Dos días más tarde. Gianina caminaba de un lado a otro en la biblioteca de la mansión, con el corazón acelerado y el teléfono apretado entre sus dedos, los cuales ya se habían puesto blancos por la fuerza ejercida.Por su parte, Adriano estaba sentado frente a ella, revisando unos documentos que habían encontrado durante la última semana. Ambos llevaban días investigando, sintiendo que algo en todo lo que había alrededor de Antonio, Sarah y Alessio Lazzari no cuadraba del todo. Había demasiados cabos sueltos, demasiadas preguntas sin resolver.—No puede ser… —dijo Adriano en un murmullo apenas audible, con la mirada fija en uno de los documentos, antes de alzar la vista hacia Gianina, con el rostro serio como si estuviera en un funeral—. Esto es peor de lo que pensábamos.—¿Qué encontraste? —preguntó Gianina, con un tono apremiante, mientras se acercaba a él.—Mira estos registros… —respondió Adriano, señalando unas copias de certificados de defunción y los testamentos—. Aquí dice qu
Adriano caminó hacia la ventana, mirando las luces de la ciudad que brillaban a lo lejos. Estaba claro que estaban en una encrucijada peligrosa, y lo que hicieran a continuación sería crucial.—Tienes razón —repuso, por fin, con la mandíbula en tensión—. Esto ya no es solo un asunto personal. Se ha vuelto algo mucho más grande. Y necesitamos ayuda.—¿Qué tipo de ayuda? —preguntó Gianina, con escepticismo.Adriano se giró hacia ella, con una mirada decidida.—Necesitamos un aliado en las altas esferas, alguien con el poder suficiente como para poder desmantelar la red de Antonio y de Alessio. Conozco a un par de personas que podrían ayudarnos, pero también necesitamos pruebas más contundentes de lo que hemos encontrado. No podemos acusarlos sin una evidencia clara.—Y si estamos en lo correcto —murmuró Gianina, con la mirada perdida en un punto invisible de la habitación—, eso significa que Antonio está vivo, en algún lugar, probablemente viendo cómo todo su plan se desarrolla sin que
La oficina de Ramiro Dalessandro estaba envuelta en un silencio asfixiante. Las luces parpadeaban débilmente sobre las cabezas de Adriano y Gianina, reflejando sus expresiones tensas y desencajadas. El video de la funeraria, donde dos figuras misteriosas cambiaban el cuerpo en el ataúd de Antonio, seguía reproduciéndose en la pantalla como un recordatorio de la devastadora revelación que acababan de descubrir: Antonio Rossi no estaba muerto. Todo había sido una cruel farsa.Gianina respiraba con dificultad, como si el aire en la habitación se hubiera vuelto demasiado denso para sus pulmones. Se sentía atrapada en una pesadilla que no tenía fin, mientras las imágenes del video se reproducían una y otra vez en su mente, torturándola.—No… —murmuró, su voz rota, casi inaudible—. No puede ser verdad.Adriano, con el ceño fruncido, intentaba mantenerse firme, aunque su propio mundo también se desmoronaba. Se acercó a ella, intentando encontrar las palabras, pero todo lo que podía sentir er
—No puede ser… —gimió, casi sin aire—. Sarah era… ella era mi amiga, ¡mi mejor amiga!Adriano la miró con extremo dolor. Sabía que lo que tenía para decirle eran palabras filosas, pero no podía evitarlo, ella tenía que saberlo.—Sarah nunca fue tu amiga, Gianina —repuso con amargura—. Fingió serlo para manipularte. Antonio, Sarah y Alessio estaban detrás de todo. Alessio, con sus contactos en la clínica, se aseguró de que el procedimiento fuera manipulado para que quedaras embarazada de mí. Así ellos nos tendrían a ambos donde querían. Sarah y Antonio planearon todo desde el principio, incluso su falsa muerte, para poder controlarte desde las sombras.Gianina sintió una oleada de náuseas, como si todo su cuerpo estuviera reaccionando al horror que acababa de escuchar. La traición de Sarah, la manipulación de Antonio… Era demasiado, demasiado para soportar. Se llevó una mano a la boca, tratando de contener el grito que luchaba por salir de su garganta.—¿Por qué harían algo así? —pregu
