Al siguiente día, Brett se encontraba con los ánimos bajos. Si bien la reina pasó su tiempo con él y con Eber, parecía que ella se entendía más con el segundo debido a que se la pasó charlando con él a lo largo del recorrido dentro del palacio. “Aún si soy su esposo, eso no significa que deba enamorarse de mí”, pensó el joven príncipe. “Mis hermanos menores son mucho más interesantes. Incluso Zlatan, quien también es bastante introvertido, tiene su aire de misterio que atrae a las chicas”. Se quedó mirando por la ventana de su cuarto, que daba al bosque. Como permaneció en la Capital por varios días antes de la boda, ya se había acostumbrado al bullicio de los vehículos, tranvías y transeúntes. Pero ahora todo estaba en silencio, apenas se escuchaban a los pajaritos cantando a lo lejos, con el intento de reemplazar los sonidos de motores y gritos de vendedores ambulantes. Y mientras reflexionaba sobre los últimos acontecimientos, escuchó que alguien golpeaba en la puerta. Eso le ex
La secretaria pegó un grito al ver cómo el joven príncipe, con todo lo delicado que aparentaba ser, derribó a sus guardias fácilmente. En eso, Brett comentó: - ¿De verdad nuestra esposa pretendía “protegernos” con unos escoltas tan débiles? ¡Menos mal que no abandoné el entrenamiento! - ¡Sí! ¡El Brett rebelde ha renacido! – exclamó un alegre Eber, con los puños levantados. Zlatan se acercó a la secretaria y le dijo: - Si se entera, dile que no pudiste detenernos. Asumiremos la responsabilidad para que no se desquite con usted, señorita. - Descuiden, majestades. Yo les cubriré – prometió la secretaria - ¡Contamos contigo! Brett tomó el mando, mientras el resto subieron a los asientos traseros. Una vez a bordo, partieron directo a la Capital. Durante el camino, Zlatan intentó comunicarse con Uziel desde su dispositivo comunicador. Pero no obtuvo respuesta. - ¡Ese niño! – gruñó Zlatan. - No sé por qué presiento que encontraremos un río de personas noqueadas por nuestro hermanit
Cuando llegaron a la Capital, encontraron el vehículo que se robó Uziel a unos metros de la entrada, sobre la avenida principal. Y, un poco más, vieron a un montón de personas amontonándose en un rincón, por lo que fueron a ver lo que sucedía. Resultó que un par de matones estaban molestando a un anciano. Uziel, al ver esto, se interpuso y los noqueó fácilmente, ganando la admiración del público. - ¿Ese no es uno de los esposos de la reina? - ¡Sí! ¡El más joven! Tengo entendido que solo tiene quince. ¿Y ya cuenta con tanta fuerza a su edad? - Aunque no me agradan los príncipes, me alegro ver que uno de ellos le dé su merecido a los bravucones. ¡Bien ahí, muchacho! Brett, Eber y Zlatan se acercaron a Uziel, lo tomaron de los brazos y, de inmediato, lo arrastraron lejos de la multitud. Al principio el muchacho intentó resistirse, pero al ver las miradas de enfado de Brett y Zlatan, decidió calmarse. El único que no parecía molesto era Eber quien, incluso, lo elogió por su acción.
