El aire estaba cargado de tensión mientras Adriano y Ramiro avanzaban entre las sombras, con las armas listas, los músculos tensos, y el corazón de Adriano golpeando como un tambor en su pecho. La visión de la camioneta negra estacionada frente al vagón oxidado le hizo apretar la mandíbula. Sabía que Francesco estaba cerca, y que cada segundo que pasaba lo acercaba más al peligro.—Están moviéndose rápido —murmuró Ramiro, agazapado junto a Adriano, observando cómo dos hombres armados revisaban el interior del vagón, mientras otro discutía con alguien por teléfono—. Si no intervenimos ya, lo suben a esa camioneta y lo perdemos —repitió.Adriano asintió, sintiendo que la desesperación lo consumía. No podían permitirse ni un solo error. La vida de Francesco dependía de ellos.—¿Cuántos hombres crees que hay? —preguntó Adriano, manteniendo su voz baja pero firme.Ramiro escaneó rápidamente el perímetro.—Tres fuera, probablemente otros dos adentro del vagón. Cuatro en total. Tal vez más e
El coche avanzaba en la oscuridad de la noche, dejando atrás la estación abandonada y el horror que casi les había arrebatado a Francesco.El pequeño con los ojitos aún llenos de lágrimas y de miedo, se había acurrucado en los brazos de Adriano, a quien consideraba su salvador. El silencio en el interior del coche era tranquilo, pero cargado de emociones que ni Adriano ni Ramiro ni mucho menos Francesco eran capaces de expresar en voz alta.Ramiro, quien conducía con la mirada fija en la carretera, lanzó una rápida mirada al retrovisor, viendo cómo Adriano acariciaba el cabello desordenado de Francesco, aún incrédulo de que lo había recuperado sano y salvo. Si bien lo habían contratado, no había podido compartir las emociones de ese momento. Después de todo, él también era padre y no imaginaba qué sería de él si algo así le pasaba a uno de sus hijos.—Ya está todo bien —murmuró Ramiro, aunque su tono reflejaba que aún no podía bajar la guardia, cuando vio que Francesco se había quedad
Después de semanas de incertidumbre y de amenazas, Gianina, Adriano, los cuatrillizos, Francesco e incluso Johanna se mudaron nuevamente a la mansión Messina, donde se estaba quedando también Claudio, el hermano de Adriano, por una cuestión de seguridad. Al fin y al cabo, ¿quién podía fiarse mucho tiempo más de la mansión Rossi? Nadie, claramente. Después de todo, Antonio estaba vivo y nadie mejor que él para conocer los puntos flacos de la vivienda.Por esto, la mansión Messina se había convertido en un refugio, pero también en el escenario de tensiones crecientes. Los días pasaban bajo una sensación constante de peligro inminente.Ahora, todos vivían juntos bajo el mismo techo y la enorme vivienda se sentía más llena, pero eso no significaba que estuvieran mucho más tranquilos. Los problemas de la empresa y las amenazas externas lejos de mejorar habían empeorado y pesaban sobre todos, incluidos los empleados, quienes cumplían con sus tareas a rajatabla, pero con caras largas y preoc
El aire en el despacho de Antonio Rossi, que se encontraba en el refugio en el que se había escondido durante todo ese tiempo desde su fingida muerte, estaba cargado de tensión.Alessio Lazzari entró, sin anunciarse, y cerró la puerta detrás de él, consciente de que algo malo estaba sucediendo. No era propio de Antonio citarlo porque sí de la absoluta nada, y mucho menos a su hija.Sarah ya se encontraba sentada en el sillón, mirando a su padre con total recelo, pensando lo mismo que Alessio. ¿Qué diablos quería ahora? ¿Qué había pasado para que los hubiera citado con tanta urgencia?El silencio que siguió a la llegada de Alessio fue sofocante, solo roto por el eco de la ciudad que se colaba a través de la ventana entreabierta.Antonio, por su parte, no podía dejar de pensar que el tiempo se les acababa y que Claudio Messina, ese maldito infeliz que había decidido regresar después de quince años, estaba demasiado cerca de exponerlos.—Estamos con la soga al cuello —comenzó a decir Ant
