El príncipe Brett, junto a su hermano Zlatan, se dirigieron al palacio real en coche. Aunque tenían un chofer designado, Brett sabía conducir por lo que, durante el trayecto, se ofreció a tomar el volante para que el conductor pudiera descansar. Sin embargo, éste tenía otra opinión al respecto:
- Majestad, usted no debería siquiera molestarse – le dijo su chofer cuando se detuvieron en una parada – No es bueno que un príncipe conduzca un auto.
- Vamos, Mateo – le dijo Brett al conductor – son dos días de viaje y no me gustaría que terminara agotado. Aurora sabe conducir y eso que es una monarca. Bueno, ya abdicó, pero, para mí, sigue siendo una reina.
- Como usted diga, señor.
Y fue así que, cuando llegaron al palacio, todos quedaron asombrados al ver que en el asiento del conductor se encontraba Brett y no su chofer.
Ambos príncipes estaban acompañados de sus escoltas. Y cuando llegaron a la entrada del palacio, fueron recibidos por los guardias de la reina. Uno de ellos se acercó y le dijo:
- Príncipe Brett, su alteza la reina Panambi lo está esperando en su oficina, junto a la condesa Yehohanan y la ex reina Aurora. Desean hablar con usted a solas.
Al decir esto, el guardia miró a Zlatan, quien estaba al lado de Brett. El príncipe de lentes mantuvo su expresión neutra, pero Brett notó que a su hermano menor no le agradaba la idea por lo que, enseguida, le dijo en voz baja:
- No te pre… preocupes por mí. Si están tía Yeho y Aurora, e… estaré bien. E... ellas no per… permitirán que me hagan da… daño.
- Está bien – dijo Zlatan – respira hondo y no te apresures al hablar. Iré a la biblioteca del palacio a esperarte.
Brett asumió con la cabeza. Aunque Zlatan acababa de cumplir 18 años, era bastante maduro para su edad y el único de sus hermanos menores que era reacio a escuchar sus órdenes. Aún así, al igual que los otros, también tenía deseos de protegerlo, lo cual podía llegar a fastidiarlo. El joven príncipe prefería que le dieran su espacio y, en lo posible, que lo dejaran solucionar sus problemas solo.
Mientras Zlatan se dirigía a la biblioteca, Brett fue guiado por los guardias hasta la oficina de la nueva reina. Durante el camino recordó lo que leyó en los periódicos. La reina Panambi vivió en un orfanato tras el fallecimiento de sus padres, quienes eran unos simples carpinteros que vivían en el campo. Luego, fue adoptada por una familia de burgueses un poco antes de que el país se independizara de los reinos vecinos. Y cuando la ex reina Aurora restauró su trono, proclamó que solo estaría en el poder por diez años ya que deseaba instaurar la monarquía democrática. De esa forma, fundó un instituto donde aceptaron a diez chicas que deseaban ser reinas, para educarlas en tan importante cargo.
“Eso quiere decir que la nueva reina es una plebeya”, pensó Brett. “Bueno, no estoy en contra de que un plebeyo gobierne un país, pero estoy seguro que no a todos los miembros de la Corte les agrade esta situación. Por mi parte, solo me importa sus acciones, no sus orígenes. Porque digan lo que digan, todos somos iguales y merecemos el mismo respeto”.
Cuando llegó, los guardias abrieron la puerta para que pudiera ingresar.
La oficina era bastante amplia, tenía varios estantes llenos de documentos y libros bien gruesos. En un rincón estaba la mesa de la reina, la cual era bastante extensa pero bien ordenada, con todos los accesorios de oficina distribuidos de tal forma a agilizar el trabajo.
Detrás del escritorio se encontraba la reina. Era una muchacha joven, que estaría cerca de sus veinte. Tenía los cabellos cortos y negros, pero sus ojos eran azules como el mar. Lucía un vestido blanco sin mangas y tenía una pechera circular dorada que estilizaba su figura. A ojos de Brett, la nueva monarca era bastante bonita, por lo que no evitó sonrojarse levemente ante su presencia. Pero consiguió controlarse enseguida y, haciendo una leve reverencia, saludó:
- Bu… buenos días, su ma… majestad. Soy el príncipe Brett y he venido en respuesta a su me… mensaje. Espero que no la mo… moleste.
