Infierno

¿Había escuchado bien? Sentí un nudo en el estómago mientras intentaba procesar lo que acababa de decirme.

—¿Cómo dices? —pregunté, tratando de asegurarme de que el Bourbon no estuviera jugando con mi mente.

Es que no me lo creo. 

Si, de vez en cuando he fantaseado con algo similar. 

Las novelas que he leído me han hecho pensar que quizá un hombre misterioso en algún momento de mi vida va a acercarse a mí con propuestas indecorosas. 

Historias que solo pasan en mi cabeza, con escenarios cada vez más detallados. 

Pero jamás así.

—No fue producto de tu imaginación —respondió con una sonrisa que parecía tener la respuesta a todo.

Mi mente comenzó a divagar. ¿Será que sin darme cuenta le habré enviado una señal errónea a este espécimen de macho semental? Repasé cada una de nuestras palabras y miradas de la última hora, pero no encontraba ningún indicio claro. Nada que sugiriera que yo había insinuado algo. Aún así, ahí estaba su propuesta, directa y cruda.

El Bourbon, en cambio, me susurraba otras cosas, me invitaba a pensar en la posibilidad de disfrutar sin complicaciones. Me decía que era una oportunidad de vivir algo fuera de lo común, sin preguntas ni promesas. Este hombre, que me miraba con expectación, solo quería una noche conmigo. Nada más.

Y entonces, su voz interrumpió mis pensamientos: 

—Te propongo lo siguiente… 

—No—lo interrumpo antes de que siga con su elaborado plan.

Este tipo tiene que estar loco si cree que después de una hora en un avión ya me tiene convencida. ¿En serio? Apenas hemos cruzado unas palabras y ya asume que voy a caer rendida. Claro, lo admito, es atractivo.Demasiado para su propio bien. Pero eso no le da derecho a pensar que me tiene en la palma de su mano.

—No va a gustarte si no me dejas terminar —dice, mientras juega con un mechón de mi cabello.

—No va a gustarme porque te aseguro que no me gustas ni pizca—respondo tajante, mientras le doy un manotazo para apartarlo. ¿De dónde le salió lo de tocarme el pelo?

Este hombre definitivamente es único.

—De no  haberte visto y olido diría que estás borracho. 

—¿Qué tanto me has olido, Alika?

—Estás loco. 

—Puede ser. Pero estoy harto de fingir que no me atraes lo suficiente como para follarte en el baño del avión. 

Mi sonrojo se hace casi palpable. 

—Tú también. Lo veo en tus ojos. Tus ojos no mienten, pequeña. 

—No sabes nada de mi. Puedo ser muy buena mintiendo y que no lo sepas. 

—No tengo que, no para hacerte las cosas que quiero. Conocerte es el menor de mis intereses ahora mismo.

—No me interesa irme a tu casa y pasar un fin de semana contigo. No me interesa ni una hora contigo. —miento. —para nada. es más, esta conversación terminó. 

—Reduce tu velocidad, preciosa —dice, con una sonrisa engreída—. La vida se trata de disfrutarla y vivirla al máximo, no de sobrevivir.

Ah, claro. El típico discurso del "vive el momento". Me cruzo de brazos, rodando los ojos.

—El problema, es que yo decido con quién disfrutar y vivir la vida al máximo. Y lamentablemente, no estás en la lista.

—Auch. Así que eres de las difíciles —dice, acercándose más de lo que debería. Si no fuera por el reposabrazos, ya lo tendría prácticamente encima.

—Invades mi espacio personal —le gruño, sintiendo cómo la paciencia se me agota.

Él sonríe, como si mi rechazo fuera parte del juego. Pero no sabe con quién está tratando

—Te hago la última propuesta —susurra cerca de mi rostro, acercándose tanto que puedo sentir su aliento.

Estoy pegada a la ventanilla del avión, casi salí volando de no haber sido porque está cerrada. En mi intento de escapar, me acorraló más, atrapada entre su insistencia y mi incomodidad.

—Dilo rápido para que puedas volver a tu asiento con todos los dientes en tu boca —le lanzo, tratando de mantener el control.

—Si usaras esa boca para otra cosa que no fuese pelear, querida Alika,tuvieras todo lo que quisieras. Con esos ojos chocolate que me miran intrigados y a la vez recelosos.,,uhm…te puedo asegurar que eres capaz de conseguir lo que quieras. 

—¿Qué te hace pensar que no tengo un esposo esperándome en Lanai? —respondo, elevando las cejas.

—No puedes mentirme, Alika. —asegura. —No puedes. —dice tan seguro de sí mismo que me da rabia. 

Él se acerca más, y nuestros labios casi se rozan. Siento que me paralizo, las manos entrelazadas en mi regazo, atrapada en una mezcla de desafío y curiosidad.

—Si veo que no te gusto, me quedaré callado por el resto de.... —mira el reloj en su muñeca— las horas que nos quedan. 

—No me gusta ni un ápice. ¿Es que no has experimentado el rechazo en algún momento de tu patética vida? —Ya sé la respuesta.—ya se que tu mujer te fue infiel, debes estar dolido, pero follarte a cuanta mujer se te presente y te responda un comentario, no es la mejor forma de olvidar tu dolor. 

