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Capítulo 1. El llamado de la nueva reina (2da parte)

Y mientras almorzaban, entró en el comedor el mayordomo del castillo, hizo una reverencia y anunció:

- Majestades, tengo un mensaje de la actual reina Panambi para su alteza el príncipe Brett.

- ¿Para… mí? – preguntó Brett, recuperando su capacidad de habla.

- La reina desea verlo en persona. Tiene una propuesta interesante que ofrecerle.

- ¿Qué será? – se preguntó Eber, en voz alta.

- ¿Será que la reina querrá casarse con nuestro hermano? – preguntó un imprudente Uziel.

Repentinamente, el rostro de Brett palideció. Ya de por sí tenía la piel tan blanca que parecía enfermizo, pero ese momento perdió todo rastro de color. Sus hombros temblaron y su estómago se cerró, perdiendo así su apetito. Eber, al notar el nerviosismo de Brett, apoyó una mano sobre su hombro y le dijo:

- Brett, aún no sabemos si será eso. Sabes que ni siquiera la reina puede forzarte a un matrimonio por conveniencia. Nuestra tía Yeho se encargó de solucionar el problema.

- Lo… lo sé – respondió Brett, intentando serenarse – Solo que… ¿No crees que soy el chico más apático y aburrido del mundo? Es decir, la reina actual puede elegir entre ustedes. ¿Por qué me escogería a mí?

- ¡Ay, Brett! ¡Pero si eres el más apuesto de los cinco! – dijo Eber, ampliando su sonrisa - ¡Si por lo menos te recogieras esa melenota de león que llevas en tu cabeza, atraerías las miradas en segundos!

A excepción de Zlatan, los demás hermanos llevaban los cabellos bien largos. Pero Brett tenía la particularidad de tenerlos ondulados, por lo que siempre se le enredaban cuando dormía o entrenaba. El resto los llevaban lacios y les eran más sencillo peinarse por sí solos, sin depender de los sirvientes que les ayudasen con esa tarea. A pesar de todo, para el joven príncipe eso no era malo, debido a que consideraba sus largos cabellos como un escudo para evitar que los demás le miraran a los ojos. Eber no mentía cuando le decía que era apuesto e, incluso, su belleza había cautivado la atención de la prensa cuando recién llegó el reino hasta el punto que la propia Corte quiso forzarlo a casarse con la entonces reina Aurora, argumentando que harían una buena pareja y forjarían una alianza eterna y permanente entre naciones, a pesar de que Aurora solo gobernaría por diez años debido a que quería instaurar un sistema democrático y variar con respecto a los demás reinos, donde se mantenía la monarquía hereditaria.

- No te metas con mi cabello, Eber – le advirtió Brett a su hermano pelirrojo – al menos no cometí la locura de teñírmelo de rojo… o amarillo, como tú y Uziel.

- ¡Oye! ¡No te metas en mis asuntos! – refunfuñó Uziel.

- ¡No trates así a Brett o te las verás conmigo, enano! – le dijo Eber a Uziel, señalándolo con el dedo.

- ¡Cállate, payaso!

- ¡Maldito mocoso!

Eber y Uziel comenzaron a pelear. Brett y Zlatan, por su parte, decidieron ignorarlos y seguir comiendo. En un momento, Zlatan le preguntó:

- ¿Vas a ir?

- Si es un llamado de la reina, no puedo rechazarlo – respondió Brett, con una media sonrisa – Descuida, estaré bien. Ya no soy el chico tímido de antes.

- Iré contigo – dijo Zlatan, mirándolo seriamente – Puede que no sepa pelear y sea el más débil de los cinco, pero puedo enfrentar a los de la Corte y servirte de apoyo si quieren forzarte a algo que no quieres.

- Gracias, Zlatan. Pero, ¿no estará sola la duquesa Dulce? ¡Si casi siempre vas a visitarla en su castillo para leer juntos!

- Ella estará bien – dijo Zlatan – Es una buena amiga, podrá entender la situación.

- Bueno, como digas.

Brett sabía que Zlatan era bastante esquivo con la gente y, por lo general, prefería estar solo que asistiendo a una fiesta como lo haría cualquier chico de su edad. Pero tenía un aire de misterio capaz de atraer a las chicas, siendo la duquesa Dulce una de ellas. El joven príncipe envidiaba a Zlatan debido a eso, ya que se consideraba como alguien poco interesante y que, si no fuera por su título de príncipe, nadie siquiera le prestaría atención.

Y mientras conversaban, apareció el príncipe Rhiaim en le comedor. Éste no pudo acompañarlos porque fue a inspeccionar a los nuevos integrantes de su ejército privado, el cual lo obtuvo poco después de ser nombrado duque. Y a pesar de estar muy ocupado, siempre buscaba algún rincón de su apretada agenda para pasar el tiempo con sus hermanitos y supervisarlo en sus actividades.

