a humedad en el aire. Pero era barato. Y en ese momento, lo único que importaba era encontrar un refugio, un lugar donde pudiera pensar en su siguiente paso.Se acercó al mostrador y dejó unos billetes arrugados. El recepcionista, un hombre desaliñado con los dientes amarillos, la observó con una sonrisa lasciva antes de entregarle la llave de una habitación.-Habitación 12. Al fondo.Isabela no le respondió. Solo quería dormir.Caminó por el pasillo mohoso hasta su habitación y cerró la puerta con seguro. La habitación era pequeña, con sábanas viejas y un olor rancio, pero no le importó. Solo necesitaba unas horas de paz.Se dejó caer
Capítulo 4: Las reglas de GabrielLas lágrimas caían silenciosas por el rostro de Isabela mientras sostenía la pluma entre sus dedos temblorosos. Su destino estaba sellado.Gabriel seguía sujetándola del cabello, su agarre firme, dominante. Sus ojos oscuros no mostraban compasión.-Fírmalo -repitió, su voz baja y amenazante.Isabela tragó saliva con dificultad. Sus labios temblaron al abrir la boca, pero no pudo emitir ningún sonido. Sabía que no tenía opción.Con un último suspiro tembloroso, deslizó la pluma sobre el papel y firmó su nombre. Apenas terminó, Gabriel le arrebató el documento y lo revisó con una expresión de satisfacción.-Bien -murmuró, dejando el contrato sobre el escritorio.Isabela sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Algo en su mirada oscura le advirtió que lo peor aún no había llegado.Gabriel se cruzó de brazos y la miró fijamente.-A partir de ahora, hay tres reglas que vas a seguir al pie de la letra -dijo con tono firme-. Y más te vale no desobedecerme.I
Capítulo 5: Tentación prohibidaGabriel Montenegro se apoyó contra la barandilla del balcón, observando los jardines de la mansión con el ceño fruncido. La noche anterior, había encerrado a Isabela en la habitación con la intención de castigarla, de enseñarle que no debía desafiarlo. Pero algo dentro de él no dejaba de molestarle.No era culpa. No era arrepentimiento. Era un maldito fastidio.Se pasó una mano por el cabello, frustrado. Isabela era un problema. No solo porque lo desafiaba cuando nadie más se atrevía, sino porque su presencia lo alteraba de una forma que no podía explicar.Era hermosa. Imposible no notarlo. Su piel morena y suave, esos ojos azules que brillaban como cristales... Era un imán, y eso lo irritaba. No la quería, pero su cuerpo lo llamaba.Con un suspiro, tomó una decisión.-Ana -llamó a una de las sirvientas.Una mujer de mediana edad apareció con la cabeza baja.-Señor.-Abre la habitación de Isabela -ordenó con sequedad-. Llévala a la habitación de invitad
Capítulo 6: La huida y el castigoGabriel Montenegro no era un hombre común. Era poderoso. Era temido. En la ciudad, su nombre significaba respeto, miedo y peligro. Nadie se atrevía a desafiarlo.Sus negocios eran variados, pero uno de los más conocidos era su exclusivo club nocturno, un lugar donde la élite y los criminales compartían espacio sin problemas. Era su territorio, su dominio. Y él controlaba todo.Por eso, cuando tuvo que viajar por negocios durante tres días, no se preocupó demasiado por Isabela. La mansión era su jaula, y nadie se atrevía a desafiar su control.Pero subestimó su terquedad.---Isabela había esperado el momento perfecto. Con Gabriel fuera, su vigilancia era menos estricta. Y cuando finalmente encontró una oportunidad, escapó.No tenía un destino fijo, solo quería correr lo más lejos posible. Se refugió en moteles baratos, trabajó en pequeños cafés para sobrevivir y cambió de ciudad para evitar que la encontraran.Pero Gabriel siempre encontraba lo que le
