A diferencia de sus hermanos mayores, Zlatan no recurrió a los sirvientes para una preparación previa de su encuentro nocturno con la reina. Solo se bañó como de costumbre y procuró usar bastante gel para tener un cabello presentable. Sin embargo, antes de colocarse su pijama, se miró el cuerpo desnudo en el espejo. Le había pedido a Panambi que no lo tocara y seguía firme en su postura. Pero si ella decidía cambiar de opinión, entonces no tendría otra opción más que ceder. “Ahora soy su esposo”, pensó Zlatan. “Debo complacerla en lo que pueda. Pero… ¿Qué hay de mí? ¿Acaso hay algo de malo en oponerme cuando llegue el momento? ¿Seré castigado si me resisto?” El miedo le hizo vestirse de inmediato para cubrir su desnudez. Incluso, se colocó una bata encima para que no se viera ni un atisbo de su piel. - Aún si soy un hombre, no tengo ese “instinto” – se dijo Zlatan, en voz alta – nunca tuve esa clase de deseos… no sé si tenga algo defectuoso. Repentinamente, recordó a la duquesa D
Uziel colocó el dispositivo de juegos para jugar una partida con su hermano. Estuvieron manipulando con unos controles un par de figuras de guerreros que lucían los cabellos parados y se batían a un duelo de puñetazos. Tras una intensa partida, ganó Zlatan. Uziel lanzó un bufido y rezongó: - ¡Ni que fuera divertido! Zlatan dio un suspiro y dijo: - Es en lo único que puedo ganarte. Soy el más débil de los cuatro y apenas sé de defensa personal. Por lo menos debo destacar en algo. - Tú eres el “cerebro” y yo soy el músculo – dijo Uziel – te preferimos como el tragalibros, así es que deja que te sigamos protegiendo mientras nos nutres con tu sabiduría, chico listo. - ¿Y entonces por qué siempre te burlas de mí cuando hablo de libros? – le cuestionó Zlatan. - ¡Porque soy un estúpido adolescente que se burla de todo! – respondió Uziel, agitando los brazos – Y aunque me vuelva adulto, la estupidez no se irá tan rápido. Si no… ¡Fíjate en Eber! ¡Sigue siendo tan idiota como en su adoles
- ¡Compórtate, Uziel! ¡No es digno de un príncipe! El muchacho escuchaba esa frase una y otra vez hasta el hartazgo. Pero, para él, su título no tenia ningún significado ya que pasó gran parte de su vida fuera de un palacio. “Al contrario que mis hermanos mayores, yo nunca recibí una educación estricta de príncipe”, pensó Uziel, mientras estudiaba en su habitación unas horas antes de su encuentro con la reina. “Durante mi infancia, me llevaba mejor con los niños plebeyos que con los hijos de los nobles y burgueses. Por eso me es más cómodo salir a pasear sin una escolta que cuide mi espalda” Tras un breve reposo, la reina se recuperó y pudo retornar a su trabajo habitual. Pero, esta vez, Brett y Eber la acompañaron para gestionar los documentos. Consideraron que así, Panambi no tendría sobrecarga de trabajos ni volvería a desmayarse del cansancio. En el fondo, el muchacho se sentía ansioso. Y es que, aún siendo un rebelde sin causa, nunca tuvo una aventura amorosa como lo tuvo Ebe
Tras el silencio, Uziel le dijo: - Aún si soy un rebelde y obstinado, sé bien cuál es mi lugar. Por eso, no me resistiré si quieres besarme… o algo más. Es eso lo que me hace un digno príncipe, ¿cierto? Panambi se acercó al muchacho y lo tomó del mentón. Uziel cerró los ojos y apretó los labios, mientras sus hombros temblaban. Aún si no lo decía abiertamente, no le gustaba la idea de llegar a ese punto de la relación. “Esta vez actuaré de otra forma”, se dijo Panambi. “Los adolescentes confían más en los adultos que acceden a escucharlos y respetarles su espacio personal. Quizás así logre detenerlo a mi lado, y más si de los hermanos, es el menos leal a su madre y patria”. - Lo de Zlatan me abrió los ojos. Si bien son mis esposos, eso no quiere decir que pueda aprovecharme de ustedes – dijo Panambi – Por eso, Uziel, quiero que seas sincero y respondas a mi pregunta: ¿Quieres que te bese? Uziel abrió los ojos ante la declaración de su esposa. Al final, respondió con un rotundo: -