Apenas entró, Eber y Uziel dejaron de pelear y regresaron a su sitio. El mayordomo le informó del mensaje y el príncipe Rhiaim también se preocupó, pero mantuvo la compostura. Luego, se sentó al lado de Brett y le dijo:

- No tienes que ir, si no quieres.

- Iré, hermano – dijo Brett – me acompañará Zlatan.

- Me preocupa que te quieran recluir en el palacio, como sucedió hace diez años…

- Por favor, hermano, déjame lidiar con esto por mi cuenta. Si pasa algo, te llamaré. Además, el palacio está cerca de la Capital, donde vive tía Yeho. Sé que ella me protegerá con sus espías porque soy el hermano de su querido y hermoso esposo. ¿No es así?

Las mejillas de Rhiaim se colorearon levemente. Y es que, a pesar de que vivían separados por sus respectivos cargos, ellos mantenían intacto su amor. Por lo que cada vez que se reencontraban, dedicaban su tiempo el uno al otro para ponerse al día y amarse como verdaderos esposos. Brett, por su parte, soltó una pequeña risita porque, aunque era de los hermanos más calmados, también tenía un lado rebelde y travieso que solía sacar relucir en pocas ocasiones.

Rhiaim, al darse cuenta, hizo sonar su garganta y, con un semblante serio, dijo:

- Está bien, respetaré tu decisión. Ya eres un adulto y es hora de que aprendas a cuidarte por tu cuenta. ¿No? En cuanto a tu trabajo…

- Yo me encargaré, hermano – intervino Eber – dirigiré a los soldados para proteger ambos ducados de los secuestradores de niños.

- ¡Esos malditos sabandijas! – bramó Uziel, apretando los puños con rabia - ¿Por qué se empecinan tanto en capturar a los niños? ¡Y no les importa sus estatus! Hijos de nobles, burgueses, plebeyos… ¡Todos están en peligro!

- Ah, y por supuesto controlaré a que Uziel no cometa otra de sus locuras – añadió Eber.

- ¡Mira quien habla! ¡El payaso que se lanza a un bandido armado con pistola y tiene a niños de cinco años en sus brazos!

- ¡Deja de llamarme payaso y respétame como tu hermano mayor!

- ¡Por supuesto que sí, hermano mayor payaso!

- ¡Ya dejen de pelear o volveré a castigarlos! – cortó Rhiaim, haciendo que Eber y Uziel se calmaran al instante.

- Bi… bien, confío en que E… Eber se encargue – dijo Brett – A… ahora que lo pi… pienso, pu… puedo pedirle a… ayuda a la reina con este ca… caso.

- Sí, puede que necesitemos de intervención de la reina – dijo Zlatan – ya que la desaparición de niños no solo afecta al ducado de la duquesa Dulce ni al de nuestro hermano, sino también a muchos otros pueblos que están alejados de la zona cosmopolita del país.

- Es una buena idea – dijo Rhiaim, sonriéndole a Brett – puede que sea demasiado esfuerzo pedirle ayuda con esto, pero ya no hay salida. La ex reina Aurora no está al mando y, hasta ahora, nos valimos de nuestros propios recursos para proteger a los niños. Quizás sea hora de que haya una intervención real y acudir a una reina es lo mejor para cortar de raíz con este problema.

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Un hombre vestido con bata blanca y un par de lentes redondos, le estaba extrayendo sangre a un pequeño niño sedado. Luego, colocó la sangre en una máquina, pulsó algunos botones y extrajo de ellas un líquido acuoso, con el cual se lo inyectó en las venas de su rostro.

Una vez terminado con eso, se miró al espejo y sonrió: creyó haber visto un par de arrugas ausentes en su rostro.

Escuchó el sonido de la puerta que interrumpió su tarea.

La puerta se abrió. Un hombre alto y con un copete en la cabeza entró, diciéndole:

- Señor Roger, hemos capturado a otro par de niños con éxito.

- Por ahora mantenlos encerrados en el subsuelo y llévate a éste – señaló al niño dormido – ya no lo necesito. Le saqué todo lo que tenía.

- Sí, señor.

El hombre del copete cargó al niño en brazos y se marchó.

Roger se volvió a mirar al espejo y le dijo a su reflejo:

- Este es tan solo el primer paso. Pero si quiero descubrir el secreto de la eterna juventud, debo capturar a “esa persona”. Solo así podré lograr mi propósito de ser joven y bello por siempre.

Con esas palabras, retumbaron sus risas por toda la habitación, mientras un par de gotas de sangre de su jeringa se esparcieron por su bata.

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