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3. EL susurro del bosque

El sol comenzaba a descender detrás de las montañas, proyectando largas sombras sobre el denso follaje del bosque. Caminé hacia el claro donde había acordado reunirme con Tobías. El viejo roble, con su tronco retorcido y ramas desnudas, se alzaba como un centinela en medio del espacio abierto, su silueta destacando contra el cielo que comenzaba a oscurecerse. Me sentía inquieta; mi piel se erizaba con una sensación de peligro inminente, como si el mismo aire estuviera cargado de advertencias invisibles.

Llegué al lugar unos minutos antes de lo previsto. La calma del claro era desconcertante. Normalmente, el sonido de los pájaros y el crujir de las ramas me habrían calmado, pero hoy solo intensificaban la ansiedad que sentía desde que hablé con América. Había algo en el viento, un murmullo bajo que parecía estar justo en el límite de mi audición. Recordé lo que las gemelas me habían dicho más temprano: habían escuchado susurros en sus mentes mientras entrenaban, susurros que parecían venir de todas partes y de ninguna a la vez.

De repente, oí pasos acercándose. Giré rápidamente para ver a Tobías emerger de entre los árboles. Llevaba una expresión seria en su rostro, con su capa negra ondeando detrás de él. Nos observamos en silencio por un momento, midiendo la tensión en el aire.

—Espero que esto sea importante, Tara —dijo Tobías con un tono neutral, aunque pude detectar un atisbo de curiosidad en sus ojos grises—. No suelo ser convocado al bosque por tonterías.

—Lo es —respondí con firmeza—. Hay algo que va mal. Las gemelas han escuchado voces en sus cabezas. No parece un hechizo de alguien dentro de la aldea; esto es diferente. Y nuestros poderes están desapareciendo. No creo que sea una coincidencia.

Tobías frunció el ceño, su expresión pasando de la curiosidad a la preocupación.

—¿Estás sugiriendo que hay algo o alguien interfiriendo con nosotros de manera consciente? —preguntó, su voz ahora más baja, más cautelosa.

Antes de que pudiera responder, un crujido repentino detrás de nosotros nos hizo girar. Algo se movía entre los árboles, algo grande. Ambos nos quedamos quietos, escuchando atentamente. Un sonido bajo, como un gruñido, resonó en el aire, y de las sombras emergió una criatura enorme, deforme, con ojos que brillaban con un resplandor enfermizo. No había visto nada parecido antes; parecía una amalgama de sombras y humo, una bestia que no pertenecía a este mundo.

—¡Muévete! —grité, empujando a Tobías justo cuando la criatura se lanzó hacia nosotros.

Rodamos por el suelo, apenas evitando sus garras. Tobías se levantó de un salto, sacando rápidamente una poción de su cinturón. La lanzó al suelo, y un destello brillante nos cegó momentáneamente. Aproveché el momento para sacar mi daga, sintiendo el peso familiar en mi mano. No teníamos magia en este momento, pero aún teníamos nuestra destreza y las herramientas que habíamos aprendido a usar en la academia.

—¿Qué demonios es eso? —gritó Tobías, retrocediendo mientras la bestia sacudía la cabeza, desorientada por el estallido de luz.

—No lo sé, pero no parece estar aquí para charlar —respondí, girando la daga en mi mano mientras la criatura se recuperaba rápidamente, sus ojos brillando con una furia renovada.

La bestia se lanzó nuevamente hacia nosotros, y esta vez, Tobías estaba preparado. Sacó otra poción, esta vez una que contenía un líquido espeso y oscuro. La arrojó directamente a la cara de la criatura. El frasco se rompió al impactar, y el líquido se extendió como un aceite pegajoso. La bestia soltó un rugido, agitando sus extremidades, pero el líquido comenzó a endurecerse rápidamente, inmovilizándola parcialmente.

—¡Ahora! —grité, y me lancé hacia adelante.

Usé mi agilidad para moverme a un lado y luego detrás de la bestia, buscando un punto débil. Tobías hizo lo mismo, pero por el lado opuesto. Nos movimos como un equipo bien entrenado, como en nuestros días en la academia. La criatura, atrapada por la sustancia endurecida, no podía girar lo suficientemente rápido para seguir ambos movimientos.

