Escarlata.

—Estás despedido —Cerró los ojos, deseando que no fuera verdad—. ¿Cómo se te ocurrió salir huyendo? Ahora atente a las consecuencias.

—Gael, no puedes despedirlo solo por defenderse de esos hombres —recriminó su compañero en su defensa—. Se propasaron con él. No solo verbalmente, lo acosaron físicamente.

—¿Y qué? —bramó el hombre—. Hubiera aceptado, el dinero lo valía.

—Me largo de aquí —espetó y abrió los ojos, se desató el mandil—. No soy esa clase de persona. No vendo mi cuerpo, no lo hice y no lo haré. Prefiero pasar hambre.

—Te arrepentirás de tus palabras, mocoso —Se burló su ahora exjefe—. Conozco muy bien la clase de chicos como tú y cuando menos te lo esperes, estarás parado en la esquina de una calle, rogando porque alguien pague por ti.

—Renuncio —Negó con la cabeza en torno a su compañero, ¿qué estaba haciendo?—. Si Asariel no trabajará más, yo tampoco. Tu pocilga de bar no lo vale. Suerte, Gael, la necesitarás —profesó Ethan, con la voz cargada de desdén.

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