Cuando los príncipes regresaron al palacio, la reina los mandó a la oficina donde, de inmediato, se arrodillaron por el suelo y exclamaron al unísono: - ¡Lo sentimos! Panambi no pudo evitar pensar que actuaban como niños siendo regañados por una travesura. Pero en lugar de perder la compostura, mantuvo una expresión neutra y les dijo: - Ahora que son mis esposos, con más razón deben ir con cuidado. ¿No saben de lo que son capaces de hacer los enemigos de una reina? ¡Muchos de mis opositores no ven la hora en que yo o alguno de ustedes de un paso en falso para desprestigiarme! No estoy en contra de que visiten a su hermano o a la condesa pero, por favor, deben avisarme con antelación y salir acompañados de sus escoltas, que para eso están. La reina dio un largo suspiro y, dándoles la espalda, se acercó a su escritorio. Abrió un cajón y sacó de él un conjunto de llaves. Volvió a girar para mirarlos, les mostró las llaves y les dijo: - Se quedarán encerrados en sus habitaciones, con
Tal y como lo prometió la reina, los príncipes fueron liberados a la hora del desayuno. Debido a la conmoción de la noche anterior, Brett no tuvo apetito para cenar y, durante la mañana, devoró todo lo que tenía por delante con tal rapidez que impresionó a su dama personal. - ¡Cuidado, alteza! ¡Puede atragantarse! – le aconsejó su dama. Brett tomó la taza de leche para hacer pasar los alfajorcitos que había tragado casi sin masticar. Luego, tomó aire y exclamó: - ¡Todo está delicioso! ¡Gracias por la comida! La dama no evitó sonreír ante la forma en que el príncipe disfrutaba del desayuno y le agradecía por el trabajo de servirlo personalmente. Pero en lugar de hacer algún comentario, solo atinó a hacer una reverencia y retirar los restos de comida para limpiar la habitación. Cerca de las diez, Brett se sacó su pijama y se colocó una camisa blanca con pantalones negros. Se miró al espejo y trató de desenredar sus revoltosos cabellos, sin éxito. Al final, decidió atarlos en una co
Los dos soldados asumieron con la cabeza y, poco a poco, se relajaron. Brett notó que aún eran nuevos en esto y parecía que no le guardaban rencor por sus orígenes. “Aunque sean provisorios, están dispuestos a seguir mis órdenes”, pensó Brett. “Quizás pueda iniciar con ellos para hacerme de aliados dentro del palacio. Por ahora, solo queda probar si podré confiar en su lealtad hacia mí y mis hermanos”. - Dado que hoy estaré todo el día en el palacio, no creo que necesite de sus servicios – les dijo Brett a Rojo y Van – Sin embargo, quiero que me hagan un favor desinteresado. - Si, lo que usted ordene, majestad – dijo Rojo. - Quiero una lista de todos los soldados y personal del palacio que muestren cierto recelo hacia mi y a mis hermanitos. Me encantaría hacerlo por mi cuenta pero, ¿saben? Mi salud es muy delicada y ahora me siento muy mal. Quisiera que pudieran hacer esa tarea por mi hasta que me recupere. A cambio, les cumpliré a cada uno un deseo. Los guardias se sorprendieron
El viaje se realizó sin contratiempos. De vez en cuando se detenían para ir al baño, comer o descansar. Brett y Uziel, cada tanto, se ofrecían a conducir para que su chofer pudiese descansar y, así, viajar más rápido. Cuando llegaron al pueblo, fueron recibidos por el alcalde, quien les ofreció alojarse en su mansión para que pudieran completar la misión. A modo de gratitud, besó dos veces las manos de la reina y, con lágrimas en los ojos, le dijo: - Bendita sea la mujer que la tuvo y la cuidó para estar al mando. Ha llegado en el momento justo. En verdad estoy muy desesperado. - Calma y cuéntame todo, señor alcalde – le pidió Panambi, con una sonrisa gentil. El alcalde respiró hondo, se secó las lágrimas y le explicó lo sucedido. - Debido a las desapariciones, hemos prohibido la entrada de extraños sin que presenten sus identificaciones. También, instauramos un toque de queda, donde capturamos a cualquier persona (adulto o niño) que transite por la calle a horas indebidas. Pero,
Los gritos retumbaron por toda la sala. Panambi no evitó mostrar una mueca de dolor al ver la situación del criminal. Zlatan se colocó al lado de Brett y, señalando a la reina, le dijo al bandido: - Por si no te has dado cuenta, nuestra esposa nos está observando. Y queremos causarle una buena impresión. No es saludable para una dama presenciar tanta violencia, así es que le pedimos que colabore con nosotros y responda a la pregunta de mi hermano mayor. - ¡Púdranse! – fue lo único que les dijo el bandido. Zlatan tomó el martillo de Brett y, esta vez, le rompió otro dedo. Los demás bandidos comenzaron a gritar de horror, al ver cómo su compañero era torturado por esos dos jóvenes. - ¡Ufa! ¡Les tocó uno difícil! – intervino Eber – Quizás debamos empezar por el más débil… ¿Qué tal éste? – señaló a uno que tenía la cara completamente pálida y no dejaba de llorar – pero no usen martillos, eso es aburrido. - Encontré esta pistola – dijo Brett, rebuscando en la caja de herramientas –