El sol comenzaba a descender detrás de las montañas, proyectando largas sombras sobre el denso follaje del bosque. Caminé hacia el claro donde había acordado reunirme con Tobías. El viejo roble, con su tronco retorcido y ramas desnudas, se alzaba como un centinela en medio del espacio abierto, su silueta destacando contra el cielo que comenzaba a oscurecerse. Me sentía inquieta; mi piel se erizaba con una sensación de peligro inminente, como si el mismo aire estuviera cargado de advertencias invisibles.
Llegué al lugar unos minutos antes de lo previsto. La calma del claro era desconcertante. Normalmente, el sonido de los pájaros y el crujir de las ramas me habrían calmado, pero hoy solo intensificaban la ansiedad que sentía desde que hablé con América. Había algo en el viento, un murmullo bajo que parecía estar justo en el límite de mi audición. Recordé lo que las gemelas me habían dicho más temprano: habían escuchado susurros en sus mentes mientras entrenaban, susurros que parecían venir de todas partes y de ninguna a la vez.
De repente, oí pasos acercándose. Giré rápidamente para ver a Tobías emerger de entre los árboles. Llevaba una expresión seria en su rostro, con su capa negra ondeando detrás de él. Nos observamos en silencio por un momento, midiendo la tensión en el aire.
—Espero que esto sea importante, Tara —dijo Tobías con un tono neutral, aunque pude detectar un atisbo de curiosidad en sus ojos grises—. No suelo ser convocado al bosque por tonterías.
—Lo es —respondí con firmeza—. Hay algo que va mal. Las gemelas han escuchado voces en sus cabezas. No parece un hechizo de alguien dentro de la aldea; esto es diferente. Y nuestros poderes están desapareciendo. No creo que sea una coincidencia.
Tobías frunció el ceño, su expresión pasando de la curiosidad a la preocupación.
—¿Estás sugiriendo que hay algo o alguien interfiriendo con nosotros de manera consciente? —preguntó, su voz ahora más baja, más cautelosa.
Antes de que pudiera responder, un crujido repentino detrás de nosotros nos hizo girar. Algo se movía entre los árboles, algo grande. Ambos nos quedamos quietos, escuchando atentamente. Un sonido bajo, como un gruñido, resonó en el aire, y de las sombras emergió una criatura enorme, deforme, con ojos que brillaban con un resplandor enfermizo. No había visto nada parecido antes; parecía una amalgama de sombras y humo, una bestia que no pertenecía a este mundo.
—¡Muévete! —grité, empujando a Tobías justo cuando la criatura se lanzó hacia nosotros.
Rodamos por el suelo, apenas evitando sus garras. Tobías se levantó de un salto, sacando rápidamente una poción de su cinturón. La lanzó al suelo, y un destello brillante nos cegó momentáneamente. Aproveché el momento para sacar mi daga, sintiendo el peso familiar en mi mano. No teníamos magia en este momento, pero aún teníamos nuestra destreza y las herramientas que habíamos aprendido a usar en la academia.
—¿Qué demonios es eso? —gritó Tobías, retrocediendo mientras la bestia sacudía la cabeza, desorientada por el estallido de luz.
—No lo sé, pero no parece estar aquí para charlar —respondí, girando la daga en mi mano mientras la criatura se recuperaba rápidamente, sus ojos brillando con una furia renovada.
La bestia se lanzó nuevamente hacia nosotros, y esta vez, Tobías estaba preparado. Sacó otra poción, esta vez una que contenía un líquido espeso y oscuro. La arrojó directamente a la cara de la criatura. El frasco se rompió al impactar, y el líquido se extendió como un aceite pegajoso. La bestia soltó un rugido, agitando sus extremidades, pero el líquido comenzó a endurecerse rápidamente, inmovilizándola parcialmente.
—¡Ahora! —grité, y me lancé hacia adelante.
Usé mi agilidad para moverme a un lado y luego detrás de la bestia, buscando un punto débil. Tobías hizo lo mismo, pero por el lado opuesto. Nos movimos como un equipo bien entrenado, como en nuestros días en la academia. La criatura, atrapada por la sustancia endurecida, no podía girar lo suficientemente rápido para seguir ambos movimientos.
