Fue el 2 de mayo del 2008 a las 3.26, hora argentina.
Se sintió como si el suelo se moviera un par de centímetros hacia el este y los retrocediera hacia el oeste. Clack-clack, un sacudón seco, breve. Pero fue suficiente. Un momento después estábamos todas fuera de nuestras carpas, armas en mano. Nadie dijo una sola palabra. Se prendieron un par de fogatas y todas se congregaron alrededor mío. Vi a Ariel a pocos pasos, pero me resistí a llamarlo. Permanecí junto a Lucas en medio de aquel círculo erizado de espadas y Cruces, todas las miradas vueltas hacia arriba y hacia el sud.
Un minuto después vimos una estrella rojiza que cruzaba sobre nuestras cabezas desde el norte. Blas se posó en la orilla del lago a diez metros de nosotros, una burbuja enorme, rojiza y opaca, tras él. Me permití admirar la disciplina de mi familia. Ninguna bajó las armas ni emitió el menor so
Se elevó con una rapidez que me cortó la respiración. Nos alejamos hacia el sur sobrevolando el curso medio del Manso, que traía poca agua tras el verano de sequía y calor tan intenso. Sólo un minuto después descendíamos en un islote diminuto y lleno de árboles en mitad del cauce, que en ese lugar corría entre altos acantilados coronados de alerces, sin orillas por varios kilómetros. Había elegido bien el lugar, para que yo no pudiera recibir ningún auxilio humano.En el islote ardía una pequeña fogata y una mujer se adelantó para recibirnos: la brujita. Blas me depositó en el pasto y señaló la Cruz, todavía en mi mano. La tiré al agua sin vacilar. Si tenía tanta suerte de volver a necesitarla, mi familia me proveería otra exactamente igual. Me señaló a la chica.—Ella te va a ayudar a prepa
Majo estaba bien, Blas sólo la había dejado inconsciente. Ariel y una de sus tías, que era médica, se cercioraron de que no estuviera lastimada y aseguraron que no corría ningún peligro. Pero teníamos que sacarla de ahí. Dos cazadoras se ofrecieron a llevarla en mi auto. Troqué el desmayo de mi hija por un sueño profundo, del que no despertaría hasta la mañana, y mandé a Ariel con ellas. La excusa era evitar que se perdieran buscando mi casa. Él se dio cuenta de que lo quería alejar de una posible batalla, pero aceptó la promesa de que podía regresar. Iban a tardar al menos tres horas en ir y volver. Y yo sabía que para entonces todo se habría resuelto.Apenas estuvieron en camino, busqué a Julia. Ella y su hermana Guadalupe conferenciaban con su abuela Clara y un par más de mujeres mayores. Sus expresiones al enfrentarme no dejaba
Les salí al cruce y derribé a dos o tres antes de que los restantes siguieran su camino, dejándome atrás. Tuve que ir tras ellos, porque las cazadoras no podían hacer nada contra criaturas tan poderosas. Permití que mi apremio y mi angustia se transformaran en furia, dejándola fluir para aprovechar la fuerza que me daba. Allá abajo, entre las fogatas encendidas, vi que las cazadoras se preparaban para dar una batalla que ya tenían perdida.El viento en mis oídos moduló un sonido que me sorprendió comprender.—Estamos cerca, Raziel.Reconocí con un escalofrío la voz de Yael, mi antiguo hermano de armas. Me apresuré tras los demonios, sin detenerme a darle la importancia debida a que era la primera vez desde que cayera que uno de ellos se comunicaba conmigo. Había asuntos más urgentes. Si Yael y los demás estaban en camino, a
