Batista leyó los documentos una vez más. Se había servido de un viejo amigo que le debía un par de favores para hacerse con una copia del expediente.
La foto de La Tribuna era de las menos duras. Alguien se había ensañado con el vagabundo. Aquello no fue una simple pelea por una botella de vino o un par de monedas.
Desgraciadamente, el viejo estaba demasiado borracho para recordar nada, sólo que le pegaron y le robaron.
Un atraco y una muerte en dos días. Habían pasado dos semanas y no avanzaban un milímetro.
Estaba a punto de salir de la oficina cuando recibió la llamada de Alfonso:
- Los matones están aquí Batista, le dijo el camarero casi susurrando.
- Está bien. No te pongas nervioso. Voy para allá, si ves que se van a marchar les invitas a otra copa por cuenta de la casa que ya arreglaremos, contestó el policía.
- Bien --asintió el camarero--, pero venga pronto, por favor.
Batista se colgó la pistola bajo el sobaco y se sintió veinte años más joven. Estaba seguro de que aquellos tipos habían atracado al joven. El alcalde empezaba a ponerse nervioso.
Resolver este caso era su oportunidad para volver a las calles y dejar de una puñetera vez los periódicos.
No tardó diez minutos en llegar a La Gaviota.
Alfonso lo esperaba y le hizo un gesto con la cabeza, señalando hacia la esquina donde estaban los dos tipos. El más grande, con un aparatoso vendaje por encima de la oreja.
Batista se cuadró ante ellos:
- ¿Cómo estamos, señores? ¿Te ha arañado un gato? --el espíritu de El Toni lo inundó de repente.
- ¿Quién eres tú, gordito? ¿Nos vas a dejar en paz o llamamos a tu mamá para que venga a recogerte después de que te demos unas nalgadas? --era evidente que no conocían a Batista.
El policía no contestó, se limitó a abrir su chaqueta enseñando la pipa.
- Pues soy un gordito que quiere hacerte un par de preguntas. Me las contestas aquí o en Comisaría. Tú verás. Y como vuelvas a pasarte un pelo te mando a poner otro vendaje en la oreja derecha para que luzcas parejo.
El matón se dio cuenta sobre la marcha de su error y reculó:
- Usted dirá –-contestó ahora mucho más humildemente.
- Vamos a ver --siguió Batista--, según tengo entendido, te gusta jugar con las botellas. Lo malo es que te gusta jugar en el culito de los demás.
- No sé de qué me está hablando.
- A ver si lo entiendes grandullón, un paso más en falso y esta noche duermes en chirona --dijo Batista aparentando una seguridad que le sorprendió a él mismo.
- Mire, lo siento... La verdad es que me pasé, pero el tipo se lo merecía... ¡Fue una broma, joder!
- ¿Y el chico del cajero, también se lo merecía? Todavía tiene pesadillas el pobre.
- ¿Qué chico? ¿Qué cajero?
- Venga amigo, que ya nos estamos entendiendo, no te hagas el nuevo. Esa misma noche hubo un atraco en el cajero de aquí al lado. Seguramente te hacía falta dinero para celebrarlo.
Oiga, me pasé con lo de la botella. Es verdad, pero también a mí me dieron de lo lindo. Aquel tío me zurró duro en la cabeza y estuve KO un rato. Pregunte al camarero, yo no tengo nada que ver con ese atraco, me estoy enterando ahora --le juró al policía.
Batista hervía por dentro.
Antes de irse a por Alfonso se acercó al matón, lo miró fijamente, y le dio un tirón en la oreja sana diciéndole: “Que no me entere yo de que te portas mal, o te castigo de cara a la pared con los brazos en cruz. Seguro que tu mami y la mía se llevarían de maravilla”.
- Un caruso --le pidió al camarero--, y espabila.
Alfonso dejó la copa a su lado y ya no pudo irse. La mano de Batista aferraba la suya.
- Vamos a ver, criaturita de Dios, cuéntame otra vez lo que pasó aquella noche.
- ¿Qué noche?
- No seas tonto, Alfonso. La nochecita de la botella.
