Una propuesta

—¿De dónde eres? Hablas muy bien el inglés  como para ser norteamericano, pero no lo suficiente como para no notar que no eres de norte América. 

—Soy de Inglaterra. Imagino que eres de aqui mismo por tu acento —contesta Marcus.

Le da un trago a un café expreso que la joven acaba de traerle. 

Hago lo mismo con mi Bourbon. El sabor inunda mi boca. Mientras el calor baja por mi garganta, recuerdo que estoy viva. Debo ser agradecida por estarlo.

—No tengo acento norteamericano. —Destaco lo que a mi entender es obvio.

—¿Me dejas adivinar? —asiento pues no me molesta que lo intente—. ¿Hawaii?

Lo observo con sorpresa. ¿A la primera?

—¿Cómo..?

—Mi familia es de Maui. Yo no crei ahi, mi madre si. Voy varias veces al año, tengo una casa allí. 

Asiento a la vez que le doy otro trago al Bourbon. Está delicioso. Merendé apenas un Sandwich de jamón y queso antes de salir, pero hace como una vida de eso. Mi estómago no resistirá una segunda ronda de Bourbon. Siento cómo al llegar al estómago el alcohol reclama todo como suyo. Un ardor me enciende.

—Por tu rostro noto que te gusta el Bourbon. Deberías tomar más despacio. Al final, lo que sea que te entristece, no merece que te emborraches.

La verdad en sus palabras me molesta.

Es un desconocido.

Ni su apellido sé aún y ya cree conocerme.

—No estoy triste —refuto.

—Y a mí no me fue infiel mi prometida. —Levanta una ceja perfectamente arqueada.

—Puede que tu prometida sí te fuese infiel con tu mejor amigo o con quien limpia la piscina en tu mansion,—coloco mi mano izquierda sobre su hombro—, pero mi verdad es que no estoy triste.

—Tus ojos dicen una historia diferente, supermujer.

¿Él también me ve fría? ¿Esa es la idea que le proyecto a los demás y que quiero proyectar sobre mí?

Me pregunto si esa es la imagen que estoy proyectando, si realmente quiero que los demás me vean así. No sé en qué momento empecé a ponerme esta coraza, a levantar barreras entre mi corazón y el mundo. A veces me siento distante, no porque quiera, sino porque he aprendido a serlo, a protegerme. Pero ahora me cuestiono: ¿es eso lo que quiero? ¿Quiero que él, de todos, me vea de esa forma?

Me duele pensar que quizás me estoy alejando sin querer, que me he vuelto experta en ocultar lo que siento. Pero ¿de qué sirve tanta protección si lo que más deseo es que alguien me vea tal cual soy? Tal vez he estado proyectando esta frialdad porque, en el fondo, tengo miedo de que si muestro mi verdadera vulnerabilidad, las cosas cambien, y no sé si estoy lista para eso.

Retiro mi mano y la entrelazo con la otra alrededor de la copa.

¿Qué les pasa a las personas intentando conocer a un desconocido a simple vista?

—No estoy triste. En el caso de estarlo, que no digo que sea así, tendría mis razones. —Enarco mis cejas en señal de invitación silenciosa.

—Él no te merece. Nadie merece provocar tristeza. no le des el poder de lograr verte triste.—masculla sin mirarme.

Le da el último sorbo al expreso.

—Adivinaré yo tambien…eres psicologo. —Esbozo una sonrisa y observo mi copa Bourbon, la cual me pide a gritos que me calme con su néctar. Doy un sorbo; sé que tomo muy rápido. 

Mientras el líquido baja de una forma lánguida, siento un ligero adormecimiento en mi cabeza, un simple cosquilleo.

Hace tanto que no me permitía más de una copa. Siempre con control, siempre con moderación. Un vino tinto, tal vez un Merlot o un Carmenere, lo justo para acompañar una cena de negocios, para cerrar un contrato y conocer mejor a mis clientes. Me acostumbré a esa medida precisa, a mantenerme en equilibrio, a no permitirme perder el control. Una copa era suficiente, siempre lo ha sido.

Pero ahora me sorprendo pensando en lo contrario. En qué se sentirá dejarme ir, desconectar por un momento de esa autoimpuesta vigilancia constante. ¿Qué pasaría si me permitiera flaquear un poco, si dejara que el vino me nublara los pensamientos y me hiciera olvidar, aunque fuera por unas horas?

—No lo soy. Pero no hay que ser uno para darse cuenta de las cosas más obvias. Por ejemplo…no puedo asumir que seas lesbiana por como me miras y se que te intriga saber que como se ve mi cuerpo detras de la camisa. Por como has visto mis labios en más de tres ocasiones, ligeras, esporádicas, se que anhelas besarme, saber si soy tan buen amante como hablador. 

Casi me atraganto con mi propia saliva cuando escucho su comentario.

—Increíble. 

Sé la respuesta, que también es obvia.

—Pero no estoy errado. ¿O si?

—Podría ser. ¿Te molesta que una mujer tenga deseo carnal por un hombre y lo exprese? Crei que podias ser más abierto que muchos otros.  —dije mientras me quitaba el chal rojo vino que llevaba sobre los hombros.

El gesto fue natural, casi como si acompañara la pregunta, quitándome no solo el chal, sino una capa más de reserva. Mis palabras quedaron suspendidas en el aire, esperando una respuesta. Sabía que la pregunta podía incomodar, pero no podía evitar sentir la necesidad de poner el tema sobre la mesa, de aclarar las cosas de una vez.

Según el reloj, faltan al menos nueve horas  de vuelo. Una vida antes de ver a mi familia. 

Llevo puesto un vestido negro freso y suelto, que me llega muy por encima de las rodillas, dejando ver al descubeirto mis piernas delgadas. Las sandalias de plataforma de seis pulgadas me hacen ver más alta de lo que en realidad soy y hacen que mis piernas, estando sentada, se suban un tanto más. 

Coloco el chal sobre mis piernas y le doy el último trago al Bourbon.

—No —responde con calma, mientras su mano derecha descansa sobre mi muslo izquierdo.

El calor que emana de su palma traspasa los jeans, llegando directo a mi piel, que de pronto parece arder bajo su contacto. Levanto las cejas, sorprendida por la intimidad repentina del gesto. Extrañamente, no me incomoda; más bien, una corriente cálida recorre mi cuerpo. 

—¿Qué haces? —digo en tono ligero, mientras tomo su mano con suavidad y la coloco sobre su propio muslo.

Él me observa divertido, sus ojos brillan con una mezcla de picardía y curiosidad. El espacio donde su mano estuvo ahora se siente frío, como si de pronto faltara algo. Sé que se está divirtiendo con mi reacción, disfrutando del juego no verbal entre nosotros.

—¿Qué pensarías si te propusiera pasar una noche conmigo? —pregunta, sin apartar sus ojos de los míos.

Mi respiración se detiene por un segundo. La pregunta flota entre nosotros, cargada de significado, mientras sus palabras laten en el silencio.

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