POV: Rainer Vogel —Lo lamento, Rainer, pero tengo un vuelo esta noche hacia Moscú —informó el ministro con incomodidad, haciéndome hervir la sangre—. Ponte en contacto con mi secretaria y, sobre tu "regalo"… —se aclaró la garganta, su tono cambiando a uno más frío—. Después de lo que ocurrió anoche en la celebración, he decidido desistir. No quiero verme involucrado en ningún escándalo. Adiós.El clic del teléfono al colgar me dejó paralizado un segundo antes de que la rabia explotara. Con un grito gutural, lancé el móvil contra la pared. El impacto no solo destrozó el aparato, sino que dejó un hueco en el concreto.—¡Maldición! —gruñí entre dientes, sintiendo el veneno de la frustración recorrerme las venas. Nada estaba saliendo como planeaba, y todo por culpa de esa maldita mujer.Si Annika hubiera hecho lo que le pedí, si hubiera mantenido la compostura, nada de esto habría ocurrido. En cambio, me dejó en ridículo frente a toda la alta sociedad. Su desmayo fue un espectáculo patét
POV: Annika KleinAbrir los ojos nunca me había resultado tan difícil como ese día. Sentía un ardor insoportable, como si tuviera arena incrustada en los párpados, pesados y ásperos. Enfocar la vista era un desafío aún mayor; la luz se clavaba en mis retinas como ácido sobre piel desnuda.Cuando reuní fuerzas para incorporarme, un grito seco de angustia brotó de mi garganta antes de que el dolor me arrastrara de nuevo al colchón.No sé cuánto tiempo llevaba postrada allí. El paso de los días era un concepto borroso, irrelevante; todo lo que sabía era que, por más que lo intentara, no conseguía levantarme.—Señora —una joven, a quien nunca había visto entre el personal de Rainer, entró en la habitación—. No se levante, aún está en estado crítico.Tenía el cabello corto, que le rozaba a la altura del cuello; sus ojos, de un marrón cálido, estaban salpicados por pecas sobre las mejillas. Llevaba el mismo uniforme que el resto del servicio.—¿Quién eres? —pregunté con cautela.—Quien cui
No iba a ponerme algo extravagante solo para darle el gusto. Le pedí a Lena que buscara algo sencillo, nada llamativo, pero que aún reflejara mi estilo.Frente al espejo, el vestido que terminaba cubriendo mi cuerpo era color burdeos, con un corte suelto y diseño halter que dejaba los hombros al descubierto, cayendo justo por debajo de las rodillas. No tenía más opción. Todo lo que colgaba en mi clóset había pertenecido a Jessica o alguna otra mujer que Rainer había tenido antes. No se molestaba en comprarme nada propio. Cada prenda que usaba ya había sido usada. ¿Y así pretendía que lo amara?—¿No has notado nada extraño, Lena? —pregunté, observando su reflejo detrás de mí.—Nada, señora. Todo siguió igual durante el día. El señor Rainer apenas llegó del trabajo. Vigilé a Lavinia y continuó con sus labores habituales. La señorita Jessica ha estado en su habitación, descansando por los malestares del embarazo.Jessica se había mantenido tranquila durante las últimas semanas. No vino a
Los días seguían siendo eternos e infernales. Tal como Rainer había dicho, la seguridad se reforzó, y yo permanecía confinada en mi habitación.Aunque podía salir al jardín o a cualquier rincón de la mansión, no lo hice ni una sola vez. No bajé al comedor, ni me molesté en intentar socializar. Pero a Rainer no le importaba. Lo único que parecía preocuparle era que comiera bien y mantuviera una vida sana, como si él mismo no fuera el veneno en mi vida.Lo realmente extraño era su ausencia en las noches. No volvió a forzarme. Cada noche, me acostaba esperando el sonido de la puerta abriéndose, el horror anticipado de sus pasos acercándose, pero nunca ocurrió. Lena decía que regresaba tarde del trabajo, pasaba tiempo con Jessica, probablemente calentaba la cama de Lavinia y luego se encerraba en su habitación hasta el amanecer.Pensé que el encierro tenía como propósito facilitar sus visitas diarias para drogarme o violentarme, pero esos temores no se materializaron. No hasta hoy.Aun as
