La huida y el castigo

Capítulo 6: La huida y el castigo

Gabriel Montenegro no era un hombre común. Era poderoso. Era temido. En la ciudad, su nombre significaba respeto, miedo y peligro. Nadie se atrevía a desafiarlo.

Sus negocios eran variados, pero uno de los más conocidos era su exclusivo club nocturno, un lugar donde la élite y los criminales compartían espacio sin problemas. Era su territorio, su dominio. Y él controlaba todo.

Por eso, cuando tuvo que viajar por negocios durante tres días, no se preocupó demasiado por Isabela. La mansión era su jaula, y nadie se atrevía a desafiar su control.

Pero subestimó su terquedad.

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Isabela había esperado el momento perfecto. Con Gabriel fuera, su vigilancia era menos estricta. Y cuando finalmente encontró una oportunidad, escapó.

No tenía un destino fijo, solo quería correr lo más lejos posible. Se refugió en moteles baratos, trabajó en pequeños cafés para sobrevivir y cambió de ciudad para evitar que la encontraran.

Pero Gabriel siempre encontraba lo que le pertenecía.

Lo buscó durante tres semanas. Tres semanas de furia contenida.

Y cuando finalmente la encontró, no hizo ninguna escena.

-Bella -susurró cuando la vio en una pequeña cafetería, con la mirada perdida en su taza de café.

Isabela sintió que la sangre se le helaba. Su voz.

Levantó la mirada lentamente y ahí estaba. Imponente. Dominante.

Pero en público, Gabriel Montenegro era impecable. No hizo ningún movimiento brusco. Solo sonrió, inclinándose hacia ella.

-¿Sabes cuánto tiempo llevo buscándote?

Isabela tragó saliva, su corazón latiendo con fuerza.

-Yo...

-Termina tu café -interrumpió con calma-. Luego nos vamos.

No fue necesario que la amenazara. Isabela sabía que no tenía escapatoria.

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El viaje de regreso fue silencioso. Gabriel no dijo una palabra, pero su agarre en el volante era tenso.

Cuando llegaron a la mansión, cerró la puerta con un golpe y, en un instante, la sujetó del cabello, obligándola a mirarlo.

Su mirada ardía de furia contenida.

-Fui demasiado blando contigo, Bella -gruñó-. Y me estás tocando mucho los cojones.

Isabela intentó apartarse, pero su agarre se hizo más fuerte.

-Tres semanas -espetó-. ¿Sabes lo que pasé buscándote?

-No soy tu propiedad -susurró ella, con la voz temblorosa.

Gabriel soltó una carcajada oscura.

-Oh, Bella... Claro que lo eres.

Sin darle tiempo a reaccionar, la llevó a su habitación y cerró la puerta con llave. No iba a dejarla escapar de nuevo.

Su mirada la recorrió con intensidad antes de acercarse lentamente.

-Voy a recordarte quién manda aquí.

Sus manos se deslizaron sobre su cuerpo, primero con calma, acariciando sus brazos desnudos. Luego bajó por su cintura, apretando su piel con posesión.

-Déjame... -intentó protestar, pero su voz se quebró cuando él la empujó contra la pared, sus labios peligrosamente cerca de su oído.

-¿De verdad quieres que me detenga? -susurró, su voz ronca.

Sus dedos descendieron por su vientre, explorando cada curva, cada rincón de su piel hasta llevarla al límite. Hasta que su cuerpo la traicionó.

Isabela jadeó, temblando, su respiración entrecortada. Gabriel sonrió con satisfacción.

-No tienes escapatoria, Bella. Nunca la tuviste.

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