La mansión estaba en completo silencio, salvo por el murmullo de la lluvia golpeando contra los ventanales. Afuera, la tormenta oscurecía el cielo, cubriéndolo con nubes densas y amenazantes. La brisa helada se filtraba por las rendijas de las ventanas, trayendo consigo un presentimiento de tragedia.
Dentro del amplio estudio de su padre, Isabela sentía que el aire se volvía más pesado con cada segundo que pasaba. El aroma a cuero de los sillones y a tabaco impregnaba la habitación, aumentando su sensación de asfixia. Frente a ella, sobre el escritorio de madera oscura, descansaba un documento que cambiaría su vida para siempre.
Sus manos temblaban cuando tomó el papel. Sus ojos, grandes y azul cristalino, recorrieron cada línea escrita con tinta negra, pero su mente se negaba a aceptar las palabras. Su pecho subía y bajaba con rapidez, atrapado entre la incredulidad y el miedo.
—No... —su voz apenas fue un susurro ahogado—. No puedes estar hablando en serio.
Su padre, un hombre de porte imponente y mirada severa, se cruzó de brazos. Llevaba un traje perfectamente planchado, sin una sola arruga, como si incluso su apariencia reflejara su rigidez y control absoluto sobre todo. La expresión en su rostro era inquebrantable, inflexible.
A su lado, su madre permanecía sentada con la espalda recta, las manos entrelazadas sobre su regazo. Su rostro no reflejaba ninguna emoción, pero sus labios fruncidos en una línea tensa eran la única señal de que no estaba del todo indiferente.
—Es un acuerdo entre familias, Isabela —sentenció su padre, con la voz firme y sin rastro de emoción—. Ya está decidido. Te casarás con Gabriel Montenegro en una semana.
El nombre le heló la sangre.
Gabriel Montenegro.
Había oído hablar de él. Un hombre poderoso, de carácter despiadado. Frío. Intimidante. Posesivo. No era alguien con quien una mujer pudiese soñar con una vida tranquila. Y ahora, según ese documento, sería su esposo.
—¿Por qué él? —preguntó con la voz rota, buscando la mirada de su madre, esperando encontrar algo de compasión, algún atisbo de apoyo. Pero la mujer ni siquiera levantó los ojos. Solo se mantuvo inmóvil, como si estuviera ajena a la situación.
—Es un buen partido —respondió su padre—. Su familia y la nuestra se beneficiarán con esta unión. No tienes nada que cuestionar.
Isabela sintió su corazón latir con fuerza, como si estuviera buscando una salida de su propio pecho. Su piel se enfrió y la angustia le oprimió la garganta. Sus manos apretaron el documento, deseando romperlo en mil pedazos, gritar, suplicar.
—Pero yo no lo amo... —dijo en un hilo de voz, sintiéndose más vulnerable que nunca.
Su padre soltó un suspiro pesado, como si estuviera perdiendo la paciencia.
—El amor no tiene nada que ver con esto —declaró con frialdad—. Aprenderás a obedecer.
Obedecer. Esa palabra resonó en su mente como un eco cruel. Siempre había sido una hija obediente. Siempre había seguido las reglas, complacido a su familia, mantenido la compostura. Pero esto... esto era diferente. Se trataba de su vida, de su futuro, de su libertad.
—Papá... —intentó decir, pero su padre levantó una mano para callarla.
—No hay nada más que discutir. La boda se celebrará como está planeado.
Isabela sintió su mundo derrumbarse. Sus piernas flaquearon y tuvo que apoyarse en la orilla del escritorio para no caer. El sonido de la tormenta afuera se hizo más fuerte, como si el cielo mismo rugiera con desesperación junto a ella.
Una semana. Solo una semana antes de que su vida dejara de pertenecerle.
Su respiración se volvió errática. No podía aceptar esto. No podía resignarse.
—¡No quiero casarme con él! —gritó finalmente, dejando caer el documento al suelo.
Su padre la observó con una mirada glacial, mientras su madre cerraba los ojos por un breve instante, como si intentara bloquear el escándalo.
—No tienes elección, Isabela. A partir de ahora, tu destino está sellado.
Isabela sintió un nudo en la garganta. El estudio se volvió un calabozo, las paredes parecieron cerrarse sobre ella. Sus manos temblorosas se aferraron a su vestido, intentando contener la furia y la desesperación que la consumían.
