Guadalupe me mandó el comunicado oficial: en cuatro o cinco días llegarían a Bariloche un total de veinticinco cazadoras, listas para quedarse el tiempo que fuera necesario hasta que la crisis terminara. Bien, era 24 de abril, así que más me valía armar todo rápido. Arreglé con Mauro que me tomaría una semana para recibir a mi familia y apalabré a Pedro y a César para un traslado el 30 de abril. Después me senté con mate y cigarrillos delante de un mapa de la zona a buscar el mejor lugar para irme.
De todos los que Raziel y yo habíamos considerado, no sé por qué me atraía especialmente la cabecera del lago Steffen. La temporada de rafting ya había terminado, no había pobladores cerca, se podía llegar en vehículo y habría lugar de sobra para montar cuantas carpas fueran necesarias para nuestro campamento de guerra.
Mi
No caí. Sencillamente estaba ahí. Y no sentía miedo, ni el aire me quemaba la garganta. Extraño. Se me ocurrió apartarme por primera vez del centro de la habitación y acercarme a una de las paredes. Las llamas no parecían irradiar calor. Me animé a tocarlas: no me quemaron. Hundí la mano, luego el brazo hasta el codo, no tocaba el otro lado de la pared. Sólo ese fuego raro que ardía sin quemar. Entonces supe que Blas estaba detrás de mí. Sin necesidad de enfrentarlo, sentí cómo me observaba y percibí su sonrisa complacida. Dio un paso hacia mí. Extraje la mano del fuego y la alcé a medias para detenerlo. No quería que me tocara.—Sabés que lo voy a hacer—dije sin volverme.—Sí.—Y sabés mi única condición.Nunca se la había dicho. No me daba oportunidad de hab
Nos despertamos temprano.Afuera el campamento bullía de actividad y voces. Al fin y al cabo, no se puede esperar que tantas mujeres juntas, por muy cazadoras que sean, no charlen mientras hacen sus cosas.Apenas nos asomamos, Ariel llamó a Lucas para ir a no sé dónde con no sé cuántas y Abril, la hija de mi prima Almendra. Los despedí masticando mis celos y busqué café, mate o cualquier bebida caliente. Mi hermana Guadalupe me hizo señas desde una fogata a pocos pasos de la playa. Fui a su encuentro desperezándome. Apenas tuve en la mano el tazón humeante de café con leche, apareció mi hermana Julia. Me di cuenta de que me tenían flanqueada.—La abuela Clara te espera —dijo Guadalupe, tratando de atemperar la orden.Asentí resignada. Me acompañaron adonde se sentara la abuela Clara, con su aspecto tierno y frágil, a po
Irónicamente, las horas comenzaron a eternizarse para mí, aunque tratara de mantenerme ocupada. La espera me estaba matando. A media tarde convencí a Lucas que fuera a “echar un vistazo” a Esquel con la excusa de que era el único que podía traernos información de primera mano. Me di cuenta de que se dejó convencer a pesar de sus ganas de mantenerme cerca y vigilada. Sabía que le estaba ocultando algo y que no tenía sentido discutirlo, porque estaba a la vista que yo no pensaba soltar prenda. Toda mi parentela se reunió para verlo irse. Llenaron el aire con sus exclamaciones cuando mostró su forma sutil y desplegó esas alas hermosas de luz. Al verlo alzar vuelo, aguanté el vacío en mi estómago y las ganas de llorar. ¿Volvería a verlo así? ¿O ésa era la última vez?Julia apoyó una mano en mi hombro, la vista todav&
Fue el 2 de mayo del 2008 a las 3.26, hora argentina.Se sintió como si el suelo se moviera un par de centímetros hacia el este y los retrocediera hacia el oeste. Clack-clack, un sacudón seco, breve. Pero fue suficiente. Un momento después estábamos todas fuera de nuestras carpas, armas en mano. Nadie dijo una sola palabra. Se prendieron un par de fogatas y todas se congregaron alrededor mío. Vi a Ariel a pocos pasos, pero me resistí a llamarlo. Permanecí junto a Lucas en medio de aquel círculo erizado de espadas y Cruces, todas las miradas vueltas hacia arriba y hacia el sud.Un minuto después vimos una estrella rojiza que cruzaba sobre nuestras cabezas desde el norte. Blas se posó en la orilla del lago a diez metros de nosotros, una burbuja enorme, rojiza y opaca, tras él. Me permití admirar la disciplina de mi familia. Ninguna bajó las armas ni emitió el menor so
