Batista caminaba sin rumbo, como casi cada noche últimamente, disertando consigo mismo entre naderías, titulares de periódicos, rostros ajenos y otros que le resultaban conocidos, mero instinto policial se dijo, escaparates luminosos brillando, ruidos de motos y coches, y los dibujos de un acerado que se afanaba en respetar una geometría casi perfecta, destrozada a ratos por las dentelladas de una vida en ciudad.
Deambulaba absorto, jugando con pensamientos que pisaban pensamien
La noche y el frío me habían hecho aguzar los sentidos, por eso no tardé en notar que un tipo me seguía.Gordito, de mediana edad y estatura, jugaba a ser mi sombra de forma descarada. Tanto que a veces paraba para sentirlo detenerse y otras aceleraba el paso para verlo apresurarse con dificultad, debido a su sobrepeso. Alfonso nos vio entrar sin percatarse de quién era la compañía del policía.Me había enseñado su placa, que utilizó para abrirse camino entre los curiosos gruñendo “vamos a un sitio de confianza, que tenemos que hablar”. Me puse a correr nada más ganar la calle en la seguridad de que el gordo no tendría tiempo de alcanzarme aunque quisiera.No terminaba de asimilar lo que había pasado, era incapaz de imaginar qué podía llegar a ocurrir con un poli tan raro siguiéndome la pista, lo único que tenía claro es que necesitaba otro trago, pero esta vez en soledad. Abreu se ajustó el nudo de la corbata mirándose al espejo. Las cosas marchaban bien pero aquella era una noche importante. Tocaba convencer a los socios capitalistas de que serían capaces de reclasificar los miles de metros cuadrados de suelo que rodeaban el vertedero.Tenían la mayoría necesaria en el Ayuntamiento, la oposición no se enteraba de nada, y sólo había que tener cuidado con la Prensa. Aunque habían pasado unas cuantas horas llegué a La Gaviota con mal cuerpo y la imagen de Irma, encogida en su dolor, aún en la cabeza.Entré despacio y busqué al poli en la misma esquina del bar en que lo había dejado la noche anterior, tan previsible era. Anna disfrutaba cada mañana del tiempo en soledad, su jornada laboral arrancaba a las ocho pero era conocida entre el personal de seguridad del Ayuntamiento por llegar siempre una hora antes.Era un paréntesis sin ruidos ni llamadas telefónicas que le permitía recibir con la guardia bien alta a su jefe, acostumbrado a entrar puntualmente treinta minutos más tarde, con la escopeta cargada de peticiones. Me bastó un puñado de días con sus noches para conocer al dedillo la rutina del periodista.Habitualmente se levantaba tarde porque tardaba en acostarse.Era raro que saliera del trabajo antes de la una de la madrugada, siempre solo y camin11
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La comisaría era un hervidero. Tanto que hasta el propio Batista, que se había levantado con una resaca memorable, fue convocado a una reunión de urgencia.Se tropezó en los pasillos con el alcalde y el chupatintas del Ayuntamiento cuya intervención años atrás resultara determinante para que lo apartasen, condenándolo de por vida a trabajos de oficina.
Último capítulo