Su esposa

Capítulo 7: Su esposa

Isabela aún intentaba recuperar el aliento cuando Gabriel se apartó apenas unos centímetros, sus dedos aún aferrados a su cintura. Su mirada oscura la devoraba, intensa, peligrosa.

-Eres mía, Bella -murmuró con una sonrisa arrogante-. Y ahora, oficialmente, mi esposa.

Las palabras la golpearon como un puñetazo. Su esposa.

Isabela sintió una mezcla de indignación y algo más profundo, algo que no quería reconocer. Era imposible no sentirse atraída por él. Su presencia la dominaba, la desarmaba. Pero... ¿enamorarse? Jamás.

No podía amar a un hombre como él.

-Nunca seré realmente tuya -susurró con terquedad.

Gabriel soltó una carcajada baja, deslizando un dedo por su mejilla.

-Eso ya lo veremos.

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Unas horas después, Gabriel entró a su despacho, con el ceño fruncido.

-Tenemos una cena esta noche -informó con tono seco-. Vas a acompañarme.

Isabela lo miró con incredulidad.

-¿Y si no quiero?

Gabriel la observó con paciencia fingida.

-Quiero que todos sepan que ahora eres mi esposa. Así que vas a venir.

Isabela apretó los labios. No quería acompañarlo, pero tampoco quería darle la satisfacción de pensar que podía controlarla por completo.

Así que decidió desafiarlo de otra manera.

Cuando llegó la noche, bajó las escaleras con un vestido rojo ajustado, con un escote discreto pero provocador. El color resaltaba su piel morena, sus curvas se marcaban a la perfección y su cabello largo y ondulado caía libremente por su espalda.

Gabriel, que esperaba en la sala, levantó la mirada... y su expresión se endureció al instante.

-Cámbiate -ordenó con frialdad.

Isabela cruzó los brazos, desafiante.

-No.

Gabriel se acercó lentamente, su mirada recorriendo cada centímetro de su cuerpo con peligroso detenimiento.

-No irás así vestida.

-O voy así, o no voy -contestó, alzando la barbilla.

Gabriel apretó la mandíbula. Necesitaba que ella lo acompañara. Así que, aunque le molestaba verla así, no tenía más opción.

-Sube al coche -murmuró con el ceño fruncido.

Isabela sonrió para sí misma. Había ganado esa pequeña batalla.

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Cuando llegaron a la cena, Gabriel no la soltó ni un segundo. No confiaba en los hombres que estarían allí.

Y su instinto no falló.

Apenas entraron al salón, varias miradas masculinas se fijaron en ella. Algunos con admiración, otros con deseo.

Isabela sintió el peso de esas miradas, pero lo ignoró. Estaba acostumbrada a que los hombres la observaran. Lo que no esperaba era la reacción de Gabriel.

Él estaba furioso.

Su brazo la rodeó con posesión, pegándola a su cuerpo. Su mano se deslizó hasta su cintura, presionándola con fuerza.

-Estás llamando demasiado la atención -murmuró junto a su oído.

Isabela intentó apartarse, pero su agarre se volvió más firme.

-Suéltame, Gabriel.

-No.

Y, antes de que ella pudiera protestar, su mano bajó descaradamente hasta su trasero, apretándolo con fuerza.

Isabela se quedó sin aire.

-¡Gabriel, para!

Él sonrió de lado, inclinándose para susurrarle:

-No olvides la regla número tres. Te toco cuando quiero.

Isabela sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Sabía que esta noche no iba a terminar bien.

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