Mientras tanto, en la mansión Messina, Adriano y Gianina se encontraba en la sala de estar. Adriano había estado callado durante gran parte de la tarde, y Gianina lo notaba distante, preocupado. Intrigada y también preocupada por él, se acercó y se sentó a su lado en el sofá.—Adriano, no puedes seguir así. Llevas días sin dormir… —comenzó a decir Gianina.Sin embargo, Adriano la interrumpió.—No puedo, Gianni. He descubierto tantas cosas en estos días… —Soltó un suspiro cansado. Su voz sonaba apagada, algo poco propio en él—. Mi padre y Antonio tuvieron una historia mucho más oscura y en parte triste de lo que jamás podría haber imaginado…Gianina lo miró atentamente, esperando a que continuara. Adriano miraba al vacío, como perdido en sus pensamientos.—Mi padre siempre me hizo creer que Antonio se había apartado de nuestra familia por elección propia, que simplemente había decidido seguir otro camino. Pero no fue así —continuó Adriano, con la voz llena de amargura y cansancio—. Mi
Claudio Messina se encontraba sentado en el salón principal de la mansión de la familia, observando con atención un plano detallado que había extendido sobre la gran mesa de roble. Así como había descubierto el escondite de Antonio Rossi, también se había hecho con un plano del mismo sitio y ahora lo miraba fijamente, con ojos calculadores, mientras sus ideas tomaban forma en su mente.Alrededor de Claudio, Adriano y Gianina aguardaban en silencio, respetando el tiempo que él necesitaba para hilar cada detalle. Mientras que Johana, quien había llegado unos momentos antes, y que era crucial, ya que conocía mejor que cualquiera de ellos a Antonio Rossi, permanecía a un lado, atenta y lista para intervenir en cualquier momento.—Bien, lo primero que necesitamos —comenzó a decir Claudio, rompiendo el silencio, por fin— es reducir las opciones de escape de Rossi. Está rodeado, lo sabemos, pero, aun así, no podemos permitirnos subestimarlo. Conoce el terreno mejor que nadie y tiene una vent
Adriano inspiró profundamente y soltó el aire con lentitud, mientras sus ojos se encontraban con los de Gianina, y, por un momento, el peso que sentía sobre los hombros pareció disminuir, al menos, un poco. Era un breve consuelo, pero suficiente como para que pudiera centrarse en lo verdaderamente importante.—Claudio —dijo, entonces, con un tono más sereno—, confío en ti y lo sabes. Pero tenemos que asegurarnos que no haya fallos en el plan. Si algo sale mal…Claudio asintió, comprendiéndolo sin necesidad de que terminara la frase.—Tranquilo, he pensado en eso. Y no estamos solos. Tengo un par de personas de confianza que están dispuestas a ayudarnos y estarán listas para cuando demos la señal. Sin embargo, necesito que tú y Gianina se ocupen de mantener a salvo a los niños. Déjennos a Johana y a mí manejar el resto.Johana intervino, en apoyo de las palabras de Claudio.—Ya he hablado con algunos conocidos de confianza, contactos que he hecho en estos años. Ellos también estarán li
La tarde comenzaba a teñir el horizonte de un tono rojizo, anunciando la noche, mientras la operación se ponía en marcha.Claudio Messina, junto a Johana y un equipo de la policía federal (Polizia di Stato) de encubierto, se movían por los alrededores del escondite de Antonio Rossi, en completo silencio, conscientes de que no tenían margen de error.Mientras que, en el otro extremo de la ciudad, Adriano y Gianina permanecían en la mansión, protegiendo a los niños, quienes creían que podrían ser el potencial blanco de la venganza de Rossi, si Claudio, Johana y la policía no lograban detenerlo.Gianina, con los brazos cruzados sobre su pecho y una grave expresión en su rostro, observaba el jardín a través del enorme ventanal de la sala, mientras los niños jugaban en la sala contigua, ajenos a la tormenta que los rodeaba.Ella podía sentir el peso del peligro sobre sus hombros, pero también la necesidad de ser el pilar fuerte que mantenía todo en pie.Adriano se encontraba sentado cerca