Blas salió de la tienda con una sonrisita satisfecha que iba a la perfección con los destellos de su aura sucia. Me vio y se volvió interrogante hacia Ragaesh, que lo instó a acercarse adonde yo permanecía erguido sólo porque la cadena me sostenía.—Mirá quién vino al baile —fue su saludo, inclinándose hacia mí—. Siempre tan oportuno, exorcista. Vas a ser el postre. Todo un honor, considerando tu estatus. No me lo voy a perder por nada del mundo: tu novia cortándote en pedacitos. Se entiende muy bien con mi señora, ¿sabías? —Enfrentó a Ragaesh, todavía sonriendo—. No lo mencionen delante de mi señora. Yo les voy a decir cuándo entregárselo.A través del dolor y la fatiga que me abrumaban, tuve el gusto de ver que Ragaesh se tragaba su odio e inclinaba la cabeza ante Blas. De haberse atrevido, lo
Abrí los ojos y vi que estaba caída en el centro de la habitación de fuego. Miré a todos lados desesperada: no había ninguna salida. Tenía que hallarla, inventarla si era preciso. Me moví con cuidado infinito, con sigilo y suavidad. Era yo, era Lucía Márquez, y tenía que seguir siéndolo un rato más. No quería llamar la atención. Pero necesitaba ver, saber qué estaba pasando ahí afuera. Fui hasta una pared y hundí la mano en el fuego. Las llamas se agitaron hacia mí y retrocedí asustada, viéndolas cobrar la forma de una cara que me sonreía. La voz sonó retumbante, poderosa, ensordecedora.—¿Te despertaste, pequeña? Zorael me aseguró que te portarías bien. Veamos si es cierto. Mientras lo hagas, seguirás existiendo.Las llamas formaron una ola gigantesca que cayó sobre m&i
Me sobresalté, como si me hubiera adormecido. ¿Dónde estaba? ¿Esos imbéciles todavía no terminaban de abrirme camino en la montaña? Los iba a hacer azotar por un par de siglos, a ver si aprendían el concepto de rapidez. Pero no, ésta no era la prisión donde me habían encerrado. Ésta ni siquiera era yo. ¿Qué era este núcleo de consciencia en el que me había convertido?Una corriente de dolor me recorrió, ardiente, desgarradora.Soy Lucía.Comprenderlo me asustó.Soy Lucía Márquez.Cazadora.Madre de Ariel.Compañera de…El fuego se alzó rugiendo y atravesó la piedra que me confinaba, volvió a caerme encima, me envolvió, me ahogó.Soy Lucía.Si hubiera tenido garganta, habría aullado de dolor
El archidemonio apareció como por arte de magia e hizo una reverencia ante ella. Arayda señaló el cadáver de la chica. La bestia se apresuró a agarrarlo por el tobillo y llevárselo a rastras.—¿Qué novedades hay? —le preguntó Blas antes de que saliera.El otro se detuvo con una pata ya afuera. Se tomó todo un segundo para tragarse la furia de que el Caído se dirigiera de esa forma a alguien de su jerarquía, y consiguió enfrentarlo sin que le supurara demasiado odio por todos los poros. Arayda encontró placer en su humillación. Yo también.—Estamos dando cuenta de una avanzada. Los vamos a derrotar, pero no nos queda mucho tiempo. El grueso de sus fuerzas nos va a caer encima pronto.—Obvio. Somos fáciles de encontrar, con esas auras roñosas como balizas —dije—. Hasta yo podría seguirles el
Lucía no llegó a tocar el piso cuando cayó.Un torbellino cegador se abatió sobre ella, envolviéndola, ocultándola a mis ojos.No me di cuenta que estaba gritando con todas mis fuerzas hasta que sentí el peso cálido, firme en mi cabeza. El brillo disminuyó y reconocí a mi señor Miguel inclinado hacia mí. Era su mano sobre mi cabeza. Estaba rodeado por miles de guerreros de luz, de pronto todos perfectamente visibles para mí. Sus manos fuertes y gentiles me sostuvieron cuando entre varios exorcistas me liberaron de la cadena maldita de Tespiah. Me desmoroné en sus brazos llorando, llamando balbuceante a Lucía.—Yael, Misael, cuiden de su hermano.El frío me invadió cuando Miguel se apartó de mí y sentí las manos amables de mis antiguos hermanos sujetándome. Quería ver qué había pasado