Jessica estaba ahora en el hospital, mientras yo permanecía en la mansión, inquieta. La culpa no tardó en aplastarme por lo sucedido. Los demás no dudaron en señalarme, acusándome de haber envenenado intencionadamente a Jessica.—Rainer va a matarte por lo que hiciste —me recriminó Lavinia, con los brazos cruzados en el umbral de mi habitación—. Todos en la mansión ya saben que lo hiciste por envidia.No respondí; no valía la pena. Yo era inocente, y ella lo sabía perfectamente.—No sabes lo que dices —escupió Lena, quien permanecía a mi lado—. ¿No será que tú tienes algo que ver, Lavinia? La señora ni siquiera había salido de su cuarto hasta hoy.—¿Me culpas a mí ahora? —Lavinia mantenía su serenidad—. Todo esto es obra de esta mustia. Como ahora está encinta, quiere deshacerse del bastardo de Jessica. ¿No es evidente? Rainer lo creerá sin titubear.—Fuiste tú —mis palabras surgieron de forma automática—. Tú lo insinuaste, Lavinia.—¿Tienes pruebas? —se mofó con desdén—. No, no las t
No supe qué planeaba Lena cuando mencionó que solo necesitábamos diez minutos, y tampoco me detuve a preguntarlo. Apenas terminó de hablar por teléfono, guardó el dispositivo en el bolsillo de su delantal y retomó el camino por el estrecho sendero flanqueado por arbustos. Ella iba delante, moviéndose como una pantera sigilosa, mientras yo la seguía, con la fría presión del arma que me había dado aún pesando en mi mano. Hacía mucho que no sostenía una de estas.—Quédese aquí —dijo en voz baja, deteniéndose tras el último arbusto que nos ofrecía cobertura—. Esto tomará tres minutos, como máximo. Nos quedan siete, o tal vez menos. Si alguien aparece, dispare.No hubo tiempo para objeciones. Lena se esfumó en la oscuridad como una sombra, dejando tras de sí solo el crujido leve de las hojas bajo sus pasos. Mi mente debería haber estado procesando lo absurdo de la situación: una mujer que ocultaba armas en el jardín, moviéndose con la destreza de un soldado entrenado. Pero no lo hizo. Solo
POV: Lothar Weber Mi cabeza era un campo de batalla. Todo estallaba dentro de mí: voces, gritos, angustia y dolor. Las sienes palpitaban como tambores, el dolor era tan intenso que me costaba abrir los ojos, razonar, siquiera respirar."Si te quedas esperando, te darás cuenta de que nadie vendrá por ti.""Nunca serás lo suficientemente bueno para que alguien te quiera de verdad."La voz seguía, constante, hiriente. Cada palabra era una daga directa a la herida. Recordaba sus ojos, vacíos, fríos, tan llenos de desprecio. Esos labios fruncidos, casi deformados de tanto odio. La piel arrugada, salpicada de pecas que nunca me parecieron encantadoras. Cada detalle permanecía grabado en mi mente como una fotografía que, con el tiempo, cobraba más vida, tornando mis días aún más grises.La desesperación por calmar el caos interno me llevaba a comportamientos destructivos. Rompía cosas, me infligía dolor, gritaba a esas voces que se callaran. Todo para evitar que las imágenes de mi pasado re
POV: Annika Klein Las sudaderas de Lothar me quedaban enormes, pero no tenía otra opción. Aquí no había ropa de mujer, solo el uniforme de sirvienta que Sergio me había dado antes.Apenas desperté, me escabullí de la cama para darme una ducha urgente. Loti me había mantenido atrapada entre sus brazos toda la noche, impidiéndome moverme demasiado. Aproveché que seguía dormido para escapar momentáneamente y refrescarme.Cuando me miré en el espejo, tuve que reírme. Parecía ridícula con su ropa, pero al mismo tiempo me gustaba. Lothar era mucho más grande que yo, y la tela llevaba su aroma, ese que se impregnaba en su piel y en cada rincón de su habitación.Al regresar, el cuarto seguía siendo un desastre. Tendríamos que mudarnos temporalmente a otra habitación hasta que lo remodelaran. Lothar había arrasado con todo a su paso, reduciendo muebles y objetos a ruinas. Lo único que permanecía intacto era la cama, y justo ahí, Loti dormía profundamente.Aproveché su descanso para salir a hu