5. El clan Arquitanes

La cabaña de los Arquitanes estaba rebosante de vida. A pesar de la amenaza que se cernía sobre la aldea, el bullicio familiar traía un respiro de normalidad y calor humano. En el amplio salón, los sobrinos corrían de un lado a otro, mientras las voces de los adultos se entrelazaban en una mezcla de preocupaciones y planes.

América, con su capacidad innata para mantener el orden en medio del caos, organizaba la reunión con precisión. A mi lado, Tobías parecía estar en su propio mundo, procesando la información y preparándose para la discusión que se avecinaba.

—¡Tara! —exclamó Mara, mi hermana menor, mientras entraba en la sala con su habitual energía. Mara era la abogada de la familia y una experta en artes defensivas—. ¿Qué tal va todo? ¿Alguna novedad con los exiliados?

—Unas victorias pequeñas, pero nada decisivo todavía —respondí, intentando mantener una actitud positiva.

Mara se sentó junto a Susana, otra de mis hermanas, que llegaba acompañada de sus cuatro hijos: Ana, de 14 años, el más inquieto; Javier, de 11, prometedor con el control de la tierra; y los gemelos Paula y Marco, de 8 años, que rebosaban de energía.

—¿Cómo están los niños? —pregunté a Susana mientras los más pequeños se lanzaban al suelo para jugar con los demás.

—Tan traviesos como siempre —respondió Susana con una sonrisa—. Pero están emocionados por la reunión. No comprenden todo, pero sienten que algo grande está pasando.

A las pocas horas, los otros miembros de la familia Arquitanes comenzaron a llegar. Primero llegó Marcos, el hijo mayor de América. Con 28 años, Marcos era una figura de respeto en la aldea. Había servido en diversas capacidades, desde líder de la guardia hasta experto en estrategias de defensa. Su presencia imponía respeto y su experiencia era inigualable.

—Hola, Tara —dijo Marcos con un abrazo firme—. He estado ocupado en la preparación de las defensas. ¿Cómo va la situación?

—Aún no tenemos todas las respuestas —respondí—. Pero estamos trabajando en ello.

Las gemelas Sarah y Saray, hijas de Ashley, otra de las hermanas de Tara, entraron poco después. A los 18 años, ambas estaban listas para asumir un papel activo en la defensa de la aldea. Ambas tenían dominio para controlar la tierra y el aire. A pesar de la diferencias en cuanto a personalidad, las gemelas compartían una conexión profunda, y su habilidad para combinar sus poderes era excepcional.

—Hola, tía —saludaron al unísono, sus voces melodiosas llenando el aire.

—¡Hola, chicas! —dije—. Gracias por la información, ha sido de suma importancia. Los viejos regentes han estado recabando mas información en la biblioteca sobre esos susurros.

La reunión se desarrolló con un fluido sentido de urgencia. Mientras nos reuníamos alrededor de una gran mesa, Malaquías, el venerado brujo de la aldea, tomó la palabra para informar sobre los últimos desarrollos.

—Hemos confirmado que los exiliados están intentando realizar un ritual oscuro para recuperar sus poderes —dijo Malaquías con su voz grave y autoritaria—. Este ritual podría desestabilizar nuestras habilidades y poner en peligro a la aldea. Necesitamos estar preparados para enfrentarlo.

—¿Cómo podemos detenerlos? —preguntó Marcos, con un tono decidido.

—La seguridad de la aldea debe ser nuestra prioridad —respondió Malaquías—. Pero también necesitamos investigar más sobre este ritual. He enviado a algunos de mis contactos a buscar información adicional. Mientras tanto, debemos preparar nuestras defensas y asegurarnos de que todos estén listos para cualquier eventualidad.

—Familia, todos sabemos que estos son tiempos difíciles. No sabemos qué está pasando exactamente con nuestras habilidades, pero una cosa es cierta: tenemos que estar unidos. Estamos siendo vigilados, tal vez incluso cazados, y necesitamos estar preparados para lo que venga. Hoy, más que nunca, necesitamos ser los guardianes del éter que siempre hemos sido.

Un silencio cayó sobre la habitación. Todos asintieron, sabiendo que Marcos tenía razón. Los tiempos eran inciertos, y si había algo que los Arquitanes sabían hacer bien, era enfrentar lo inesperado.

De repente, hubo un fuerte golpe en la puerta, un sonido que hizo que todos se pusieran en alerta. Tara intercambió una mirada con América y se acercó a la puerta, sintiendo el peso de las expectativas y el miedo en el aire.