—¡Cuidado con las garras! —gritó Tobías mientras la bestia lanzaba un golpe ciego hacia él.

Tobías se agachó justo a tiempo, y yo vi mi oportunidad. Salté sobre la espalda de la bestia y clavé mi daga en lo que parecía ser un punto vulnerable, justo debajo del cuello. La criatura rugió de nuevo, un sonido lleno de dolor y rabia. Se sacudió violentamente, lanzándome al suelo. Caí de espaldas, el aire escapando de mis pulmones.

Tobías aprovechó mi ataque para sacar su propia arma, una espada corta que llevaba en la espalda. Con un movimiento rápido y certero, cortó una de las extremidades de la criatura. La bestia gritó, el sonido más agudo y desesperado que antes, y comenzó a desmoronarse, su forma desvaneciéndose en una niebla oscura que pronto se disipó con el viento.

Ambos nos quedamos allí, jadeando, con la adrenalina aún corriendo por nuestras venas. El claro estaba en silencio de nuevo, el único sonido era nuestra respiración agitada.

—Eso... no fue normal —dijo Tobías, rompiendo el silencio, su voz tensa.

—No, no lo fue —admití, poniéndome de pie con dificultad—. Y dudo que haya sido el último de su tipo.

De repente, un aplauso lento y sarcástico resonó a través del claro. Nos giramos bruscamente para ver a una figura encapuchada emergiendo de entre los árboles, su capa ondeando suavemente. Había algo inquietante en su presencia, algo que me hizo desear retroceder.

—Muy impresionante, de verdad —dijo la figura con una voz suave, burlona—. Aunque debo decir que esperaba un poco más de los famosos estudiantes de Malaquías.

—¿Quién eres? —exigí, levantando mi daga otra vez, aunque sabía que no sería suficiente contra esta nueva amenaza.

—Oh, no importa mi nombre —respondió la figura con un gesto despreocupado—. Estoy aquí solo para observar... y quizás para jugar un poco.

Sin previo aviso, lanzó una pequeña esfera de humo a nuestros pies. La nube se expandió rápidamente, envolviéndonos en una oscuridad total. Sentí una presión en mi pecho, como si el aire se hubiera vuelto sólido. A mi lado, oí a Tobías toser, luchando por respirar.

Y luego, tan repentinamente como había aparecido, la niebla comenzó a disiparse. Parpadeé, tratando de ajustar mi vista. La figura encapuchada había desaparecido, dejando solo una sensación de frío y vacío detrás.

—Esto no me gusta nada —murmuró Tobías, mirando a su alrededor con cautela—. Necesitamos volver a la aldea. Ahora.

Asentí, de acuerdo con él por primera vez en mucho tiempo. Lo que fuera que había sucedido aquí esta noche era solo el comienzo de algo mucho más oscuro. Y necesitábamos respuestas.

De regreso en la aldea, la noticia de nuestro encuentro con la criatura y la figura encapuchada se extendió rápidamente. Los aldeanos se reunieron en la plaza, susurros de miedo y preocupación llenando el aire. América apareció, su rostro pálido por la preocupación.

—¿Qué pasó? —preguntó, mirando entre Tobías y yo.

—Nos atacaron en el bosque —dije, todavía sintiendo la adrenalina en mis venas—. Una criatura de sombra, y luego apareció alguien más. No sabemos quién era, pero no parecía amistoso.

Malaquías llegó entonces, con su bastón golpeando el suelo mientras avanzaba hacia nosotros. Sus ojos se estrecharon cuando escuchó nuestra explicación.

—Las criaturas de sombra son un mal presagio —dijo con voz grave—. Significan que las barreras entre nuestro mundo y el otro lado se están debilitando. Y esa figura... podría ser mucho más peligrosa de lo que imaginamos.

Los aldeanos empezaron a murmurar entre ellos, el miedo creciendo en sus rostros. Malaquías levantó una mano, pidiendo silencio.

—Debemos prepararnos para lo que venga —dijo firmemente—. Tara, Tobías, los necesito mañana en mi cabaña al amanecer. Hay mucho que debemos discutir y poco tiempo para hacerlo.

Asentimos, sabiendo que las cosas solo se volverían más difíciles de aquí en adelante. Mientras la multitud se dispersaba, Tobías se acercó a mí, su rostro sombrío.

—No podemos enfrentar esto solos —

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