La oficina de Ramiro Dalessandro estaba envuelta en un silencio asfixiante. Las luces parpadeaban débilmente sobre las cabezas de Adriano y Gianina, reflejando sus expresiones tensas y desencajadas. El video de la funeraria, donde dos figuras misteriosas cambiaban el cuerpo en el ataúd de Antonio, seguía reproduciéndose en la pantalla como un recordatorio de la devastadora revelación que acababan de descubrir: Antonio Rossi no estaba muerto. Todo había sido una cruel farsa.Gianina respiraba con dificultad, como si el aire en la habitación se hubiera vuelto demasiado denso para sus pulmones. Se sentía atrapada en una pesadilla que no tenía fin, mientras las imágenes del video se reproducían una y otra vez en su mente, torturándola.—No… —murmuró, su voz rota, casi inaudible—. No puede ser verdad.Adriano, con el ceño fruncido, intentaba mantenerse firme, aunque su propio mundo también se desmoronaba. Se acercó a ella, intentando encontrar las palabras, pero todo lo que podía sentir er
—No puede ser… —gimió, casi sin aire—. Sarah era… ella era mi amiga, ¡mi mejor amiga!Adriano la miró con extremo dolor. Sabía que lo que tenía para decirle eran palabras filosas, pero no podía evitarlo, ella tenía que saberlo.—Sarah nunca fue tu amiga, Gianina —repuso con amargura—. Fingió serlo para manipularte. Antonio, Sarah y Alessio estaban detrás de todo. Alessio, con sus contactos en la clínica, se aseguró de que el procedimiento fuera manipulado para que quedaras embarazada de mí. Así ellos nos tendrían a ambos donde querían. Sarah y Antonio planearon todo desde el principio, incluso su falsa muerte, para poder controlarte desde las sombras.Gianina sintió una oleada de náuseas, como si todo su cuerpo estuviera reaccionando al horror que acababa de escuchar. La traición de Sarah, la manipulación de Antonio… Era demasiado, demasiado para soportar. Se llevó una mano a la boca, tratando de contener el grito que luchaba por salir de su garganta.—¿Por qué harían algo así? —pregu
—Tengo la posible ubicación en donde puede que esté Francesco —dijo Ramiro mirando su teléfono móvil.—Guíame —ordenó Adriano—. Iremos directo hasta allí.La noche se cernía como un manto espeso sobre la ciudad. Apenas unas luces distantes de las farolas delineaban las calles vacías que se extendían frente al auto, y el ruido del motor era lo único que rompía el silencio inquietante. En el interior del vehículo, la tensión era casi palpable.Adriano conducía con el ceño fruncido, apretando el volante hasta que sus nudillos se volvieron blancos, como si pudiera aferrarse a algo de control en medio de un caos que parecía escapársele. Cada curva que tomaba era un recordatorio de la urgencia, de lo que estaba en juego. No había margen para errores.—Recibí un mensaje anónimo hace media hora —dijo Ramiro, rompiendo el silencio mientras revisaba su teléfono con una expresión concentrada—. Alguien los vio sacando a Francesco en una camioneta negra cerca de la estación de tren.Gianina, senta
Adriano pisó el acelerador con más fuerza, llevándolos más rápido hacia su destino. Los edificios industriales a su alrededor se alzaban como gigantes de metal y concreto, grises y vacíos, proyectando sombras alargadas bajo la tenue luz de las farolas. El ambiente era sombrío, pesado, como si la misma ciudad estuviera confabulando en su contra.—¿Qué pasa si llegamos tarde? —preguntó Gianina, incapaz de contener la pregunta que le desgarraba el corazón.Ramiro no respondió de inmediato. Sus ojos estaban fijos en el mapa de su teléfono, analizando la información, buscando cualquier otra pista que pudiera ayudarlos. Pero cuando finalmente habló, su voz fue tranquila, casi metódica:—No vamos a llegar tarde. Nos moveremos rápido. Si están nerviosos, como dijo el testigo, no están preparados para un enfrentamiento directo.—Y si lo están —añadió Adriano, su mandíbula tensa—, estaremos listos.El silencio se apoderó del auto durante varios minutos mientras se acercaban a la estación. La ans
