Los Guardianes del Éter
Los Guardianes del Éter
Por: Ross Diple
1.Sin vuelta atrás

 Introducción del libro.

Profecía del Infante del Etér 

En el año en que las estrellas se alineen y la luna brille con un halo dorado,

Nacerá un niño, o una niña, de poder sin igual,

El Infante del Éter, portador de la luz y la sombra,

Capaz de manipular los cuatro elementos, y el tiempo dominar. Del aire, su aliento nacerá,

Del fuego, su espíritu arderá,

De la tierra, su fuerza se levantará,

Y del agua, su corazón fluirá. Mas, en su mirada, el flujo del tiempo danzará,

Capaz de detener el amanecer, o de apresurar el ocaso,

Un ser de destino incierto,

Un guardián o un destructor, dependiendo de su camino elegido. Los sabios del Éter han hablado,

Los cielos y la tierra lo han proclamado,

El Infante del Éter será tanto esperanza como temor,

Y su llegada marcará el inicio de una nueva era,

Donde el equilibrio del mundo penderá de un hilo.

2 meses antes.

Al llegar a casa, con el cuerpo cansado pero el corazón ligero por haber finalizado un día más con vida, encontré a mi hermana mayor esperándome en la sala. América tenía el ceño fruncido, como lo había tenido en estos últimos días. Esta expresión de preocupación constante era comprensible: nos habíamos percatado de algo aterrador y que podría ser definitivo para los habitantes de Nemeris.

No es un secreto en la aldea que poseemos dones a los que muchos temen; es una herencia de nuestros dioses. Algunos lo llaman bendición; otros, maldición. Yo siempre lo vi como un pacto ancestral entre la naturaleza y los nemerianos. Lo habíamos aceptado y aprendido a vivir con ellos, sin embargo, las cosas nunca eran tan fáciles. 

Aquellos que cargaban con el peso de un poder que les costaba controlar,  quienes rechazaban sus dones solían tener una vida caótica, las consecuencias eran  terribles: envejecían  más rápido, causaban estragos en la ciudad cuando su poder reprimido se liberaba sin medida alguna. El  final de esos nemerianos casi siempre era doloroso, consumidos por el poder que negaron o que no supieron como hacerlo suyo.

Desde niños, nacemos con estas habilidades, aunque se manifiestan de diferentes maneras en cada persona.  La madre tierra nos regalo el poder de usar las elementos y estos están intrínsecamente ligados a nuestras emociones. Un elemental de fuego, en un arrebato de ira, podría incendiar una casa; un elemental de agua, atrapado en la tristeza, podría ahogarse en su propio poder. Por eso, se nos enseña a mantener un equilibrio emocional constante, siempre serenos y en control.

Todos los que nacemos con el don somos entrenado desde los 8 años y debemos estar en la academia  hasta los 18. La mayoría solo controla uno o dos elementos, como mis primas gemelas, Sarah y Saray, que manejan la tierra y el aire. Algo inusual entre nosotros, pero no tanto como lo mío.

Mi nombre es Tara Arquitanes y soy diferente a todos los demás de mi clan y los demás clanes . Mis poderes se desarrollaron antes de tiempo. A los tres años ya podía controlar la tierra, o al menos eso me contaron mis padres, porque mis recuerdos son vagos. Pronto descubrimos que también podía manipular el agua. A medida que crecía, mis habilidades se intensificaron, quedó claro que no solo podía controlar todos los elementos, sino también algo más: el tiempo.

Entre los habitantes de Nemeris  hubo una antigua profecía: El infante del Éter la llamaban, en la cuál se hablaba del nacimiento de un niño que no solo dominaría los cuatro elementos, sino que también podría manipular el tiempo a su antojo. Cuando mis poderes se manifestaron plenamente, fue como si la tierra misma gritara. Hubo temblores, los mares se agitaron, los vientos se desataron en furia. Fue un caos absoluto, pero los antiguos regentes celebraron,  sintieron paz, el designio era real y  por fin terminaríamos con el asedio constantes de las personas interesadas en nuestro poder.

Mis hermanas mayores todavía tienen pesadillas de todo lo que vivieron. La ciudad en llamas, heridos por todas partes, los caídos en combate apiñados al lado del rio.

La guerra  marcó un antes y un después para los Nemerianos. A pesar de nuestras habilidades, nos enfrentamos a enemigos armados con tecnología y tácticas que nunca habíamos imaginado. Fue una lucha brutal, debilitándonos hasta el límite. Pero resistimos y, finalmente, vencimos, dándonos cuenta de lo vulnerables que éramos ante una amenaza externa. Desde entonces, los aldeanos esperaban que la profecía se cumpliera, que el "Quinto Elemental" liderara una nueva era de protección y fortaleza. Pero yo era solo una niña entonces, y mi entrenamiento ni siquiera había iniciado. Los ancianos juraron no volver a pasar por esto, el cambio fue drástico.