—¡Cuidado con las garras! —gritó Tobías mientras la bestia lanzaba un golpe ciego hacia él.
Tobías se agachó justo a tiempo, y yo vi mi oportunidad. Salté sobre la espalda de la bestia y clavé mi daga en lo que parecía ser un punto vulnerable, justo debajo del cuello. La criatura rugió de nuevo, un sonido lleno de dolor y rabia. Se sacudió violentamente, lanzándome al suelo. Caí de espaldas, el aire escapando de mis pulmones.
Tobías aprovechó mi ataque para sacar su propia arma, una espada corta que llevaba en la espalda. Con un movimiento rápido y certero, cortó una de las extremidades de la criatura. La bestia gritó, el sonido más agudo y desesperado que antes, y comenzó a desmoronarse, su forma desvaneciéndose en una niebla oscura que pronto se disipó con el viento.
Ambos nos quedamos allí, jadeando, con la adrenalina aún corriendo por nuestras venas. El claro estaba en silencio de nuevo, el único sonido era nuestra respiración agitada.
—Eso... no fue normal —dijo Tobías, rompiendo el silencio, su voz tensa.
—No, no lo fue —admití, poniéndome de pie con dificultad—. Y dudo que haya sido el último de su tipo.
De repente, un aplauso lento y sarcástico resonó a través del claro. Nos giramos bruscamente para ver a una figura encapuchada emergiendo de entre los árboles, su capa ondeando suavemente. Había algo inquietante en su presencia, algo que me hizo desear retroceder.
—Muy impresionante, de verdad —dijo la figura con una voz suave, burlona—. Aunque debo decir que esperaba un poco más de los famosos estudiantes de Malaquías.
—¿Quién eres? —exigí, levantando mi daga otra vez, aunque sabía que no sería suficiente contra esta nueva amenaza.
—Oh, no importa mi nombre —respondió la figura con un gesto despreocupado—. Estoy aquí solo para observar... y quizás para jugar un poco.
Sin previo aviso, lanzó una pequeña esfera de humo a nuestros pies. La nube se expandió rápidamente, envolviéndonos en una oscuridad total. Sentí una presión en mi pecho, como si el aire se hubiera vuelto sólido. A mi lado, oí a Tobías toser, luchando por respirar.
Y luego, tan repentinamente como había aparecido, la niebla comenzó a disiparse. Parpadeé, tratando de ajustar mi vista. La figura encapuchada había desaparecido, dejando solo una sensación de frío y vacío detrás.
—Esto no me gusta nada —murmuró Tobías, mirando a su alrededor con cautela—. Necesitamos volver a la aldea. Ahora.
Asentí, de acuerdo con él por primera vez en mucho tiempo. Lo que fuera que había sucedido aquí esta noche era solo el comienzo de algo mucho más oscuro. Y necesitábamos respuestas.
De regreso en la aldea, la noticia de nuestro encuentro con la criatura y la figura encapuchada se extendió rápidamente. Los aldeanos se reunieron en la plaza, susurros de miedo y preocupación llenando el aire. América apareció, su rostro pálido por la preocupación.
—¿Qué pasó? —preguntó, mirando entre Tobías y yo.
—Nos atacaron en el bosque —dije, todavía sintiendo la adrenalina en mis venas—. Una criatura de sombra, y luego apareció alguien más. No sabemos quién era, pero no parecía amistoso.
Malaquías llegó entonces, con su bastón golpeando el suelo mientras avanzaba hacia nosotros. Sus ojos se estrecharon cuando escuchó nuestra explicación.
—Las criaturas de sombra son un mal presagio —dijo con voz grave—. Significan que las barreras entre nuestro mundo y el otro lado se están debilitando. Y esa figura... podría ser mucho más peligrosa de lo que imaginamos.
Los aldeanos empezaron a murmurar entre ellos, el miedo creciendo en sus rostros. Malaquías levantó una mano, pidiendo silencio.
—Debemos prepararnos para lo que venga —dijo firmemente—. Tara, Tobías, los necesito mañana en mi cabaña al amanecer. Hay mucho que debemos discutir y poco tiempo para hacerlo.