La tensión en el aire era insoportable. Tras el breve reconocimiento inicial, Adriano y Ramiro se apartaron un poco de la estación para discutir un plan concreto. Sabían que no tenían mucho tiempo. Francesco estaba cerca, y la posibilidad de que fuera vendido en una red de tráfico de niños era una realidad que los desgarraba por dentro. Gianina se mantenía cerca, con los ojos llenos de miedo, pero también con una determinación que no podía ignorarse.—No podemos esperar más —dijo Ramiro, ajustándose la chaqueta y mirando hacia la estación—. Si no nos movemos rápido, lo perderemos.Adriano asintió, con la tensión grabada en el rostro. Era más que consciente de que el tiempo jugaba en su contra. Cada minuto que pasaba era un paso más lejos de Francesco y más cerca de perderlo para siempre.—Está bien, pero lo haremos con cuidado —replicó Adriano, mirando a Ramiro—. No podemos arriesgarnos a que descubran que estamos aquí. Si lo hacen, se irán con él, y no podremos encontrarlo.Gianina s
Gianina se sentó en el asiento trasero del coche mientras Matteo, con Marco como copiloto, conducía a toda velocidad hacia la mansión. El silencio en el interior del vehículo era pesado, solo roto por el ronroneo constante del motor. Gianina miraba por la ventana, pero no veía nada. Su mente estaba completamente enfocada en Francesco, en las aterradoras posibilidades de lo que podría estar sucediendo en ese momento o de lo que podría sucederle, si Ramiro y Adriano no lograban rescatarlo a tiempo.Cada vibración del teléfono la hacía saltar, esperando una actualización de Adriano o Ramiro, cualquier noticia que pudiera aliviar el nudo de ansiedad que se había instalado en su pecho. Pero el teléfono seguía en silencio y lo único que recibía era notificaciones de sus redes sociales que poco le importaban en ese momento.Matteo, consciente del estado emocional de Gianina, le dedicaba miradas rápidas a través del retrovisor. Sabía que no había nada que pudiera decirle para calmarla, pero l
El aire estaba cargado de tensión mientras Adriano y Ramiro avanzaban entre las sombras, con las armas listas, los músculos tensos, y el corazón de Adriano golpeando como un tambor en su pecho. La visión de la camioneta negra estacionada frente al vagón oxidado le hizo apretar la mandíbula. Sabía que Francesco estaba cerca, y que cada segundo que pasaba lo acercaba más al peligro.—Están moviéndose rápido —murmuró Ramiro, agazapado junto a Adriano, observando cómo dos hombres armados revisaban el interior del vagón, mientras otro discutía con alguien por teléfono—. Si no intervenimos ya, lo suben a esa camioneta y lo perdemos —repitió.Adriano asintió, sintiendo que la desesperación lo consumía. No podían permitirse ni un solo error. La vida de Francesco dependía de ellos.—¿Cuántos hombres crees que hay? —preguntó Adriano, manteniendo su voz baja pero firme.Ramiro escaneó rápidamente el perímetro.—Tres fuera, probablemente otros dos adentro del vagón. Cuatro en total. Tal vez más e
El coche avanzaba en la oscuridad de la noche, dejando atrás la estación abandonada y el horror que casi les había arrebatado a Francesco.El pequeño con los ojitos aún llenos de lágrimas y de miedo, se había acurrucado en los brazos de Adriano, a quien consideraba su salvador. El silencio en el interior del coche era tranquilo, pero cargado de emociones que ni Adriano ni Ramiro ni mucho menos Francesco eran capaces de expresar en voz alta.Ramiro, quien conducía con la mirada fija en la carretera, lanzó una rápida mirada al retrovisor, viendo cómo Adriano acariciaba el cabello desordenado de Francesco, aún incrédulo de que lo había recuperado sano y salvo. Si bien lo habían contratado, no había podido compartir las emociones de ese momento. Después de todo, él también era padre y no imaginaba qué sería de él si algo así le pasaba a uno de sus hijos.—Ya está todo bien —murmuró Ramiro, aunque su tono reflejaba que aún no podía bajar la guardia, cuando vio que Francesco se había quedad