- Ya se lo dije. Esos dos cogieron a un tío, lo tumbaron en una mesa y…
- Sí, sí, eso ya lo sé --le cortó Batista--. Sigue.
- Bueno, el tipo se fue al baño… --Alfonso iba demasiado lento para el poli, que apretó más-- ¡Ay!, soltó un gritito.
- Ahórrate hasta que sale del baño. No tenemos toda la noche.
- Vale, vale. Al salir traía la botella en la mano. Se acercó a los otros dos y le dio a uno en la cabeza. Luego la rompió contra la barra y se fue.
Batista estaba perplejo.
- O sea, ¿que la misma noche del atraco un tipo sale de este bar con una botella rota en las manos y tú no me dices nada?
- ¿Qué atraco? --preguntó el camarero.
- Son todos gilipollas.
- ¿Qué atraco? --insistió.
- Alfonso --lo miró tan fijamente a los ojos que llegó a asustarlo--, ¿quién era el otro tío? ¿Dónde está? ¿Ha vuelto alguna vez? ¡Contesta!
- No, no, no.
Y es que “no” era la única respuesta posible a todas aquellas preguntas que el camarero no entendía.
Mañana te quiero ver en comisaría. Tú y yo vamos a mirar un par de fotos juntos --se despidió Batista, sin tocar ni pagar su bebida.
“Vosotros, los que habéis matado, sois una raza aparte.Vuestra paloma tiene un zureo lúgubre especial,porque está llorando por la persona que mataste”.
Abreu disfrutaba de las vistas en una de las terrazas privadas del Club, con su restaurante a media montaña desde el que se dominaba la ciudad y con reservados que lo mismo servían para abrir cremalleras bajo las mesas que para cerrar suculentos negocios.Nadie lo anunció, pero el perfume fuerte y dulzón que precedía siempre a Berenguer lo animó a dejar volar su codicia en voz alta:
Pulsó con desconfianza y cierto nerviosismo el botón del ascensor mientras giraba sobre sí misma para admirar los detalles de la decoración del hall.Una sola figurita de cristal de aquellas que había en las mesas que servían para separar los sofás de cuero costaba lo que ella ganaba sirviendo copas cada fin de semana.
Batista caminaba sin rumbo, como casi cada noche últimamente, disertando consigo mismo entre naderías, titulares de periódicos, rostros ajenos y otros que le resultaban conocidos, mero instinto policial se dijo, escaparates luminosos brillando, ruidos de motos y coches, y los dibujos de un acerado que se afanaba en respetar una geometría casi perfecta, destrozada a ratos por las dentelladas de una vida en ciudad.Deambulaba absorto, jugando con pensamientos que pisaban pensamien
La noche y el frío me habían hecho aguzar los sentidos, por eso no tardé en notar que un tipo me seguía.Gordito, de mediana edad y estatura, jugaba a ser mi sombra de forma descarada. Tanto que a veces paraba para sentirlo detenerse y otras aceleraba el paso para verlo apresurarse con dificultad, debido a su sobrepeso. Alfonso nos vio entrar sin percatarse de quién era la compañía del policía.Me había enseñado su placa, que utilizó para abrirse camino entre los curiosos gruñendo “vamos a un sitio de confianza, que tenemos que hablar”. Me puse a correr nada más ganar la calle en la seguridad de que el gordo no tendría tiempo de alcanzarme aunque quisiera.No terminaba de asimilar lo que había pasado, era incapaz de imaginar qué podía llegar a ocurrir con un poli tan raro siguiéndome la pista, lo único que tenía claro es que necesitaba otro trago, pero esta vez en soledad. Abreu se ajustó el nudo de la corbata mirándose al espejo. Las cosas marchaban bien pero aquella era una noche importante. Tocaba convencer a los socios capitalistas de que serían capaces de reclasificar los miles de metros cuadrados de suelo que rodeaban el vertedero.Tenían la mayoría necesaria en el Ayuntamiento, la oposición no se enteraba de nada, y sólo había que tener cuidado con la Prensa. Último capítulo11
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