Asentimos, sabiendo que las cosas solo se volverían más difíciles de aquí en adelante. Mientras la multitud se dispersaba, Tobías se acercó a mí, su rostro sombrío.
—No podemos enfrentar esto solos —
El amanecer se acercaba mientras caminaba hacia la cabaña de Malaquías, mis pasos amortiguados por la hierba húmeda de rocío. Mi mente estaba llena de preguntas, pero una certeza me guiaba: nada sería igual después de la noche anterior.A medida que me acercaba a la cabaña, noté un par de siluetas familiares esperándome junto a la entrada. Eran Kira y Luka, dos de mis amigos más cercanos en la aldea. Kira, con su cabello corto y enérgico, siempre tenía una chispa de picardía en sus ojos verdes. Luka, por otro lado, era más tranquilo, con una sonrisa constante y una presencia reconfortante que calmaba mis nervios.—¡Tara! —gritó Kira, levantando la mano en un saludo exagerado—. ¿Qué tal la cita romántica en el bosque con Tobías? ¿Fue tan emocionante como dicen los rumores?Solté una risa breve y sarcástica.—Si por emocionante te refieres a casi morir a manos de una criatura de sombra y una figura misteriosa, entonces sí, fue increíblemente emocionante.Luka dejó escapar una carcajada
La cabaña de los Arquitanes estaba rebosante de vida. A pesar de la amenaza que se cernía sobre la aldea, el bullicio familiar traía un respiro de normalidad y calor humano. En el amplio salón, los sobrinos corrían de un lado a otro, mientras las voces de los adultos se entrelazaban en una mezcla de preocupaciones y planes.América, con su capacidad innata para mantener el orden en medio del caos, organizaba la reunión con precisión. A mi lado, Tobías parecía estar en su propio mundo, procesando la información y preparándose para la discusión que se avecinaba.—¡Tara! —exclamó Mara, mi hermana menor, mientras entraba en la sala con su habitual energía. Mara era la abogada de la familia y una experta en artes defensivas—. ¿Qué tal va todo? ¿Alguna novedad con los exiliados?—Unas victorias pequeñas, pero nada decisivo todavía —respondí, intentando mantener una actitud positiva.Mara se sentó junto a Susana, otra de mis hermanas, que llegaba acompañada de sus cuatro hijos: Ana, de 14 añ
En la esquina del salón, sentado con una expresión concentrada, estaba Laulel. Tara no lo había invitado, pero sabía que si estaba en casa, era porque lo habían traído sus sobrinos. Marcos y él eran como hermanos, unidos desde la guerra, y Laulel era una presencia constante en la casa de los Arquitanes.—¿Y bien, Laulel? ¿Has tenido alguna visión? —preguntó Tara, acercándose a él con una leve sonrisa. A pesar de las bromas y las insinuaciones de su familia, Laulel era un amigo y un aliado importante.—Nada claro aún —respondió Laulel, levantando la vista de un libro antiguo que estaba leyendo—. Pero he estado investigando sobre esos espectros. No es común que aparezcan así, sin más, especialmente tan lejos del Bosque Umbrío. Es como si estuvieran buscando algo… o a alguien.Tara sintió un escalofrío recorrer su espalda. No había mencionado a nadie sobre la sensación de ser observada que había sentido durante su encuentro con los espectros. Parecía que Laulel también lo había sentido,
El resplandor del círculo de protección se desvaneció lentamente, dejando la casa sumida en una inquietante penumbra. El viento que antes soplaba con violencia ahora se había aquietado, pero la tensión en el aire era palpable. Todos miraban a su alrededor, sus corazones todavía acelerados, con los nervios a flor de piel. Tara, jadeante y agotada, sintió que un sudor frío le recorría la espalda. Habían logrado contener la amenaza por ahora, pero sabía que no duraría mucho. No cuando el enemigo conocía su ubicación exacta. —¿Estás bien? —preguntó Marcos, acercándose a ella con el ceño fruncido, su expresión grave. Había sido una noche larga y el cansancio se reflejaba en sus ojos. Tara asintió, aunque su mente seguía llena de dudas y temores. No se trataba solo de la amenaza externa. La amenaza más grande parecía estar acechando dentro de ellos mismos, de sus debilidades, sus miedos, sus rivalidades no resueltas. —Estoy bien, Marcos. Gracias. Solo... necesito un poco de aire —respon
La atmósfera dentro de la fortaleza de los Astrum era aún más sobrecogedora que el exterior. El aire parecía más denso, casi vibrante, como si las paredes mismas estuvieran llenas de poder. Los pasillos eran largos y estrechos, iluminados por luces flotantes que creaban sombras danzantes en las piedras antiguas.Tara, Marcos, Saray y Sarah siguieron al líder de los Astrum en silencio, sus pisadas resonando en la fría piedra bajo ellos. La tensión entre los cuatro era palpable. Aunque habían esperado que los Astrum supieran algo sobre la corrupción del éter, la sensación de que algo mucho más grande estaba en juego los llenaba de temor. ¿Qué era lo que el consejo de los Astrum sabía que aún no les había revelado?—¿Crees que nos dirán todo? —susurró Saray a Tara, mientras caminaban tras el líder Astrum.
