PARTE UNO: LA TRAICIÓN

PARTE UNO: LA TRAICIÓN 

Poco más de un kilómetro y ella ya estaría en casa, diciéndole a su esposo la buena nueva que le habían dado en el hospital. Había tantos escenarios que ya imaginaba para sorprender a su esposo que todo lo que ahora podía hacer era apresurarse para poder  ver el rostro de su querido esposo. Iban a ser los mejores padres del mundo, ya podía saberlo.

— ¿Mañana a la misma hora? —preguntó Gonzalo mientras en su pecho desnudo, tenía la cabeza de Rosario.

—Sí, aquí estaré como siempre.

— ¿Estás segura que mañana tiene el tratamiento Victoria? —preguntó el hombre acariciando la cabeza de la mujer.

—Sí, ella me dijo que el doctor dijo que iba a comenzar un nuevo tratamiento con ella, la muy estúpida no consigue darte un hijo.

—Lo sé. Lo sé, sé que se va a quedar intentando. A decir verdad, ya estoy harto de ella, no puedo creer que me mantenga en la misma espera, quisiera divorciarme de ella cuanto antes. Lo ves, Rosario, tenemos toda una vida para ser felices y tú aun te niegas.

—No es que me niegue —dijo la mujer mirándolo a los ojos. Habían sido incontables veces hablando del mismo asunto.

—Tú puedes darme a ese hijo y sobre todo, todo esto puede ser tuyo —dijo Gonzalo señalándole el alrededor.

Rosario miró todos los lujos en una sola habitación. Seguía sin creer que la m*****a de su amiga Victoria fuera la que más tenía sin darle nada a ese hombre. El odio regreso a Rosario. Jamás iba a entender que mientras ella la amante del esposo de su mejor amiga, Victoria era quien lo tenía todo.

—Te he dicho mil veces que no voy a ceder hasta que vea que tu estás haciendo algo por mí, ¿no es eso justo?

—Rosario —llamó Gonzalo mientras la abrazaba con tanta fuerza. —Ya te he dado mil pruebas de mi amor, ¿qué hay de la ropa que te compro, qué hay del auto que te compré la semana pasada? ¿Negarás que fui yo quien te dio todo eso?

Rosario sonrió. Sí, le había dado tanto pero no significaba que fuera  suficiente, ella siempre iba a querer más, ella siempre iba a querer todo lo que tenía su amiga, la mejor amiga que según Victoria, la vida le había dado.

— ¿Qué más quieres, querida Rosario? Juro que te daré todo lo que me pidas.

—Quiero todo lo que tiene Victoria, quiero cada una de las cosas que ella tiene.

— ¡Perfecto! Todo eso lo vas a tener, puedes tener todo eso mañana mismo, bolsas de lujo, vestidos de los mejores diseñadores, autos, todo lo que tú desees…

—Yo lo que quiero es el apellido que Victoria tiene en su nombre, el mismo que la hace ver como tu esposa.

La sonrisa del hombre se fue de su rostro en ese mismo momento. Gonzalo ya sabía lo que esa mujer que tenía entre sus brazos quería. Era cierto cuando dijo que quería todo lo que Victoria tenía, incluido el apellido que la hacía ver como la señora de Gonzalo, el respeto que le daba con solo tener ese maldito apellido impreso a su nombre.

Rosario quería dejar de ser la amante para pasar a ser la esposa, la que todo tenía, a la que todo el mundo respetaba, ella quería eso y más.

—No puedes dármelo, ¿cierto? —dijo Rosario al ver que el gesto en el rostro de su amante había cambiado.

—Sabes perfectamente que eso no lo puedo hacer, no puedo divorciarme de ella.

— ¿Por qué? ¿Será por qué si la dejas todo puede salir a la luz? ¡Todos tus secretos van a salir a flote y de eso estoy segura, tienes miedo a que tus secretos se han descubiertos!

El gesto de Gonzalo había cambiado por completo, en ese momento ella se iba a aprender a callar porque si algo tenía en la mente es que las mujeres no debían de tener voz ni voto cuando se trataba de aquellos.

— ¡Cállate, Rosario, cállate y no vuelvas a decir nada de lo que sabes si no quieres que en este maldito momento te saque de mi casa así como estás, importándome un carajo lo que pase allá afuera!    