—¿Ahora quien es la psicóloga?—pregunta en un susurro. —mi matrimonio estaba destinado a terminar antes de comenzar. fue arreglado. no me encendía. no como tu. no como lo haces con solo dedicarme una mirada. 

—¿No vas a aceptar un no por respuesta? —ahora intrigada por su sinceridad.

—Ni hoy, ni mañana —dice, y me besa.

El mundo se detiene por un segundo, como si todo lo que nos rodea hubiese dejado de existir, y lo único que importara fueran sus labios sobre los míos. Su beso no es una simple caricia; es una mezcla de desafío y provocación. Siento que mi mente me grita que debería apartarme, que esto no está bien, pero hay algo en mí que está completamente atrapado en ese momento, en esa intensidad que él exuda con cada movimiento.

Debí haberlo visto venir, lo sé. Su manera de mirarme, ese aire arrogante pero irresistiblemente seductor. Pero me tenía tan embobada el bourbon, o quizá era el hecho de que yo misma deseaba que esto ocurriera tanto como él. No es un beso suave, no es delicado. Al contrario, es firme, decidido, y con más presión de la que hubiese imaginado. Aunque, siendo honesta, en este instante no sé bien qué es lo que quiero, solo sé que necesito más de este hombre. 

Su boca, experta y segura, domina la mía sin siquiera tocarme más que con sus labios, y aún así, me siento completamente conquistada. Su beso me atrae, como si fuera inevitable, como si fuéramos dos imanes destinados a encontrarse. Le devuelvo el beso sin reservas, como si no hubiera otra opción. ¿Para qué negar lo que es tan evidente? Su boca se entreabre y su lengua se enreda con la mía en una danza lenta y provocativa, un baile que electrifica mi cuerpo entero. Cada segundo de ese contacto dispara una oleada de sensaciones que recorre cada centímetro de mi piel. Mi corazón late descontrolado, como si el simple hecho de estar tan cerca de él fuera suficiente para hacerme perder el control.

Cuando se retira, apenas lo suficiente como para murmurar, su aliento cálido rozando mis labios, mi cuerpo sigue vibrando de la intensidad del momento.  

—Creo que ya ambos sabemos cómo acabará esto —susurra, su voz baja y cargada de un deseo que me hace estremecer.

Mi corazón late con tanta fuerza que puedo escucharlo en mis oídos, y por un instante, el aire entre nosotros parece cargado de algo más que palabras no dichas, algo denso e inevitable. Su sonrisa es triunfante, como si hubiera ganado una partida que yo ni siquiera sabía que estaba jugando, mientras yo aún trato de procesar lo que acaba de suceder.

—¿Eso es todo? —pregunto, intentando mantener la voz firme a pesar de la confusión y el torbellino de emociones que me invaden.

Él se inclina hacia atrás en su asiento, relajado, como si lo que acabara de ocurrir no fuera gran cosa. Me mira divertido, con una ceja ligeramente levantada y ese aire arrogante que ya debería haber anticipado.

—¿Qué esperabas? —responde con un tono despreocupado—. Solo quería comprobar si había alguna chispa.

Lo miro fijamente, tratando de entenderlo, pero lo único que siento es una mezcla incómoda de sorpresa y frustración. Está claro que no se rinde fácilmente, que juega a su propio ritmo, y eso me desconcierta. ¿Cómo llegamos a este punto? Me rehúso a que él tenga el control de la situación.

—No confundas el impulso con la atracción —digo, esforzándome por recuperar el dominio de la conversación, aunque no estoy segura de cuán convincente me escucho.

—Tal vez —responde, su mirada fija en la mía, intensa y desarmante—, pero eso no cambia lo que acaba de pasar.

Me quedo en silencio, buscando algo más que decir, algo que le reste importancia a lo que acaba de ocurrir. Pero no puedo. A pesar de mi intento de desestimar el momento, hay algo en mí que sabe que, por muy fugaz que haya sido, algo se ha encendido entre nosotros. Algo que no estoy segura de poder apagar fácilmente.

Lo estudio con una mezcla de ira y deseo, una furia que arde dentro de mí mientras mi mente dibuja la fantasía de arrancarle esa estúpida camisa de lino azul y sentir su piel contra la mía. Mi cuerpo traiciona mi intento de mantener el control, y aunque trato de ocultarlo, sé que él se ha dado cuenta. 

—No te molestes en negarlo, es una pérdida de tiempo —dice, con esa seguridad irritante que me hace querer abofetearlo y, al mismo tiempo, tirarlo al suelo—. Matarías el concepto de mujer inteligente que comienzo a tener de ti.

Su comentario me atraviesa, provocando un escalofrío de frustración. Odio que tenga razón, que haya anticipado cada uno de mis movimientos, como si todo fuera parte de su juego. Pero lo que más me molesta es que sucumbí a su encanto, a su maldito sex-appeal. Si me hubiera llevado al baño del avión, si hubiera susurrado en mi oído que me quería allí mismo, lo habría seguido sin rechistar. Me imagino besándolo, enredando mis dedos en su cabello castaño, notando esas vetas rubias apenas perceptibles, como reflejos de sol ocultos entre el desorden. Me estremezco solo de pensarlo.

Este va a ser un vuelo interminable. 

Diez horas iban a ser un infierno con él a mi lado.

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