La travesía hacia el sur de Nemeris fue rápida y silenciosa. Montaron a caballo por los senderos ocultos entre los bosques, evitando cualquier contacto no deseado. A medida que avanzaban, la densa vegetación comenzó a abrirse, dejando paso a las vastas llanuras de los Enderlin. La brisa salada del mar cercano acariciaba sus rostros, pero no lograba calmar el creciente malestar que todos sentían.Tara iba en silencio, sus pensamientos entrelazados con la incertidumbre sobre el futuro. Los ataques recientes habían sido inesperados y, aunque el consejo de los clanes se mantenía cauteloso, ella sabía que la situación estaba fuera de control. Algo grande estaba por suceder, y no sería bueno para ninguno de ellos.—¿Por qué justo ahora? —Alina rompió el silencio, su voz baja pero cargada de preocupación—. Los ataques han sido demasiado precisos. Nos están mandando un mensaje.—No están atacando a ciegas —respondió Marcos, su mandíbula tensa mientras ajustaba las riend
El monstruo que emergió de las sombras no era como nada que hubieran visto antes. Su piel era de un gris oscuro, gruesa y surcada de cicatrices, con ojos de un rojo profundo que brillaban con una malicia casi animal. Caminaba erguido, sobre dos patas enormes, y su aliento parecía vibrar con una energía oscura, una que Tara reconoció de inmediato.—Es un demonio del éter —murmuró Marcos, apretando su espada con ambas manos, sin apartar la vista de la criatura.—Uno antiguo —agregó Saray, sus palabras llenas de terror mal disimulado mientras retrocedía un paso.Tara sintió el peso de la desesperación caer sobre ellos. Si un demonio del éter estaba involucrado, las cosas se habían puesto mucho más complicadas de lo que imaginaban. La desaparición del abuelo ya era suficientemente inquietante, pero ahora se enfrentaban a fuerzas que no comprend&i
La madrugada envolvía el campamento improvisado con un manto frío y nebuloso. El grupo se había refugiado en una cueva que Marcos había encontrado en el borde de un acantilado. Aunque estaban fuera del alcance de sus enemigos inmediatos, el peligro acechaba en cada rincón.Tara no podía dormir. Su mente giraba en espiral, repasando cada detalle del ataque, los gritos de las gemelas, las miradas de desesperación en los rostros de su familia. Aunque habían sobrevivido, la sensación de incertidumbre la mantenía en constante alerta. Caminó hacia la entrada de la cueva, buscando la frescura del aire y un momento de tranquilidad.Allí estaba Tobías, de pie, observando la oscuridad con la misma intensidad con la que siempre analizaba las situaciones. No dijo nada cuando Tara se acercó. Solo se mantuvo firme, como si su presencia fuera natural, casi necesaria en ese espacio compartido.—¿Algún movimiento? —preguntó Tara en voz baja, rompiendo el silencio.Tobías negó con la cabeza, sin apartar