Capítulo 7: Su esposaIsabela aún intentaba recuperar el aliento cuando Gabriel se apartó apenas unos centímetros, sus dedos aún aferrados a su cintura. Su mirada oscura la devoraba, intensa, peligrosa.-Eres mía, Bella -murmuró con una sonrisa arrogante-. Y ahora, oficialmente, mi esposa.Las palabras la golpearon como un puñetazo. Su esposa.Isabela sintió una mezcla de indignación y algo más profundo, algo que no quería reconocer. Era imposible no sentirse atraída por él. Su presencia la dominaba, la desarmaba. Pero... ¿enamorarse? Jamás.No podía amar a un hombre como él.-Nunca seré realmente tuya -susurró con terquedad.Gabriel soltó una carcajada baja, deslizando un dedo por su mejilla.-Eso ya lo veremos.---Unas horas después, Gabriel entró a su despacho, con el ceño fruncido.-Tenemos una cena esta noche -informó con tono seco-. Vas a acompañarme.Isabela lo miró con incredulidad.-¿Y si no quiero?Gabriel la observó con paciencia fingida.-Quiero que todos sepan que ahora
Capítulo 8: La entregaEl ambiente en el coche se volvía más denso, casi palpable, mientras el silencio entre ellos se prolongaba. Gabriel no había soltado su pierna ni por un segundo, sus dedos seguían trazando círculos lentos, cada vez más cerca de su centro, como si intentara despojarla de sus reservas, capa por capa. Isabela intentó mantenerse firme, pero la calidez de su contacto, su cercanía, comenzaba a desarmarla por dentro.El coche estaba detenido en medio de un sendero solitario, rodeado de árboles altos que susurraban con el viento. La oscuridad parecía intensificarse a su alrededor, acentuando la soledad del lugar. Era como si todo se hubiera reducido a ese espacio cerrado, a esa burbuja de tensión eléctrica entre ellos.Gabriel la miraba con una mezcla de paciencia y arrogancia, como si supiera exactamente lo que estaba pasando en su mente, como si la tuviera completamente descifrada.¿Por qué sigues luchando, Bella? – susurró, su voz grave y profunda vibrando en su pech
Capítulo 9: Su primera vez, su errorEl silencio en el coche era denso mientras regresaban a la mansión. Isabela mantenía la mirada fija en la ventana, sus dedos apretados sobre su regazo. Su cuerpo aún temblaba, pero no de placer, sino de confusión.Lo que había pasado... no podía creerlo. No podía haber sido con él.Cuando Gabriel detuvo el coche frente a la entrada principal, ella no esperó a que le abriera la puerta. Salió rápidamente, sintiendo una necesidad desesperada de alejarse.Pero Gabriel era rápido.-¿Por qué estás huyendo ahora? -preguntó con calma, cerrando la puerta del coche con un golpe seco.Isabela se giró bruscamente, con los ojos llenos de ira y algo más profundo... dolor.-Lo que pasó en el coche fue un error -soltó, con la voz temblorosa.Gabriel entrecerró los ojos.-¿Un error?-Sí -afirmó con fuerza-. Porque fue mi primera vez.El ceño de Gabriel se frunció levemente, pero no dijo nada.-Y no debió ser contigo -continuó ella, sintiendo un nudo en la garganta-
Capítulo 10: La Bestia y la TentaciónPasaron los días, y aunque Isabela no quería admitirlo, la idea de que Gabriel no la volvería a tocar la tenía inquieta.La primera vez con él... había sido diferente a lo que imaginó. Gabriel fue suave, atento. Nada parecido a la bestia arrogante y dominante que solía ser.Y ahora, cada vez que recordaba sus caricias, su cuerpo reaccionaba sin su permiso.Pero no podía decirlo en voz alta.No podía aceptar que lo deseaba, que anhelaba su contacto. Así que hizo lo único que podía hacer: provocarlo.Comenzó a vestirse de forma más sensual. Blusas con escotes sutiles, faldas más cortas, ropa que abrazaba sus curvas. No de una forma vulgar, sino con la elegancia suficiente para que Gabriel la notara.Y lo hacía.Gabriel la observaba cada vez que pasaba a su lado. Sus ojos oscuros recorrían su cuerpo lentamente, con hambre contenida. Pero no decía nada. No la tocaba.Eso la frustraba.¿Cómo podía controlarse tanto?---Una tarde, mientras Isabela leía