13 de Julio de 1815, Londres Esa mañana se sentía devastado, su cuerpo se sentía frágil y tenía los sentimientos a flor de piel, no había podido dormir como Dios manda la noche anterior con tantos pensamientos dentro de su cabeza, la cual parecía que iba a explotar en cualquier momento. Por otra parte, John había vuelto a tener fiebres, por lo que tuvo que cuidar de él durante la madrugada, cubriéndolo con paños de agua y manteniendo la estancia a una temperatura adecuada, cerró las cortinas y mantuvo el fuego en la chimenea a todo dar. No soportó la idea de quedarse en la habitación principal, con tantas memorias revoloteando, así que terminó dormitando de a ratos en una silla mecedora que había en el cuarto de niños junto a la cuna de su hijo, la cual se suponía que Penélope usaría para dar pecho a su retoño, donde lo acurrucaría hasta que se quedara dormido. Los recuerdos seguían llegando y el dolor que embotaba su cabeza no desaparecía desde el día anterior, tenía un humor de perr
Su anterior conversación con Amelia donde le explicaba que debía mantener su dignidad y que además, por su bien era mejor que dejara de escaparse de la mansión a causa de un hombre, había sido tomada en cuenta y en consecuencia tuvo resultados favorables, pues Evangeline estaba atenta y gracias al cielo no había vuelto a escuchar ruidos en la alcoba junto a la suya a tempranas horas de la mañana. Amelia retomó su rutina de levantarse tarde y somnolienta desde aquel día, pero lamentablemente no había rastros del misterioso caballero que ella estuvo frecuentando y su actitud se mostraba un tanto apesadumbrada y tenía la mirada triste. Sin embargo, eran sentimientos que ocultaba demasiado bien frente a su hermano mayor y a sus padres, con ellos era la Amelia que todos conocían: parlanchina, muy activa, alegre y preguntona; no obstante cuando estaba a solas con Evangeline dejaba esa máscara atrás, y ella podía escuchar los profundos suspiros de la joven que tan sólo quería encontrar un esp
Esa tarde había dejado atrás los días lluviosos para darle paso a un clima fresco y soleado, aunque las nubes hacían acto de presencia a lo largo del día no había vuelto a llover como si se vinera el cielo abajo. El mercado principal no era su lugar favorito, no obstante le gustaba hacer las compras y caminar un poco, aunado a eso se sentía satisfecha al saber que consiguieron las provisiones necesarias, y además, había estirado las piernas un rato, ya que no había vuelto a salir de la mansión desde que Lord Thomas le indicara que debía mantener un muy bajo perfil y que ante cualquier acontecimiento debía ocultarse ante las personas para evitar ser reconocida, así pues, realmente requería esa salida de un par de horas para sentir la libertad.Evangeline disfrutaba de la suave brisa mientras iban de regreso a la mansión, cerraba los ojos y con una sonrisa imaginaba todo lo bueno que le había pasado a lo largo del día, era una costumbre que había desarrollado desde niña para alejar los
‒ Pues sí, mi padre era Peter Gateley, Barón de Lasseter ‒ comentó encogiéndose un poco de hombros, no sabía qué más podía decir y se sentía un tanto inferior, ya estaba claro que sí era la hija de un barón pero también era evidente que no gozaba de los privilegios de ser tal cosa, puesto que no tenía fortuna ni ningún legado, así que no le veía el sentido a esa conversación ‒. No obstante, no puedo alardear mucho al respecto ‒ continuó sirviendo la última taza, la suya, a ella le gustaba el té cargado, con partes iguales de leche e infusión, y con tres cucharadas de azúcar, no toleraba los sabores insípidos.‒ ¿Por qué no? ‒ preguntó Thomas cruzándose de brazos y escudriñándole el rostro con la mirada ‒ Deberías estar orgullosa de ese hecho, tienes un puesto que te pertenece en la alta sociedad.‒ Pues, cuando no se tiene dinero, milord, le aseguro que es difícil mantener ese puesto con la frente en alto ‒ lo miró por sobre la taza de té muy fijamente, solía desafiar a su primo con l
