Brett estaba paseando por el patio del Palacio, pensando en muchas cosas. Entre ellas, las promesas que la reina les hizo si se mantenían siempre a su lado. “Me pregunto si realmente era necesario que se casara con los cuatro”, pensó Brett. “Pero, aún así, estoy entusiasmado. Pensar que podemos ayudar a muchas personas siendo esposos de la reina… a todo esto, ¿será que Zlatan y Uziel lograron algo en su salida? Espero que no se entretengan demasiado ahí afuera” Cerca del árbol de naranjo vio que habían instalado un banquito. Pensó que eso era algo nuevo, debido a que en sus visitas anteriores al palacio nunca lo vio ahí. Recordó que, en los primeros años de estancia en el país, solía visitar el palacio con sus hermanitos porque la reina Aurora habilitó un espacio para leerles cuentos a los niños. El joven príncipe aprovechaba esos horarios para ir a leer o entrenar en el campo de entrenamiento. Supuso que fue durante esos periodos en que los nobles se fijaron en él y quisieron forza
El príncipe Rhiaim estaba caminando por las calles de la Capital sin su escolta. Si bien usaba un velo y se vistió como plebeyo para que no lo reconocieran, sus largos cabellos ocultos bajo el sombrero no paraban de llamar la atención de los transeúntes que pasaban cerca suyo.Y entre ellos estaban los soldados que quisieron agredir a Brett en el palacio.Empecinados con la idea de lastimar al mayor de los príncipes, fueron a la Capital para enfrentarlo en la mansión de la condesa. Pero grande fue la sorpresa cuando lo vieron por las calles, mezclado entre la multitud y con un aspecto de un simple turista.- ¡Jah! ¿Pretende llevarse bien con los sureños vistiéndose como nosotros? ¡Que osado!- Y también es bastante idiota para ir por ahí sin su escolta. ¡Será pan comido!Lo que no sabían era que Rhiaim ya sintió que alguien lo acechaba a lo lejos. Así es que, en lugar de dirigirse directamente a la mansión de su esposa, tomó el camino más largo y se metió en un pequeño callejón. Ahí,
Al siguiente día, Brett se encontraba con los ánimos bajos. Si bien la reina pasó su tiempo con él y con Eber, parecía que ella se entendía más con el segundo debido a que se la pasó charlando con él a lo largo del recorrido dentro del palacio. “Aún si soy su esposo, eso no significa que deba enamorarse de mí”, pensó el joven príncipe. “Mis hermanos menores son mucho más interesantes. Incluso Zlatan, quien también es bastante introvertido, tiene su aire de misterio que atrae a las chicas”. Se quedó mirando por la ventana de su cuarto, que daba al bosque. Como permaneció en la Capital por varios días antes de la boda, ya se había acostumbrado al bullicio de los vehículos, tranvías y transeúntes. Pero ahora todo estaba en silencio, apenas se escuchaban a los pajaritos cantando a lo lejos, con el intento de reemplazar los sonidos de motores y gritos de vendedores ambulantes. Y mientras reflexionaba sobre los últimos acontecimientos, escuchó que alguien golpeaba en la puerta. Eso le ex
La secretaria pegó un grito al ver cómo el joven príncipe, con todo lo delicado que aparentaba ser, derribó a sus guardias fácilmente. En eso, Brett comentó: - ¿De verdad nuestra esposa pretendía “protegernos” con unos escoltas tan débiles? ¡Menos mal que no abandoné el entrenamiento! - ¡Sí! ¡El Brett rebelde ha renacido! – exclamó un alegre Eber, con los puños levantados. Zlatan se acercó a la secretaria y le dijo: - Si se entera, dile que no pudiste detenernos. Asumiremos la responsabilidad para que no se desquite con usted, señorita. - Descuiden, majestades. Yo les cubriré – prometió la secretaria - ¡Contamos contigo! Brett tomó el mando, mientras el resto subieron a los asientos traseros. Una vez a bordo, partieron directo a la Capital. Durante el camino, Zlatan intentó comunicarse con Uziel desde su dispositivo comunicador. Pero no obtuvo respuesta. - ¡Ese niño! – gruñó Zlatan. - No sé por qué presiento que encontraremos un río de personas noqueadas por nuestro hermanit
Cuando llegaron a la Capital, encontraron el vehículo que se robó Uziel a unos metros de la entrada, sobre la avenida principal. Y, un poco más, vieron a un montón de personas amontonándose en un rincón, por lo que fueron a ver lo que sucedía. Resultó que un par de matones estaban molestando a un anciano. Uziel, al ver esto, se interpuso y los noqueó fácilmente, ganando la admiración del público. - ¿Ese no es uno de los esposos de la reina? - ¡Sí! ¡El más joven! Tengo entendido que solo tiene quince. ¿Y ya cuenta con tanta fuerza a su edad? - Aunque no me agradan los príncipes, me alegro ver que uno de ellos le dé su merecido a los bravucones. ¡Bien ahí, muchacho! Brett, Eber y Zlatan se acercaron a Uziel, lo tomaron de los brazos y, de inmediato, lo arrastraron lejos de la multitud. Al principio el muchacho intentó resistirse, pero al ver las miradas de enfado de Brett y Zlatan, decidió calmarse. El único que no parecía molesto era Eber quien, incluso, lo elogió por su acción.