Desde la guerra, los entrenamientos se volvieron más rigurosos. Aquellos que no desarrollaban dones eran enviados a las escuelas humanas, lo que nos ayudaba a mantener un bajo perfil. Los jóvenes aprendían artes marciales, estrategias militares, se convertían en médicos, todo para proteger la aldea. Yo también quise contribuir más allá de mis poderes, así que decidí estudiar antropología,  al igual que muchos miembros de mi extensa familia asistieron a la universidad. Los Arquitanes siempre han sido una parte primordial de la aldea.

A pesar de todos nuestros avances, seguimos enfrentando un problema sin solución. Cada dos o tres años, nuestras habilidades desaparecen como si nunca hubieran existido. Nadie sabe por qué, ni cómo detenerlo. Es como si una sombra oscura nos arropara, dejando nos vulnerables y con el miedo de no volver a recuperarlos.

Por eso, cuando llegué a casa y vi la expresión sombría de América, supe que algo estaba mal.

—¿Ha cambiado algo, Moc? —pregunté a mi hermana.

—No, Tara, eso es lo que más me preocupa. No es la primera vez que pasa, pero esta vez ha durado más de lo normal. Algo maligno se está acercando, la tierra me lo dice, y no soy la única que lo ha sentido.

—Lo sé, hoy he sentido una inquietud extraña. El aire se siente pesado, incluso en la universidad comentaron que el día parecía diferente.

—Marcos estuvo hablando con los ancianos, buscando orientación. Estamos todos en la aldea al borde de un ataque de nervios —dijo América.

—¿Y qué le dijeron? —pregunté ansiosa.

—Absolutamente nada —respondió Marcos, bajando las escaleras—. Están tan desconcertados como nosotros. —Marcos, mi sobrino mayor, es el encargado de la casa desde que mi cuñado murió en la guerra de Nemeris.

—¿Y qué piensa el viejo Malaquías? —preguntó América, con preocupación en su mirada.

—Bueno —respondió Marcos pensativo—, él cree que alguien ha creado algún tipo de máquina con magia, hechizos y marcas.

Malaquías, uno de los ancianos brujos de la aldea y líder máximo de los antiguos regentes, mentor y muchas veces amigo, otras veces, un viejo cascarrabias al que todos le tenemos mucho respeto y cariño.

Podría ser cierto —dije dentro de mi cabeza— ya habíamos pasado por esto, aunque está vez era diferente, habían pasado más días de lo acostumbrado y todo se sentía a punto de explotar, aunque no quisiera, en algún momento tendría que ir a hablar con Tobías, él podría aclararme algunas dudas. Mientras salía de mi ensimismamiento pude escuchar la voz de América más animada, parecía aliviada de tener algunas respuestas. Así que continuamos con la conversación.  

—Si Malaquías lo dice, no está del todo desencaminado. Él no diría algo así si no estuviera seguro —dijo América, aunque su expresión reflejaba dudas.

—¿Una máquina, mamá? Yo apostaría por un hechizo complicado y mucha magia negra. Además, ¿Cómo sabría algo el viejo brujo si nunca sale de la aldea? —refutó Marcos.

—Es cierto que él no sale, pero tiene a su pupilo, el chico Laulel, eterno enamorado de nuestra Tara, que es muy perspicaz y podría haber descubierto algo —dijo América con una sonrisa maliciosa.

Marcos no pudo evitar reírse, cubriéndose la boca con la mano. Yo lancé una mirada fulminante a mi hermana, deseando poder lanzar rayos por los ojos.

—No es mi enamorado —protesté, molesta—. Solo está ahí cada vez que voy a hablar con Malaquías.

—¿Y por qué razón estaría Laulel ahí cada vez que vas, si no es porque está enamorado de ti? —preguntó Marcos con una sonrisa burlona.

—Porque es su pupilo, obviamente. Es normal que esté siempre allí —repliqué, aún queriendo matarlos.

—Bueno, espero que lo de la máquina no sea cierto, por el bien de todos —dijo Marcos, dirigiéndose hacia la puerta—. Me voy a casa de la tía María. Saldré al campo con los chicos. ¡Adiós, mamá!

América y yo nos quedamos en silencio por un momento, reflexionando sobre la información recibida. No parecía tener sentido. Ella estaba esperanzada, hace mucho tiempo que buscábamos una solución a este problema, sin embargo, algo no quedaba claro. 

Sí lo que Malaquías decía era cierto, entonces teníamos a un traicionero de Nemeris y lo peor de todo es que solo podía ser uno de los antiguos regentes.  

Estábamos en problemas, en serios problemas.

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