- Siempre tan formal, Brett – dijo una conocida voz a sus espaldas.
Brett dio media vuelta y se encontró con Aurora. La ex monarca tenía los cabellos largos hasta la cintura y, en esos momentos, lucía un sencillo vestido azul con un chaleco blanco. En su periodo de reina, solía llevar una corona de plumas que alternaba entre colores blanco, amarillo y dorado. Pero, en esos momentos, no llevaba nada en la cabeza.
La joven se acercó al príncipe y le dio un abrazo, el cual éste correspondió. Aunque era monarca, Brett la consideraba su amiga y, por eso, podía permitirse el lujo de dejar su etiqueta a un lado para conversar con ella.
- Has crecido, Brett – le dijo Aurora, contemplándolo por unos instantes – Casi no te he reconocido.
- Bueno, sigo siendo bastante pequeño para mi edad – dijo Brett – aunque tengo 24 años, muchos todavía me ven como un adolescente. Pero no me molesta, es más, lo uso a mi ventaja para enfrentarme a mis enemigos.
- Sí, lo sé. La gente siempre se deja llevar por la apariencia.
En la oficina también entró la condesa Yehohanan. Ésta llevaba los cabellos recogidos en un rodete y tenía un vestido negro, cubierto con una capa. También se acercó a Brett y lo abrazó, pero su expresión era de una profunda preocupación, el cual el joven príncipe notó. Pero antes de decirle algo, ella le dijo:
- Pase lo que pase, eres tú quien toma tus decisiones. No te sientas forzado a aceptar la petición de la reina, si no quieres. Un príncipe también puede decidir sobre su vida.
- ¿Pero qué está pasando? – preguntó Brett, confundido - ¿Es algo que me pueda incomodar?
- Bienvenidos sean todos – dijo la reina Panambi quien, en todo ese tiempo, prefirió mantenerse al margen – les he llamado por una propuesta que le tengo preparada al príncipe Brett del reino del Este. Por favor, tomen asiento.
Los tres se sentaron frente al escritorio de la reina en cómodas sillas de madera acolchadas. A su vez, la nueva monarca se sentó en su asiento de respaldo alto con apoyabrazos, el cual estaba adornado con motivos de serpientes con alas en las cabezas. Ella miró fijamente a Brett a los ojos y éste, aunque tuvo deseos de esquivar la mirada, no lo hizo. Se mantuvo firme y sereno, tal como lo dictaba su etiqueta.
Tras un breve silencio, la reina Panambi le dijo:
- Antes de que llegaras, he hablado con tu cuidadora y la ex monarca debido a que, por un reglamento que ellas mismas crearon en el primer año de nuestra independencia, debía hablar con ellas si quería reclamar por tu mano. Pero, a mi parecer, pienso que la propuesta que tengo para ti te será muy conveniente y será una oportunidad única de protegerte de aquellos quienes te desprecian por tus orígenes. ¿No lo crees, joven príncipe?
- He estado bien, hasta ahora – dijo Brett con calma – tanto mis hermanos y yo logramos salir de cualquier situación. Además, nuestro hermano mayor nos guía y orienta para poder defendernos y llevar adelante el ducado que le fue cedido hace tiempo.
Brett notó que Panambi mostró una ligera sonrisa, como si esperaba escuchar eso. La nueva monarca apoyó los codos sobre la mesa, descansó el mentón sobre sus dos manos entrelazadas y, mostrando una expresión de simpatía, dijo:
- Durante mi periodo de estudiante en el Instituto de las Reinas, he leído acerca de un código antiguo, donde estipulaba que una monarca podía contraer nupcias con varios hombres para unificar las tribus. Por supuesto, eso se abolió cuando se propagó las enseñanzas de La Doctrina. Pero ahora que somos un estado laico, podemos rever ciertas leyes y alejarnos de los dogmas que solo frenan los avances propios de una sociedad moderna. ¿No lo crees?
Tanto Brett como Aurora y Yehohanan se miraron entre sí, debido a que no entendían las extrañas palabras de la reina. Brett supuso que ella solo les habló de su intención de casarse con él, pero no le mencionó dicho código. Y antes de hacer su pregunta, la misma reina respondió:
- Iré al grano: me gustaría casarme con los cuatro.
