Aunque habían pasado unas cuantas horas llegué a La Gaviota con mal cuerpo y la imagen de Irma, encogida en su dolor, aún en la cabeza.
Entré despacio y busqué al poli en la misma esquina del bar en que lo había dejado la noche anterior, tan previsible era.
Anna disfrutaba cada mañana del tiempo en soledad, su jornada laboral arrancaba a las ocho pero era conocida entre el personal de seguridad del Ayuntamiento por llegar siempre una hora antes.Era un paréntesis sin ruidos ni llamadas telefónicas que le permitía recibir con la guardia bien alta a su jefe, acostumbrado a entrar puntualmente treinta minutos más tarde, con la escopeta cargada de peticiones.
Me bastó un puñado de días con sus noches para conocer al dedillo la rutina del periodista.Habitualmente se levantaba tarde porque tardaba en acostarse.Era raro que saliera del trabajo antes de la una de la madrugada, siempre solo y camin
La comisaría era un hervidero. Tanto que hasta el propio Batista, que se había levantado con una resaca memorable, fue convocado a una reunión de urgencia.Se tropezó en los pasillos con el alcalde y el chupatintas del Ayuntamiento cuya intervención años atrás resultara determinante para que lo apartasen, condenándolo de por vida a trabajos de oficina.
Abreu pidió a su secretaria que cancelara todos los compromisos de los días siguientes y estuviera especialmente atenta a la correspondencia.Dejó de aparecer por el despacho.Aquel tipo iba en serio pero incluso así él hab&ia
Batista había pasado tres días seguidos tratando de mezclarse con el paisaje que rodeaba el edificio de La Tribuna. Sin cruzar la línea roja, tampoco siguió las órdenes de su jefe al pie de la letra.Con un par de conversaciones llegó a la conclusión de que el periodista era un tipo normalito, que al menos en apariencia llevaba una vida nada sospechosa.
A medida que se acercaba la fecha Abreu se fue poniendo nervioso.No tuvo otro remedio que reaparecer por su despacho y entre que debía atender la burocracia retrasada y culminar las gestiones para juntar el dinero --aquel tipo no quería billetes de 500--, cuando vino a darse cuenta era jueves y aquella noche tocaba encuentro. Ni siquiera la peste a colonia barata que dejaron aquellos dos matones a su paso hizo que desclavara los codos de la sucia larga barra. Me limité a alzar la vista desde el vaso de bourbon a los ojos del camarero y a exclamar:- ¡Es una zorra!, no se merece a alguien como yo. ¡Lo que merece es que le den por culo! El vocerío se volvió murmullo por un instante en La Gaviota, a la entrada de Batista. En otra época se habría apagado por completo hasta verlo sentarse sin encarar a nadie, pero el paso del tiempo castiga por igual.Antonio Batista, medio siglo en este mundo, ex comisario de Policía, había dejado de ser El Toni cuando con apenas cuarenta años le dio tal paliza a un delincuente que fue imposible impedir que las fotos acabaran en los periódicos1
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