Abreu disfrutaba de las vistas en una de las terrazas privadas del Club, con su restaurante a media montaña desde el que se dominaba la ciudad y con reservados que lo mismo servían para abrir cremalleras bajo las mesas que para cerrar suculentos negocios.
Nadie lo anunció, pero el perfume fuerte y dulzón que precedía siempre a Berenguer lo animó a dejar volar su codicia en voz alta:
- Mira cómo brillan esas luces en la oscuridad, ¿no te parece un mar de oportunidades?
- Te has comprado un libro de poesía, ¿a que sí? --le pinchó el director del periódico.
- ¿Los periodistas cenan todas las noches? --contestó, aceptando divertido el envite.
- Cuando nos invitan.
- Pues esta noche pagamos a medias…, no me extrañaría que acabaras publicando que el Ayuntamiento gasta mucho dinero en protocolo.
- Pondré a Vicente Pérez a investigarlo.
- Menos coña, Jorgito, y vayamos al grano.
- Eso, eso. ¿Has traído los papeles?
- Tranquilo, hombre, todo a su tiempo. Mira, se acercan las elecciones, y lo menos que nos conviene ahora son noticias que generen sensación de inseguridad, como la del muerto apaleado.
- ¿Sensación de inseguridad? ¿Viste las fotos del tipo?
- Sólo era un indigente. Una boca menos que alimentar. Vamos, Jorgito, prométeme que se acabó el morbo en technicolor en portada o se acabarán también otras cosas --le dijo mientras se frotaba el índice y el pulgar a la altura de sus ojos.
- ¿Sobre la Biblia o te vale la carta del restaurante?
La mirada fría y afilada de Abreu daba por zanjada la disputa dialéctica y abría el tiempo para el disfrute de los sentidos. La noche, inesperadamente calurosa, invitaba a marisco y a vino blanco.
- Entonces… --Berenguer retomó la conversación un rato después, tras repasarse los labios con la servilleta para saborear un nuevo sorbo de aquel caldo que hubiera sido un crimen dejar en la botella--, ¿me vas a dar esa información o voy a tener que seguir esperando?
- Calma, calma, que lo bueno tarda en llegar.
- ¿Cuánto de bueno?
- Si te portas bien y nos haces caso --Abreu usó la primera persona del plural con toda la intención de que fue capaz-- podremos ganar mucho dinero.
- ¿A ver?, explícate.
El asesor del alcalde sacó un pequeño maletín del que extrajo un papelón que fue extendiendo con cuidado sobre la mesa, después de apartar los platos con los restos de la cena.
A los ojos del director del diario iba creciendo un mapa del extremo suroeste de la ciudad que conocía bien, pero que seguía sin decirle gran cosa.
Abreu lo miraba con ojos de complicidad, pero Berenguer no terminaba de entender.
- Si no te explicas…
- ¡Qué torpes son estos periodistas! --no pudo reprimir una mueca de desespero ante la lentitud del otro--, ¿qué ves ahí?
- Un plano.
- ¿Y en el plano?
- No sé, qué quieres que te diga… calles, viviendas, solares,…
- Yo veo dinero --añadió Abreu, triunfante, ante la falta de experiencia del otro--, mucho dinero.
- Mira, tío --se desesperó el periodista--, yo quiero pasta, y la quiero ya. O me temo que será difícil controlar a mis redactores. Son chicos recién salidos de la Facultad y están sedientos de triunfo. Se ponen a tirar del hilo de la madeja de una historia y no paran hasta que dan con el mayordomo.
Abreu bajó su mano con el índice extendido, golpeándolo repetidas veces sobre un punto concreto del mapa, al tiempo que sonreía.
Berenguer lo miró perplejo. Aquello debía tratarse de una broma. No sabía si salir corriendo o descargar toda la rabia que le subía de golpe por las piernas en la cara de aquel pedante inculto.
- ¿El basurero? ¿Me has hecho venir para señalarme en un puñetero plano el lugar en el que duerme el montón de mierda que producimos cada día, y que por cierto ustedes son incapaces de reciclar?
- Tú hazme caso y empieza a contar billetes.
- Usted dirá --ironizó.
- Quiero que compres los solares que hay en los alrededores del vertedero.