—Tengo la posible ubicación en donde puede que esté Francesco —dijo Ramiro mirando su teléfono móvil.—Guíame —ordenó Adriano—. Iremos directo hasta allí.La noche se cernía como un manto espeso sobre la ciudad. Apenas unas luces distantes de las farolas delineaban las calles vacías que se extendían frente al auto, y el ruido del motor era lo único que rompía el silencio inquietante. En el interior del vehículo, la tensión era casi palpable.Adriano conducía con el ceño fruncido, apretando el volante hasta que sus nudillos se volvieron blancos, como si pudiera aferrarse a algo de control en medio de un caos que parecía escapársele. Cada curva que tomaba era un recordatorio de la urgencia, de lo que estaba en juego. No había margen para errores.—Recibí un mensaje anónimo hace media hora —dijo Ramiro, rompiendo el silencio mientras revisaba su teléfono con una expresión concentrada—. Alguien los vio sacando a Francesco en una camioneta negra cerca de la estación de tren.Gianina, senta
Adriano pisó el acelerador con más fuerza, llevándolos más rápido hacia su destino. Los edificios industriales a su alrededor se alzaban como gigantes de metal y concreto, grises y vacíos, proyectando sombras alargadas bajo la tenue luz de las farolas. El ambiente era sombrío, pesado, como si la misma ciudad estuviera confabulando en su contra.—¿Qué pasa si llegamos tarde? —preguntó Gianina, incapaz de contener la pregunta que le desgarraba el corazón.Ramiro no respondió de inmediato. Sus ojos estaban fijos en el mapa de su teléfono, analizando la información, buscando cualquier otra pista que pudiera ayudarlos. Pero cuando finalmente habló, su voz fue tranquila, casi metódica:—No vamos a llegar tarde. Nos moveremos rápido. Si están nerviosos, como dijo el testigo, no están preparados para un enfrentamiento directo.—Y si lo están —añadió Adriano, su mandíbula tensa—, estaremos listos.El silencio se apoderó del auto durante varios minutos mientras se acercaban a la estación. La ans
La tensión en el aire era insoportable. Tras el breve reconocimiento inicial, Adriano y Ramiro se apartaron un poco de la estación para discutir un plan concreto. Sabían que no tenían mucho tiempo. Francesco estaba cerca, y la posibilidad de que fuera vendido en una red de tráfico de niños era una realidad que los desgarraba por dentro. Gianina se mantenía cerca, con los ojos llenos de miedo, pero también con una determinación que no podía ignorarse.—No podemos esperar más —dijo Ramiro, ajustándose la chaqueta y mirando hacia la estación—. Si no nos movemos rápido, lo perderemos.Adriano asintió, con la tensión grabada en el rostro. Era más que consciente de que el tiempo jugaba en su contra. Cada minuto que pasaba era un paso más lejos de Francesco y más cerca de perderlo para siempre.—Está bien, pero lo haremos con cuidado —replicó Adriano, mirando a Ramiro—. No podemos arriesgarnos a que descubran que estamos aquí. Si lo hacen, se irán con él, y no podremos encontrarlo.Gianina s
Gianina se sentó en el asiento trasero del coche mientras Matteo, con Marco como copiloto, conducía a toda velocidad hacia la mansión. El silencio en el interior del vehículo era pesado, solo roto por el ronroneo constante del motor. Gianina miraba por la ventana, pero no veía nada. Su mente estaba completamente enfocada en Francesco, en las aterradoras posibilidades de lo que podría estar sucediendo en ese momento o de lo que podría sucederle, si Ramiro y Adriano no lograban rescatarlo a tiempo.Cada vibración del teléfono la hacía saltar, esperando una actualización de Adriano o Ramiro, cualquier noticia que pudiera aliviar el nudo de ansiedad que se había instalado en su pecho. Pero el teléfono seguía en silencio y lo único que recibía era notificaciones de sus redes sociales que poco le importaban en ese momento.Matteo, consciente del estado emocional de Gianina, le dedicaba miradas rápidas a través del retrovisor. Sabía que no había nada que pudiera decirle para calmarla, pero l