14 de Julio de 1815, Londres. Esa mañana se había despertado temprano como solía hacerlo, al saltar de la cama en medio de un bostezo se estiró correctamente para preparar su cuerpo ante el nuevo día, primero brazos, espalda, cuello y al final las piernas, era una sensación liberadora que le fascinaba, para luego ir en dirección a las enormes ventanas que decoraban una pared de la estancia que daban con la calle principal y corrió las cortinas, inmediatamente los rayos del sol impregnaron la habitación, le encantaba ese efecto, disfrutaba mucho sentir el suave calor en el rostro y ver la manera en la que cada objeto se iluminaba dentro del cuarto.Era irónico la forma en la que podía escuchar perfectamente las quejas de su madre en su mente, cada que le reclamaba que debía alejarse de las ventanas o su cara se llenaría de pecas y se vería fea por eso, ella hacía una mueca por la cual era reprendida aún más, pero ya tenía algunas pecas
Evangeline escapó despavorida, no podía salir corriendo o parecería algo sospechoso, entonces optó por caminar lo más rápido que pudo hasta que desapareció de la vista del conde, escuchó que él le gritaba algo en la lejanía pero ella no pensaba mirar atrás bajo ninguna circunstancia, no podía ser descubierta y había aprendido la lección, salir a la ligera no era una opción sensata por su parte.En el momento exacto en que el pequeño se acercó y se colocó frente a ella, supo sin contemplación alguna que la había reconocido, su carita estaba iluminada y tenía una sonrisa encantadora, era guapo, se veía que gozaba de buena salud, con sus cabellos dorados y ojos azul cobalto que la miraban con profundidad, Evangeline no tenía dudas de que cuando creciera rompería más corazones de los que podría contar. Por consiguiente, en el instante en el que el bebé colocó sus regordetas manos sobre su regazo sintió el verdadero terror, su cuerpo se paralizó como el de la estatua en el centro de la pla
17 de Julio de 1815, Londres.Al llegar a la mansión donde residía su familia se encontró con un hervidero, todos andaban de allá para acá como si hubiera sucedido una gran conmoción, pero James sabía que las cosas no eran así, simplemente eran muchas personas conviviendo en una misma estancia, lo cual hacía parecer que hubiera una algarabía cuando simplemente estaban conversando entre ellos. Él iba casi todas las tardes a tomar el té, para no perder la costumbre enseñada por su madre de pasar el mayor tiempo posible conviviendo los unos con los otros, y después de tanto tiempo viviendo en el campo se sentía muy a gusto compartiendo con sus hermanos, además eran de ayuda para con el pequeño John quien disfrutaba mucho estar con las personas, sobre todo si lo mimaban y consentían todo el rato. Mientras Sebastian le regalaba más juguetes de los que podía utilizar, Colin le daba nanas con el violín antes de su hora de dormir la siesta, Derek le leía en las tardes o antes de dormir en las
Regresó a la mansión Blakewells después de comer con su familia a la hora de la cena, no estaba pasando mucho tiempo en su propia casa, que era uno de sus objetivos principales para poder despojarse de la sensación impersonal que le generaba la vivienda, se sentía como si estuviera viviendo en un lugar ajeno, pero en ese momento se encontraba satisfecho de que esa tarde las diferencias entre Benedict y Josephine se hubieran resuelto, ya que recordaba ocasiones en las que sus hermanos se reñían durante semanas, pero eso sucedía más que todo entre los hermanos menores o entre Benedict y Marcus, y definitivamente la última opción era de las más fuertes, dado que ambos tenían ideas muy diferentes.Al día siguiente no hizo gran cosa, se mantuvo en su hogar junto a John, a quien llevó a dar un paseo a caballo, para luego pasar la tarde jugando en el jardín, además hicieron algo parecido a un picnic. Ese día no fue a visitar a su familia, pues sabía que aunque no sería una gran festividad, t