Abrió la puerta lentamente, lista para lo que fuera. Pero en lugar de un enemigo, encontró a un joven mensajero, uno que reconoció de inmediato como parte del Clan Eldridge.

—Señora Arquitanes, necesito hablar con usted. Es sobre los espectros... y el próximo ataque —dijo el joven, su voz temblando ligeramente.

Tara sintió cómo el peso de la situación caía sobre ella como una losa de piedra. Sabía que algo grande estaba por suceder, algo que pondría a prueba a toda su familia y al resto de los clanes. Pero también sabía que no estaban solos, y que mientras estuvieran juntos, podrían enfrentarlo.

—Entra —dijo finalmente, dando un paso atrás para dejarlo pasar—. Y prepárate para contarme todo lo que sabes.

La puerta se cerró detrás del joven mensajero, y la reunión familiar que había comenzado con risas y comida ahora tomaba un giro oscuro, el preludio de una batalla que podría decidir el destino de todos ellos.

La conversación se volvió más técnica, con discusiones sobre estrategias de defensa, el refuerzo de las barreras mágicas y el entrenamiento de los jóvenes. Mientras tanto, Tobías y yo aprovechamos para hablar en privado en un rincón apartado de la sala.

—Tara, ¿Cómo te sientes con todo esto? —preguntó Tobías, su expresión era una mezcla de preocupación y calma.

—Estoy preocupada, pero sé que no podemos rendirnos —respondí—. Agradezco tu apoyo, a pesar de todo.

—Haré lo que pueda para ayudar —dijo Tobías—. No puedo permitir que algo le pase a la aldea y quedemos en desventaja como paso en la guerra.

El compromiso de Tobías era reconfortante, y a pesar de nuestras diferencias, sentí que estábamos formando un frente unido.

Las voces de los niños, que se encontraban jugando y observando, nos interrumpieron. Ana, con sus ojos llenos de determinación, se acercó a nosotros.

—¿Podemos ayudar de alguna manera, tía Tara? No queremos quedarnos de brazos cruzados.

Sonreí ante su valentía.

—Queremos que estén a salvo, pero es importante que comprendan la gravedad de la situación. Por ahora, lo mejor que pueden hacer es mantenerse al tanto y ayudarnos en lo que puedan. La seguridad de la aldea depende de todos nosotros.

Paula y Marco asintieron con entusiasmo, mientras Javier miraba con seriedad.

—Nosotros podemos practicar nuestras habilidades para estar listos —dijo Javier—. Prometemos hacer todo lo que podamos.

La determinación de los niños nos dio una dosis de esperanza. La reunión continuó con la planificación de nuestras próximas acciones. Con cada miembro de la familia aportando su experiencia y habilidades, sentíamos que estábamos construyendo una defensa sólida. Aun necesitábamos reunirnos con los demás clanes, para saber si se arriesgarían a unírsenos en esta contienda, mucho de sus miembros eran muy mayores para la batalla y otros vivían en las afueras de Nemeris, a tres horas de viaje.

Así que entre mis amigos, Tobías y Malaquías, decidimos que cada uno iría a informar a un clan distinto y convencerlos que que eran mas que necesarios en esta lucha. La aldea estaba en peligro y nos afectaba a todos por igual.

Tobías acudiría junto con Malaquías al Clan Ederlin, el mas lejano a la aldea, con 4 miembros con el don de la tierra.

Kira iría a través del largo bosque con su hermano Reymond al Clan Thalasos, quienes eran dueños de la tierra y el fuego.

Marcos y yo iríamos al Clan Grigory, capaces de manipular el viento y los mas cercanos al Clan Arquitanes.

Mientras la noche caía, la conversación se tornó más relajada. A pesar de la gravedad de la situación, la presencia de la familia nos daba una sensación de normalidad y fortaleza. Las risas y las historias compartidas nos recordaban que, aunque enfrentáramos desafíos, siempre estaríamos unidos.

Finalmente, la reunión se despidió con un sentimiento renovado de esperanza y determinación. Cada uno de nosotros estaba preparado para enfrentar lo que viniera, no solo con nuestras habilidades mágicas y estrategias, sino con la fuerza de nuestra unidad familiar.

La cabaña se convirtió en un símbolo de resistencia y solidaridad. Con la familia a nuestro lado, estábamos listos para enfrentar cualquier desafío y proteger a la aldea con todas nuestras fuerzas.

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