Remedio

No soy celosa. nunca lo he sido. pero odio a las mujeres que son tan descaradamente lanzadas. esas que se disfrazan de liberales para acosar hasta por como miran, desnudando a el punto de su interés. 

el acoso no va conmigo y la vulgaridad tampoco.

No me importa el genero, esas miradas lascivas sin que el otro este agusto o interesado es una violacion imaginaria, intangible pero real a la privacidad del otro individuo.  

—Su trago, dama—comenta la azafata al entregarme el trago y otro vaso con varios cubitos de hielo.

Le sonríe a Marcus.

A mi me mira con desdén y dando un ligero cabezazo se retira contoneando las caderas en sobre manera. 

—Idiota —murmuro a la vez que intento disimularlo con una tos.

Me dedico a mirar por la ventana para evitar soltar una palabrota y explicarle con cucharita a esa tonta que ese hombre no está interesado.

De repente, se oye la voz de la azafata detrás del altavoz.

—Buenos días, señoras y señores. En nombre de Maui Airlines, el comandante Thor y toda la tripulación, les damos la bienvenida a bordo de este vuelo con destino Lanai, cuya duración estimada es de diez horas. Por motivos de seguridad, y para evitar interferencias con los sistemas del avión, los dispositivos electrónicos portátiles no podrán utilizarse durante las fases de despegue y aterrizaje. Los teléfonos móviles deberán permanecer desconectados desde el cierre de puertas hasta su apertura en el aeropuerto de destino. Por favor, comprueben que su mesa está plegada, el respaldo de su asiento totalmente vertical y su cinturón de seguridad abrochado. Les recordamos que no está permitido fumar a bordo.

Agarro mi móvil y lo coloco en modo avión.

Me tomo muy en serio las reglas y los estatutos de vuelos. Para el despegue no se permite el uso de la conexión de la red del móvil. Conecté el Wifi a bordo, un servicio que ofrecen todas las aerolíneas y que permiten seguir conectados a los móviles con las redes sociales y demás. Me coloco los auriculares blancos y los enchufo antes de que comience a sonar la canción del grupo Imagine Dragons.

Este vuelo de larga distancia de Nueva York (JFK) a Honolulu (HNL) dura aproximadamente 10 horas y 50 minutos

—Vaya, no eres fan de las azafatas entonces. ¿Que daño te hizo esa pobre muejr?—suelta Marcus, el Sin apellido.

—¿Cómo dices? —Me quito uno de los auriculares y me giro para mirarlo.

Mi profesión me convirtió en una observadora pertinaz. Cada detalle corporal es una señal de verdad o de mentira, de tristeza o de felicidad. Fingir se me da bien, algo que cultivé con los años, aunque a los otros no les fuera tan fácil fingir conmigo.

Cuando llegué a New York, no era más que una joven llena de sueños y metas a la que su madre logró enviarla lejos.  Nacida y criada en Lanai, una isla que forma parte de Maui, que a la vez forma parte de Hawaii, donde no hay muchas oportunidades para nadie, no solo para jóvenes y niños. La vida es difícil allá. Prosperar y tener una educación de calidad es prácticamente imposible siendo hija de una madre soltera a un turista que llegó en un bote, la embarazó a los 20 años. Mis tios fueron un apoyo suficiente como para cuidarme y educarme con los principales valores que hoy utilizo como mantra: “Sé honesta y respetuosa, lo demás lo encontrarás en el camino”. 

Crecí en una costa pobre de unos ochocientos habitantes, donde todas las familias se conocen y procuran cuidar a sus hijos y a los de los vecinos. 

Me acostumbré a ser autosuficiente y a tener temor de mis acciones.

 Mi Tia Hokulani siempre me decía: “Lo que hagas hoy, definirá lo que serás mañana”, así que procuré no tener sexo hasta graduarme de la secundaria, no por falta de ganas o pretendientes, sino por miedo a embarazos no deseados, los cuales abundan como pan caliente. Yo era y sigo siendo la esperanza de mi familia. 

Tuve mucha presión cuando era adolescente. Me sentía mal. Mis ideales se fortalecieron cuando una de mis compañeras de secundaria quedó embarazada de un turista   — sentí la historia tan personal como la de mi madre— solo que ella no pudo continuar la escuela. Murió dando a luz a su hijo. 

Quizás el conocimiento de ciertos temas a esa edad no fue adecuado, pero la realidad es que me hicieron precavida y temerosa de mis acciones. Más que nada, me convirtieron en la mujer que soy hoy. Desde que mi tio murió cuando yo tenía diez años, mi madre y mi tia se enfrascaron en hacerme una mujer fuerte y capaz de salir adelante sin tener que casarme con alguien que me llevase veinte años para progresar en la vida, como era común que sucediese en mi pueblito Lanai. Con dieciocho años llegué a los Estados Unidos, a New York,  con dos maletas y muchos ideales. He cumplido el 95% de ellos.

—Casi la asesinas—repite Marcus, su mirada fija en la pantalla del móvil—. La forma en que te concentraste en la música... Parecías a punto de perderte en ella.

—Es solo una forma de desconectar —le digo, intentando mantener una actitud relajada, aunque su observación me descoloca un poco. 

—Desconectar o esconderse, ¿no? —responde, con una chispa de desafío en su voz. 

Me pregunto qué lo lleva a hacer esa conexión. ¿Será que también él tiene algo que ocultar? —A veces, ambas cosas son necesarias —replico, queriendo que mi respuesta suene más profunda de lo que realmente es.

—¿Y qué es lo que necesitas esconder? —Me lanza la pregunta como si fuera un reto.

—Eso depende de quién pregunte —le digo, sonriendo con suficiencia, mientras busco otra canción. El juego de miradas entre nosotros se vuelve interesante. La tensión se siente en el aire, como si cada uno estuviera probando los límites del otro.

—¿Qué tan lanzada eres? —indaga con sus ojos chispeantes. Son de color café común, pero tienen un atractivo peculiar, a lo mejor su brillo pícaro.

—¿Qué clase de pregunta es esa para una completa desconocida?

—Una que llevo deseando hacerte desde que me sente a tu lado. 

—Directo. Me gusta. —Sonrío. 

Me regresa la sonrisa. Tiene una mirada cálida.

«Aunque solo sucede cuando sonríe», es lo primero que pienso.

—Siempre —admite, inclinando la cabeza en señal de respeto—. Me gusta conocer a las personas de manera más… directa.

—¿Y qué te hace pensar que quiero ser conocida por ti? —le contesto, manteniendo la sonrisa. La conversación se vuelve un juego sutil entre dos desconocidos.

—A veces, la conexión más auténtica ocurre entre extraños —dice, su mirada fija en la mía. Hay un aire de desafío en su voz que me intriga.

—O a veces solo se convierte en ruido de fondo. —Me encojo de hombros, pero en el fondo, siento que este intercambio está más cargado de significado de lo que aparenta.

—¿Y si te digo que prefiero el ruido de fondo a la soledad? —sus palabras son un golpe inesperado, y me hacen reflexionar sobre lo que realmente significa estar presente.

—Entonces, quizás deberías intentar escuchar mejor. —Le lanzo la provocación con un guiño, dispuesta a seguir el juego. La música sigue sonando, pero en este instante, lo que importa es nuestra conversación.

Guardo los auriculares en la cartera, ya que, según lo que veo, no voy a darles uso. Los coloco a un ladito del asiento. Mi cabello largo, atado en una trenza me permite relajarme lo suficiente como para no estar pendiente de si estoy o no peinada.

—¿Y bien?

—No lo he sido últimamente —me sincero.

—Podemos remediarlo.

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