Se elevó con una rapidez que me cortó la respiración. Nos alejamos hacia el sur sobrevolando el curso medio del Manso, que traía poca agua tras el verano de sequía y calor tan intenso. Sólo un minuto después descendíamos en un islote diminuto y lleno de árboles en mitad del cauce, que en ese lugar corría entre altos acantilados coronados de alerces, sin orillas por varios kilómetros. Había elegido bien el lugar, para que yo no pudiera recibir ningún auxilio humano.En el islote ardía una pequeña fogata y una mujer se adelantó para recibirnos: la brujita. Blas me depositó en el pasto y señaló la Cruz, todavía en mi mano. La tiré al agua sin vacilar. Si tenía tanta suerte de volver a necesitarla, mi familia me proveería otra exactamente igual. Me señaló a la chica.—Ella te va a ayudar a prepa
Majo estaba bien, Blas sólo la había dejado inconsciente. Ariel y una de sus tías, que era médica, se cercioraron de que no estuviera lastimada y aseguraron que no corría ningún peligro. Pero teníamos que sacarla de ahí. Dos cazadoras se ofrecieron a llevarla en mi auto. Troqué el desmayo de mi hija por un sueño profundo, del que no despertaría hasta la mañana, y mandé a Ariel con ellas. La excusa era evitar que se perdieran buscando mi casa. Él se dio cuenta de que lo quería alejar de una posible batalla, pero aceptó la promesa de que podía regresar. Iban a tardar al menos tres horas en ir y volver. Y yo sabía que para entonces todo se habría resuelto.Apenas estuvieron en camino, busqué a Julia. Ella y su hermana Guadalupe conferenciaban con su abuela Clara y un par más de mujeres mayores. Sus expresiones al enfrentarme no dejaba
Les salí al cruce y derribé a dos o tres antes de que los restantes siguieran su camino, dejándome atrás. Tuve que ir tras ellos, porque las cazadoras no podían hacer nada contra criaturas tan poderosas. Permití que mi apremio y mi angustia se transformaran en furia, dejándola fluir para aprovechar la fuerza que me daba. Allá abajo, entre las fogatas encendidas, vi que las cazadoras se preparaban para dar una batalla que ya tenían perdida.El viento en mis oídos moduló un sonido que me sorprendió comprender.—Estamos cerca, Raziel.Reconocí con un escalofrío la voz de Yael, mi antiguo hermano de armas. Me apresuré tras los demonios, sin detenerme a darle la importancia debida a que era la primera vez desde que cayera que uno de ellos se comunicaba conmigo. Había asuntos más urgentes. Si Yael y los demás estaban en camino, a
Blas salió de la tienda con una sonrisita satisfecha que iba a la perfección con los destellos de su aura sucia. Me vio y se volvió interrogante hacia Ragaesh, que lo instó a acercarse adonde yo permanecía erguido sólo porque la cadena me sostenía.—Mirá quién vino al baile —fue su saludo, inclinándose hacia mí—. Siempre tan oportuno, exorcista. Vas a ser el postre. Todo un honor, considerando tu estatus. No me lo voy a perder por nada del mundo: tu novia cortándote en pedacitos. Se entiende muy bien con mi señora, ¿sabías? —Enfrentó a Ragaesh, todavía sonriendo—. No lo mencionen delante de mi señora. Yo les voy a decir cuándo entregárselo.A través del dolor y la fatiga que me abrumaban, tuve el gusto de ver que Ragaesh se tragaba su odio e inclinaba la cabeza ante Blas. De haberse atrevido, lo