MARCADA POR EL DESTINO
MARCADA POR EL DESTINO
Por: Atena S
La noticia inesperada

Capítulo 1: La noticia inesperada

La mansión estaba en completo silencio, salvo por el murmullo de la lluvia golpeando contra los ventanales. Afuera, la tormenta oscurecía el cielo, cubriéndolo con nubes densas y amenazantes. La brisa helada se filtraba por las rendijas de las ventanas, trayendo consigo un presentimiento de tragedia.

Dentro del amplio estudio de su padre, Isabela sentía que el aire se volvía más pesado con cada segundo que pasaba. El aroma a cuero de los sillones y a tabaco impregnaba la habitación, aumentando su sensación de asfixia. Frente a ella, sobre el escritorio de madera oscura, descansaba un documento que cambiaría su vida para siempre.

Sus manos temblaban cuando tomó el papel. Sus ojos, grandes y azul cristalino, recorrieron cada línea escrita con tinta negra, pero su mente se negaba a aceptar las palabras. Su pecho subía y bajaba con rapidez, atrapado entre la incredulidad y el miedo.

—No... —su voz apenas fue un susurro ahogado—. No puedes estar hablando en serio.

Su padre, un hombre de porte imponente y mirada severa, se cruzó de brazos. Llevaba un traje perfectamente planchado, sin una sola arruga, como si incluso su apariencia reflejara su rigidez y control absoluto sobre todo. La expresión en su rostro era inquebrantable, inflexible.

A su lado, su madre permanecía sentada con la espalda recta, las manos entrelazadas sobre su regazo. Su rostro no reflejaba ninguna emoción, pero sus labios fruncidos en una línea tensa eran la única señal de que no estaba del todo indiferente.

—Es un acuerdo entre familias, Isabela —sentenció su padre, con la voz firme y sin rastro de emoción—. Ya está decidido. Te casarás con Gabriel Montenegro en una semana.

El nombre le heló la sangre.

Gabriel Montenegro.

Había oído hablar de él. Un hombre poderoso, de carácter despiadado. Frío. Intimidante. Posesivo. No era alguien con quien una mujer pudiese soñar con una vida tranquila. Y ahora, según ese documento, sería su esposo.

—¿Por qué él? —preguntó con la voz rota, buscando la mirada de su madre, esperando encontrar algo de compasión, algún atisbo de apoyo. Pero la mujer ni siquiera levantó los ojos. Solo se mantuvo inmóvil, como si estuviera ajena a la situación.

—Es un buen partido —respondió su padre—. Su familia y la nuestra se beneficiarán con esta unión. No tienes nada que cuestionar.

Isabela sintió su corazón latir con fuerza, como si estuviera buscando una salida de su propio pecho. Su piel se enfrió y la angustia le oprimió la garganta. Sus manos apretaron el documento, deseando romperlo en mil pedazos, gritar, suplicar.

—Pero yo no lo amo... —dijo en un hilo de voz, sintiéndose más vulnerable que nunca.

Su padre soltó un suspiro pesado, como si estuviera perdiendo la paciencia.

—El amor no tiene nada que ver con esto —declaró con frialdad—. Aprenderás a obedecer.

Obedecer. Esa palabra resonó en su mente como un eco cruel. Siempre había sido una hija obediente. Siempre había seguido las reglas, complacido a su familia, mantenido la compostura. Pero esto... esto era diferente. Se trataba de su vida, de su futuro, de su libertad.

—Papá... —intentó decir, pero su padre levantó una mano para callarla.

—No hay nada más que discutir. La boda se celebrará como está planeado.

Isabela sintió su mundo derrumbarse. Sus piernas flaquearon y tuvo que apoyarse en la orilla del escritorio para no caer. El sonido de la tormenta afuera se hizo más fuerte, como si el cielo mismo rugiera con desesperación junto a ella.

Una semana. Solo una semana antes de que su vida dejara de pertenecerle.

Su respiración se volvió errática. No podía aceptar esto. No podía resignarse.

—¡No quiero casarme con él! —gritó finalmente, dejando caer el documento al suelo.

Su padre la observó con una mirada glacial, mientras su madre cerraba los ojos por un breve instante, como si intentara bloquear el escándalo.

—No tienes elección, Isabela. A partir de ahora, tu destino está sellado.

Isabela sintió un nudo en la garganta. El estudio se volvió un calabozo, las paredes parecieron cerrarse sobre ella. Sus manos temblorosas se aferraron a su vestido, intentando contener la furia y la desesperación que la consumían.

Una semana.

Solo una semana para encontrar una salida.

O resignarse a perderlo todo.

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