- ¡¿¡Los cuatro!?! – dijeron Brett, Aurora y Yehohanan, al unísono.- Así es – insistió la reina – si bien la idea es pedir por la mano del príncipe Brett, pienso que lo mejor para ambos reinos sería que me casara con todos los príncipes solteros del Este. El príncipe Rhiaim ya saldría de la ecuación por estar casado con usted, condesa Yehohanan – ante esto, le sonrió a la condesa – y los demás príncipes que quedaron en el reino del Este también formaron sus propias familias, según las fuentes. Por lo tanto, me gustaría casarme con los que quedan y, así, forjar alianza entre naciones.- Si me permite, su majestad – dijo la condesa Yehohanan – los príncipes han sido educados para servir a sus esposas y forjar alianzas entre familias de la nobleza. Sería un desbalance tomar a TODOS ellos y contenerlos en un harén cuando pueden casarse con otras damas solteras de la Corte o, ¿por qué no? que uno de ellos se case con la siguiente reina al mando…- Ah, el contrato matrimonial tendría fecha
Los príncipes Brett y Zlatan regresaron al ducado junto a la reina Panambi y la condesa Yehohanan. La ex reina Aurora permaneció en el palacio, ya que quería poner a punto algunos asuntos para que la nueva monarca pudiese iniciar ya mismo con su mandato sin inconvenientes.El grupo fue recibido por el duque Rhiaim y los príncipes Eber y Uziel. Éstos se acercaron a Brett y comenzaron a atiborrarle de preguntas.- ¿Cómo te fue la estadía?- ¿De verdad nos casaremos todos con la reina?- ¿Siquiera eso es posible?- ¡Cálmense, muchachos! – les reprendió Brett - ¡No olviden sus etiquetas y saluden a la nueva reina como dignos príncipes!De inmediato, los dos príncipes revoltosos se fijaron en Panambi y, enseguida, inclinaron sus cabezas ante ella a modo de saludo, diciendo:- Bienvenida, su alteza. Esperamos que se sienta a gusto en nuestro hogar.- El placer es mío, majestades – dijo Panambi, respondiendo el saludo del mismo modo – espero que nos llevemos muy bien y acepten mi propuesta d
Si bien Aurora lo rechazó, terminaron siendo muy buenos amigos. Ella lo apoyó con un buen instructor para que pudiese mejorar sus problemas de dicción, mientras que él la protegió a ella y a su novio desde las sombras, en agradecimiento por haberlo tratado como un ser humano y respetado su decisión de vivir en paz en el reino.Lamentablemente, la reina Jucanda se enteró de eso. Pero en lugar de decepcionarse por el rechazo de la reina, le elogio por dejar una primera buena impresión a la Corte del reino del Sur, accediendo también a incrementarle sus ingresos de príncipe e incentivándolo a cautivar a la siguiente monarca que surgiría en diez años por la voluntad del pueblo.- La reina Panambi parece buena – dijo Brett – emana un aura diferente a nuestra madre… o las demás reinas. Por eso, hermano, quería decirte que, esta vez, si estaré bien. Ya no soy el chico tímido de antes.- Lo sé – dijo Rhiaim – pero sabes que siempre puedes contar conmigo y los demás hermanos mayores, que nos a
La reina Panambi se llevó ambas manos en la boca al ver cómo Brett pudo derribar al soldado fácilmente. Gracias a un par de sirvientes que sentían simpatía por los príncipes, ella supo que un soldado quiso arremeter contra sus esposos, valiéndose de una reciente norma interna del palacio que la ex monarca creó para evitar que dañaran el jardín, para “castigarlos” por su reciente infracción. Lo primero que pensó la nueva monarca fue: “Oh, no. Mi esposo es muy débil, no podrá contra ese soldado”, por lo que de inmediato avisó a Eber y Uziel para que lo apoyaran. Y apenas llegaron, lo primero que dijo Eber fue: - ¡Jah! ¿De verdad ese tonto soldado pensó que podría derribar a Brett? ¡Pero si es el más fuerte de los cuatro! Después de mí, por supuesto. - ¡Rayos! ¡Me he perdido la pelea! ¡Le habría derribado a ese intrépido soldado de una! – bramó Uziel. - Esposa querida, de verdad lo lamento – dijo Brett, acercándose a la reina – no dañé ninguna planta, puede verificarlo por usted mis