Cuando los príncipes regresaron al palacio, la reina los mandó a la oficina donde, de inmediato, se arrodillaron por el suelo y exclamaron al unísono: - ¡Lo sentimos! Panambi no pudo evitar pensar que actuaban como niños siendo regañados por una travesura. Pero en lugar de perder la compostura, mantuvo una expresión neutra y les dijo: - Ahora que son mis esposos, con más razón deben ir con cuidado. ¿No saben de lo que son capaces de hacer los enemigos de una reina? ¡Muchos de mis opositores no ven la hora en que yo o alguno de ustedes de un paso en falso para desprestigiarme! No estoy en contra de que visiten a su hermano o a la condesa pero, por favor, deben avisarme con antelación y salir acompañados de sus escoltas, que para eso están. La reina dio un largo suspiro y, dándoles la espalda, se acercó a su escritorio. Abrió un cajón y sacó de él un conjunto de llaves. Volvió a girar para mirarlos, les mostró las llaves y les dijo: - Se quedarán encerrados en sus habitaciones, con
Tal y como lo prometió la reina, los príncipes fueron liberados a la hora del desayuno. Debido a la conmoción de la noche anterior, Brett no tuvo apetito para cenar y, durante la mañana, devoró todo lo que tenía por delante con tal rapidez que impresionó a su dama personal. - ¡Cuidado, alteza! ¡Puede atragantarse! – le aconsejó su dama. Brett tomó la taza de leche para hacer pasar los alfajorcitos que había tragado casi sin masticar. Luego, tomó aire y exclamó: - ¡Todo está delicioso! ¡Gracias por la comida! La dama no evitó sonreír ante la forma en que el príncipe disfrutaba del desayuno y le agradecía por el trabajo de servirlo personalmente. Pero en lugar de hacer algún comentario, solo atinó a hacer una reverencia y retirar los restos de comida para limpiar la habitación. Cerca de las diez, Brett se sacó su pijama y se colocó una camisa blanca con pantalones negros. Se miró al espejo y trató de desenredar sus revoltosos cabellos, sin éxito. Al final, decidió atarlos en una co
Los dos soldados asumieron con la cabeza y, poco a poco, se relajaron. Brett notó que aún eran nuevos en esto y parecía que no le guardaban rencor por sus orígenes. “Aunque sean provisorios, están dispuestos a seguir mis órdenes”, pensó Brett. “Quizás pueda iniciar con ellos para hacerme de aliados dentro del palacio. Por ahora, solo queda probar si podré confiar en su lealtad hacia mí y mis hermanos”. - Dado que hoy estaré todo el día en el palacio, no creo que necesite de sus servicios – les dijo Brett a Rojo y Van – Sin embargo, quiero que me hagan un favor desinteresado. - Si, lo que usted ordene, majestad – dijo Rojo. - Quiero una lista de todos los soldados y personal del palacio que muestren cierto recelo hacia mi y a mis hermanitos. Me encantaría hacerlo por mi cuenta pero, ¿saben? Mi salud es muy delicada y ahora me siento muy mal. Quisiera que pudieran hacer esa tarea por mi hasta que me recupere. A cambio, les cumpliré a cada uno un deseo. Los guardias se sorprendieron