Una semana.
Solo una semana para encontrar una salida.
O resignarse a perderlo todo.
Capítulo 2: Una jaula doradaCapítulo 2: Una jaula doradaIsabela se quedó en el estudio incluso después de que sus padres se marcharan. No les importaba. Nunca les había importado. Desde niña, había sabido que para ellos solo era un nombre más en su linaje, una pieza en su juego de poder y riqueza. Pero esto... Esto era demasiado.El viento golpeaba con furia las ventanas de la mansión, haciendo que las cortinas se agitaran como fantasmas en la penumbra. Su pecho se apretaba con desesperación, y sus ojos ardían por las lágrimas que se negaba a derramar. Llorar no serviría de nada. Rogar tampoco.Se enderezó, sintiendo el documento aún entre sus dedos. Lo miró con odio, con repulsión. Su nombre estaba ahí, al lado del de Gabriel Montenegro. Un hombre que no conocía, un hombre que tampoco la quería. Pero eso no importaba. Porque, al igual que ella, él no tenía opción.—No voy a permitirlo... —susurró, aunque su propia voz sonó débil.Con los labios temblorosos, salió del estudio y cami
Capítulo 3: El precio de la huidaLa lluvia caía con furia cuando Isabela llegó al motel. Su ropa estaban empapadas, pegándose a su piel, y su cuerpo temblaba, no solo por el frío, sino por el miedo y la desesperación. Había logrado escapar de la mansión, pero no tenía a dónde ir.El motel era un lugar decadente, con luces parpadeantes y un fuerte olor a humedad en el aire. Pero era barato. Y en ese momento, lo único que importaba era encontrar un refugio, un lugar donde pudiera pensar en su siguiente paso.Se acercó al mostrador y dejó unos billetes arrugados. El recepcionista, un hombre desaliñado con los dientes amarillos, la observó con una sonrisa lasciva antes de entregarle la llave de una habitación.-Habitación 12. Al fondo.Isabela no le respondió. Solo quería dormir.Caminó por el pasillo mohoso hasta su habitación y cerró la puerta con seguro. La habitación era pequeña, con sábanas viejas y un olor rancio, pero no le importó. Solo necesitaba unas horas de paz.Se dejó caer
Capítulo 4: Las reglas de GabrielLas lágrimas caían silenciosas por el rostro de Isabela mientras sostenía la pluma entre sus dedos temblorosos. Su destino estaba sellado.Gabriel seguía sujetándola del cabello, su agarre firme, dominante. Sus ojos oscuros no mostraban compasión.-Fírmalo -repitió, su voz baja y amenazante.Isabela tragó saliva con dificultad. Sus labios temblaron al abrir la boca, pero no pudo emitir ningún sonido. Sabía que no tenía opción.Con un último suspiro tembloroso, deslizó la pluma sobre el papel y firmó su nombre. Apenas terminó, Gabriel le arrebató el documento y lo revisó con una expresión de satisfacción.-Bien -murmuró, dejando el contrato sobre el escritorio.Isabela sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Algo en su mirada oscura le advirtió que lo peor aún no había llegado.Gabriel se cruzó de brazos y la miró fijamente.-A partir de ahora, hay tres reglas que vas a seguir al pie de la letra -dijo con tono firme-. Y más te vale no desobedecerme.I
Capítulo 5: Tentación prohibidaGabriel Montenegro se apoyó contra la barandilla del balcón, observando los jardines de la mansión con el ceño fruncido. La noche anterior, había encerrado a Isabela en la habitación con la intención de castigarla, de enseñarle que no debía desafiarlo. Pero algo dentro de él no dejaba de molestarle.No era culpa. No era arrepentimiento. Era un maldito fastidio.Se pasó una mano por el cabello, frustrado. Isabela era un problema. No solo porque lo desafiaba cuando nadie más se atrevía, sino porque su presencia lo alteraba de una forma que no podía explicar.Era hermosa. Imposible no notarlo. Su piel morena y suave, esos ojos azules que brillaban como cristales... Era un imán, y eso lo irritaba. No la quería, pero su cuerpo lo llamaba.Con un suspiro, tomó una decisión.-Ana -llamó a una de las sirvientas.Una mujer de mediana edad apareció con la cabeza baja.-Señor.-Abre la habitación de Isabela -ordenó con sequedad-. Llévala a la habitación de invitad