De los demás reinos, era el único que no se situaba en la Capital por lo que, la mayoría de los eventos protocolares y reuniones diplomáticas internacionales, se organizaban en una residencia especial construida en la ciudad. Pero las reuniones del consejo se celebraban en la sala de reuniones del palacio. Cuando llegaron, fueron recibidos por un mayordomo y cuatro damas, todos vestidos con conjuntos negros, ya que era el uniforme oficial de la servidumbre. El mayordomo llevaba una corbata blanca para marcar su rango. Éste, al ver a los príncipes, se acercó a ellos y les dijo: - Bienvenidos, majestades. La reina Panambi los está esperando en su oficina. Pero, mientras, tendrán una hora para acomodarse en sus habitaciones asignadas. Estas muchachas – continuó, señalando a las cuatro mujeres de negro – serán sus damas personales. Si necesitan algo, pueden acudir a ellas para gestionar a los sirvientes que estarán a cargo de servirlos. - Gracias por el recibimiento – le dijo Brett – e
Todos quedaron en silencio ante las preguntas de Zlatan. Brett, en el fondo, intuía que se podría tratar de algún enemigo del nuevo régimen que, por A o B motivo, buscaba desestabilizar el gobierno robándose a los niños para aumentar el inconformismo del pueblo. Y mientras se debatía internamente sobre eso, Panambi dijo: - Puede ser que se trate de un mismo grupo. Quizás aprovecharon el cambio de mando para hacer sus fechorías y arruinar mi reputación como reina. La verdad me preocupa que surja esto y, por otro lado, me alegro haber tomado esta decisión de casarme con ustedes para crear un gobierno más fuerte y próspero en los próximos diez años. Por cierto, ¿qué creen que podemos hacer? ¿Por dónde iniciar? Ya hice mi parte mejorando la vigilancia del ducado del Sol y ducado de Jade. Ahora es su turno. - Habría que unir todos los testimonios – dijo Eber, tomando la iniciativa – y ver si tienen algo en común. Tampoco podemos descartar que sean casos aislados. - Si se trata de un gru
Zlatan y Uziel salieron, acompañados de sus escoltas, a buscar reunirse con la duquesa Sofía para hablar sobre la desaparición de los niños en su reciente ducado. Sin embargo, el príncipe de los lentes tenía otros planes para poder extender su paseo y, así, recopilar más información sobre el caso. Esto era porque temía que fuese la única vez que su esposa los dejara salir a sus anchas ya que, como sus esposos, terminaría por recluirlos en el palacio con la excusa de “protegerlos” de sus enemigos. - No entiendo por qué Brett y Eber se quedaron – comentó Uziel. - Como son los mayores, la reina juzgó necesario confiarles a ellos las reglas y cómo debemos comportarnos a partir de ahora – razonó Zlatan – además, sería extraño que saliéramos todos con apenas unos cuantos días de casados. - ¡Uf! ¡Otra vez las benditas reglas! – resopló Uziel, inflando las mejillas. - Al menos nuestra esposa parece una buena persona – dijo Zlatan – pero sospecho que decidió tomarnos como esposos por otras
Brett estaba paseando por el patio del Palacio, pensando en muchas cosas. Entre ellas, las promesas que la reina les hizo si se mantenían siempre a su lado. “Me pregunto si realmente era necesario que se casara con los cuatro”, pensó Brett. “Pero, aún así, estoy entusiasmado. Pensar que podemos ayudar a muchas personas siendo esposos de la reina… a todo esto, ¿será que Zlatan y Uziel lograron algo en su salida? Espero que no se entretengan demasiado ahí afuera” Cerca del árbol de naranjo vio que habían instalado un banquito. Pensó que eso era algo nuevo, debido a que en sus visitas anteriores al palacio nunca lo vio ahí. Recordó que, en los primeros años de estancia en el país, solía visitar el palacio con sus hermanitos porque la reina Aurora habilitó un espacio para leerles cuentos a los niños. El joven príncipe aprovechaba esos horarios para ir a leer o entrenar en el campo de entrenamiento. Supuso que fue durante esos periodos en que los nobles se fijaron en él y quisieron forza