Rosario supo temer en el mismo momento. No quería que nada pasara, no quería hacer enojar a la única persona que la hacía sentir importante en la vida.

—No, Gonzalo, lo siento, lo siento mucho, no debí de hablar de más —dijo la mujer abrazando al hombre al momento. Quería todo menos que él se separara de ella por un error que ella pudo cometer.

Una sonrisa se dibujó en el rostro del hombre una vez más. Ella había aprendido a comportarse como la mujer que debía de ser, de esa manera él se volvía a demostrar una vez más que no había mujer que no pudiera callar.

—Ven conmigo, no quiero discutir más, estoy contigo para quitarme el estrés, ¿no crees? —Dijo Gonzalo acercándose a su amante.

—Claro, claro, para eso estoy aquí. —Afirmó Rosario.

Abajo, una puerta que se abría, mil secretos por ser descubiertos, el brillo de la sonrisa en el rostro de Victoria, nada podía ser mejor en ese momento. Su esposo ya debía de estar en casa, tenía tanto tiempo para recibirlo de la mejor manera pero al final, solo había decidido entra en la gran casa de pisos y paredes blancas.

— ¡Gonzalo, Gonzalo, Gonzalo, ¿dónde estás?! —Gritaba Victoria mientras iba de un lado a otro queriendo encontrar a su esposo de ya.

La cocina, la sala, el jardín, los pasillos que llevaban a las diferentes salas, él no estaba en la planta de abajo. Eso solo podía significar una sola cosa, su esposo debía de estar en su habitación terminándose de bañar como siempre hacía cada vez que llegaba temprano de trabajar para después, que llegara Victoria, ir a comer juntos.

—Gonzalo —suspiró el nombre de su esposo mientras subió las escaleras de manera apresurada.

Frente a ella, la puerta de la habitación que compartían un poco más abierta de lo normal.

—Gonzalo, ¿dónde estás? —preguntó acercándose a la habitación de manera casi sigilosa.

Las risa de Gonzalo fue lo primero que llamaron la atención de Victoria sin dejar de reí, para después, descubrir una cosa más. Gonzalo no estaba solo, Gonzalo estaba con una mujer más, una mujer que seguramente ella iba a reconocer tan pronto como la escuchara hablar. La risa se borró de su rostro al momento.

“Gonzalo no estaba solo, Gonzalo no estaba solo.”

— ¿Crees que al final logre embarazarse al final la muy estúpida? —preguntó esa voz ya tan conocido.

Las lágrimas salieron de los ojos de Victoria al momento. Ella no era ninguna estúpida, ella había logrado reconocer esa voz, esa m*****a voz ya tan conocida, esa m*****a voz no podía pertenecerle a otra persona más que a su m*****a amiga, la que siempre estuvo para ella, la que parecía que nunca le iba a fallar, la misma imbécil que siempre saludó a su esposo de una manera que no debería de ser normal, ella tuvo todas las señales frente a ella y nos las quiso ver.

—No lo sé, la verdad es que no me importa, mientras conmigo tenga lo documentos que su estúpido padre dejó en mis manos pienso que no hay nada más que ella pueda a hacer, ¿crees que realmente me importa un hijo? ¡Claro que no, si así me hace infeliz ya, no puedo imaginar lo infeliz que me hará un maldito hijo proviniendo de ella!

Rosario rió, rió como nunca antes lo había hecho.

Eso era todo lo que ella necesitaba para confirmarlo, porque si anteriormente Victoria tenía dudas de que la mujer que estaba en la misma cama con su esposo fuera su amiga, ahora ya no, esa risa lo había confirmado todo.

Sintiendo como el alma le dolía, sintiendo como esas palabras habían roto su corazón en mil pedazos, aun así tuvo la fuerza necesaria para entrar en aquel lugar abriendo la puerta de golpe solo para ver con más claridad que sobre el pecho de su esposo, la muy descarada de su amiga se recargaba, como si buscara ser protegida por el mismo imbécil que le había fallado a una mujer que se lo había dado todo.

— ¡Victoria! — gritó Rosario haciendo que Gonzalo se separa de ella. 

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