Capítulo 6: La huida y el castigoGabriel Montenegro no era un hombre común. Era poderoso. Era temido. En la ciudad, su nombre significaba respeto, miedo y peligro. Nadie se atrevía a desafiarlo.Sus negocios eran variados, pero uno de los más conocidos era su exclusivo club nocturno, un lugar donde la élite y los criminales compartían espacio sin problemas. Era su territorio, su dominio. Y él controlaba todo.Por eso, cuando tuvo que viajar por negocios durante tres días, no se preocupó demasiado por Isabela. La mansión era su jaula, y nadie se atrevía a desafiar su control.Pero subestimó su terquedad.---Isabela había esperado el momento perfecto. Con Gabriel fuera, su vigilancia era menos estricta. Y cuando finalmente encontró una oportunidad, escapó.No tenía un destino fijo, solo quería correr lo más lejos posible. Se refugió en moteles baratos, trabajó en pequeños cafés para sobrevivir y cambió de ciudad para evitar que la encontraran.Pero Gabriel siempre encontraba lo que le
Capítulo 7: Su esposaIsabela aún intentaba recuperar el aliento cuando Gabriel se apartó apenas unos centímetros, sus dedos aún aferrados a su cintura. Su mirada oscura la devoraba, intensa, peligrosa.-Eres mía, Bella -murmuró con una sonrisa arrogante-. Y ahora, oficialmente, mi esposa.Las palabras la golpearon como un puñetazo. Su esposa.Isabela sintió una mezcla de indignación y algo más profundo, algo que no quería reconocer. Era imposible no sentirse atraída por él. Su presencia la dominaba, la desarmaba. Pero... ¿enamorarse? Jamás.No podía amar a un hombre como él.-Nunca seré realmente tuya -susurró con terquedad.Gabriel soltó una carcajada baja, deslizando un dedo por su mejilla.-Eso ya lo veremos.---Unas horas después, Gabriel entró a su despacho, con el ceño fruncido.-Tenemos una cena esta noche -informó con tono seco-. Vas a acompañarme.Isabela lo miró con incredulidad.-¿Y si no quiero?Gabriel la observó con paciencia fingida.-Quiero que todos sepan que ahora
Capítulo 8: La entregaEl ambiente en el coche se volvía más denso, casi palpable, mientras el silencio entre ellos se prolongaba. Gabriel no había soltado su pierna ni por un segundo, sus dedos seguían trazando círculos lentos, cada vez más cerca de su centro, como si intentara despojarla de sus reservas, capa por capa. Isabela intentó mantenerse firme, pero la calidez de su contacto, su cercanía, comenzaba a desarmarla por dentro.El coche estaba detenido en medio de un sendero solitario, rodeado de árboles altos que susurraban con el viento. La oscuridad parecía intensificarse a su alrededor, acentuando la soledad del lugar. Era como si todo se hubiera reducido a ese espacio cerrado, a esa burbuja de tensión eléctrica entre ellos.Gabriel la miraba con una mezcla de paciencia y arrogancia, como si supiera exactamente lo que estaba pasando en su mente, como si la tuviera completamente descifrada.¿Por qué sigues luchando, Bella? – susurró, su voz grave y profunda vibrando en su pech
Capítulo 9: Su primera vez, su errorEl silencio en el coche era denso mientras regresaban a la mansión. Isabela mantenía la mirada fija en la ventana, sus dedos apretados sobre su regazo. Su cuerpo aún temblaba, pero no de placer, sino de confusión.Lo que había pasado... no podía creerlo. No podía haber sido con él.Cuando Gabriel detuvo el coche frente a la entrada principal, ella no esperó a que le abriera la puerta. Salió rápidamente, sintiendo una necesidad desesperada de alejarse.Pero Gabriel era rápido.-¿Por qué estás huyendo ahora? -preguntó con calma, cerrando la puerta del coche con un golpe seco.Isabela se giró bruscamente, con los ojos llenos de ira y algo más profundo... dolor.-Lo que pasó en el coche fue un error -soltó, con la voz temblorosa.Gabriel entrecerró los ojos.-¿Un error?-Sí -afirmó con fuerza-. Porque fue mi primera vez.El ceño de Gabriel se frunció levemente, pero no dijo nada.-Y no debió ser contigo -continuó ella, sintiendo un nudo en la garganta-