- ¿Que los compre? ¿Yo? ¿Con qué dinero? ¿Y para qué quiero yo un montón de solares rodeando montañas de basura?
- Ahora estarán baratitos, pero incluso te ayudaremos con eso, no te preocupes. Cuando hayamos comprado tierra suficiente para levantar seis manzanas de edificios y centros comerciales… trasladamos el basurero, hacemos un gran parque en su lugar, y reclasificamos el suelo que lo rodea.
- ¿El mismo suelo que quieres que compre, no?
- Tú no. Crearás una sociedad, que a su vez pertenecerá a otra y así sucesivamente. El 25% del negocio es tuyo.
- Voy entendiendo, así que somos cuatro.
- Eso no te incumbe. Ahora lo que tienes que hacer es portarte bien y ayudarnos a ganar las elecciones.
- Oye, dime una cosa, ¿el jefe está metido en esto?
- Hasta el cogote.
- ¿Y si los propietarios no quieren vender?
- Tranquilo, la ciudad crece, la mierda también. Vamos a amenazarlos con expropiar porque el vertedero se está quedando pequeño. Y luego aparecerás tú con una oferta que no podrán rechazar. Incluso así ganaremos decenas de millones de euros.
Un camarero se acercó con discreción a preguntar si tomarían postre los señores, y, aunque declinaron, Berenguer no pudo evitar pensar en la guinda del pastel que le esperaba tras la cena.
Definitivamente, sería una noche inolvidable.
Pulsó con desconfianza y cierto nerviosismo el botón del ascensor mientras giraba sobre sí misma para admirar los detalles de la decoración del hall.Una sola figurita de cristal de aquellas que había en las mesas que servían para separar los sofás de cuero costaba lo que ella ganaba sirviendo copas cada fin de semana.
Batista caminaba sin rumbo, como casi cada noche últimamente, disertando consigo mismo entre naderías, titulares de periódicos, rostros ajenos y otros que le resultaban conocidos, mero instinto policial se dijo, escaparates luminosos brillando, ruidos de motos y coches, y los dibujos de un acerado que se afanaba en respetar una geometría casi perfecta, destrozada a ratos por las dentelladas de una vida en ciudad.Deambulaba absorto, jugando con pensamientos que pisaban pensamien
La noche y el frío me habían hecho aguzar los sentidos, por eso no tardé en notar que un tipo me seguía.Gordito, de mediana edad y estatura, jugaba a ser mi sombra de forma descarada. Tanto que a veces paraba para sentirlo detenerse y otras aceleraba el paso para verlo apresurarse con dificultad, debido a su sobrepeso. Alfonso nos vio entrar sin percatarse de quién era la compañía del policía.Me había enseñado su placa, que utilizó para abrirse camino entre los curiosos gruñendo “vamos a un sitio de confianza, que tenemos que hablar”. Me puse a correr nada más ganar la calle en la seguridad de que el gordo no tendría tiempo de alcanzarme aunque quisiera.No terminaba de asimilar lo que había pasado, era incapaz de imaginar qué podía llegar a ocurrir con un poli tan raro siguiéndome la pista, lo único que tenía claro es que necesitaba otro trago, pero esta vez en soledad. Abreu se ajustó el nudo de la corbata mirándose al espejo. Las cosas marchaban bien pero aquella era una noche importante. Tocaba convencer a los socios capitalistas de que serían capaces de reclasificar los miles de metros cuadrados de suelo que rodeaban el vertedero.Tenían la mayoría necesaria en el Ayuntamiento, la oposición no se enteraba de nada, y sólo había que tener cuidado con la Prensa. Aunque habían pasado unas cuantas horas llegué a La Gaviota con mal cuerpo y la imagen de Irma, encogida en su dolor, aún en la cabeza.Entré despacio y busqué al poli en la misma esquina del bar en que lo había dejado la noche anterior, tan previsible era. Anna disfrutaba cada mañana del tiempo en soledad, su jornada laboral arrancaba a las ocho pero era conocida entre el personal de seguridad del Ayuntamiento por llegar siempre una hora antes.Era un paréntesis sin ruidos ni llamadas telefónicas que le permitía recibir con la guardia bien alta a su jefe, acostumbrado a entrar puntualmente treinta minutos más tarde, con la escopeta cargada de peticiones. Último capítulo11
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