- ¿Aun no encontraron nada? - No. ¿Y usted, querida esposa? - Nada aún. Cuando la reina se reunió con Brett en su habitación, tuvieron una breve charla sobre los documentos urgidos tanto en la oficina como en el depósito del palacio. Panambi aún recordaba lo que le reveló Uziel y lo que consiguió leer entre los apuntes de Brett. Como el joven príncipe acostumbraba a escribir las cosas que creía importantes en su anotador personal, la reina supuso que habría hecho algún apunte para resaltar los aspectos importantes sobre el secreto de su dinastía. “Coloqué todo de tal manera que Brett no se diera cuenta que inspeccioné su habitación. A todo esto…” - ¿Cómo está de salud, esposa? – le preguntó Brett. - Estoy bien, gracias a ustedes – le respondió Panambi. “¡Esta tratando de cambiar de tema!” - Me alegra poder escuchar eso – dijo Brett – me preocuparía si mi familia sufre algún daño. “¿Y si me considera su familia, por qué me oculta cosas?” En eso, decide acercarse a Brett y hac
- Mmmh… ¿La ex reina no estaría en peligro también? – Preguntó Eber – Ahora que ya no es reina, será blanco fácil para ese lunático. - Puede ser – dijo Zlatan – habría que avisarla de esto - Y supongo que también debemos avisar a la tal reina Jucanda – dijo Uziel – y mas por su dinastía, que es mucho más extensa que el de las demás reinas. - Roger cree que, una vez que se desentraña el gen de la juventud, éste se pueda transmitir de generación en generación de forma natural – indicó Panambi – Quizás, al ser Aurora la única sobreviviente de su dinastía y que no cuenta con ninguna descendencia, Roger querría ir por ella. Tendré que llamarla para que regrese al palacio. Panambi siguió leyendo. Ahí también explicaba, detalladamente, sobre el proceso de las células alteradas para mantener la piel tersa y suave, sin importar la edad del individuo. También tenía la teoría de que solo podía ser transmitido por el sexo femenino, lo cual pudo haber sido motivo por el que si o si se realizó
Eber permaneció boca arriba, mientras que Panambi le amarraba las muñecas y le contemplaba desnudo bajo ella. Luego, comenzó a acariciarle la piel, como si lo estuviese examinando a fondo. Los cabellos rojizos del príncipe estaban esparcidos por los costados en forma circular, como si fuesen llamaradas que pronto los consumiría por completo. - Han sido muy malos conmigo – refunfuñó Panambi, mientras comenzó a besarle el cuello – no deberían ocultarle cosas a su esposa. - ¿Entonces este fue el castigo que recibió Brett? – preguntó Eber, sin evitar estremecerse – Bueno, puedo liberarme de las sogas, pero, por ti, me contendré. Aún así, esto es peor que una tortura. Prefiero que me azotes. - No quiero dañar sus hermosos cuerpos – le susurró Panambi al oído, a la par que le daba un ligero mordisco en la parte arriba de la oreja – Ahora que sé que llevan el secreto de la juventud en la sangre. - ¿Y no te alegra tener a esposos que serán jóvenes y bellos por siempre? – le preguntó Eber,
Por su parte, Eber estaba vigilando la casa abandonada. En verdad parecía deshabitada de lejos pero, repentinamente, creyó ver a alguien asomándose por la ventana, como si se tratara de una persona capturada intentando escapar. - Puede que mi vista me engañe, pero hay alguien ahí – le dijo Eber a Van, que era uno de sus soldados extras. - No es por contradecirlo, su alteza – le dijo Van – pero el oficial a cargo ya mandó a sus guardias a que inspecciones esta casa. No encontraron nada. - Igual no hay que descontar que tengan alguna trampilla en el subterráneo – insistió Eber - ¿O acaso olvidaste de nuestra experiencia en el ducado de Celeste? Tanto Van y Rojo, como los escoltas del príncipe pelirrojo, se colocaron en distintos puntos, preparando sus rifles para acertar a cualquier sospechoso. Un poco después, Eber vio a Brett a lo lejos. Pero en lugar de acercarse, permaneció a una larga distancia. Eber recibió un mensaje de su hermano mayor diciéndole: - ¿Dónde están Zlatan y U