Entrar en la oficina demandó todo mi valor. Estaba encogida por dentro, agazapada, esperando el primer comentario burlón de Mauro. Que nunca llegó. Me saludó como siempre y Majo se hizo eco desde arriba. Oculté mi confusión, apurándome a ocupar mi escritorio y sumergirme en el trabajo. Pero seguía en un estado de tensión insoportable. La campanilla del teléfono me sobresaltaba, el chasquido de la puerta del local me paralizaba el corazón. Una hora después bajó Majo a despedirse de nosotros con su sonrisa encantadora. Por más que escarbé en su expresión con toda mi paranoia, no pude encontrar nada fuera de lo común en su forma de mirarme ni en su acento al hablarme.
Pero el infarto esperaba a la vuelta de la esquina, y entró corriendo apenas Majo se fue. Mauro alzó la vista de la computadora, esperó a verla irse y atravesó la oficin
La noche se me hizo eterna hasta que Ariel y yo terminamos de comer. Cuando se fue a su cuarto, me encerré en el mío para cambiarme apurada. Pero cuando abrí la puerta lo encontré en la cocina, sirviéndose jugo.—¿Vas a salir? —me preguntó, de espaldas.Sabía que tenía razón con su actitud reprobadora, pero eso no evitaba que me molestara. Le contesté en el mismo tono seco.—Sí.—¿Con Raziel?—Sí. —Se suponía que la adulta era yo, así que atemperé el tono—. Tenemos que terminar lo de los duendes, en Península.Giró hacia mí, me observó un momento y asintió sonriendo de costado.—Tratá que no te mastiquen tanto esta vez.Crucé la cocina en dos pasos y le eché los brazos al cuello. Él me estrechó
Las Fiestas no llegaron: nos cayeron encima.La segunda quincena de diciembre trajo un incremento sensible del trabajo, y cuando paramos a mirar el calendario ya era 22 de diciembre. Navidad siempre es una fecha familiar. Como todos los años, Ariel y yo nos juntamos con su padre y sus padrinos a cenar y terminamos la velada antes de las tres. Considerando nuestras costumbres individuales, me hice cargo de la agencia el 25 a la mañana, mientras Mauro dormía a pierna suelta después de una fiesta hasta el amanecer.Era una mañana brillante y tibia, y se me ocurrió bajarme antes del colectivo para caminar unas cuadras. Vi la ambulancia en la puerta del Bariloche Center. No era de extrañar que hubiera habido algún lastimado en un edificio tan grande, o en el boliche o el bar que funcionaban debajo. Nada llamativo.Lo que sí me sorprendió fue encontrar la kombi de Pedro ya estacionada frente a la ga
—¿Cuándo vas a ir?Sus palabras me arrancaron de mi momento de tortura interna.—Hoy o mañana. El sábado ya me comprometieron a un brindis de fin de año.Me tendió una mano con una de sus sonrisas rápidas.—Me gustan los Gremlins —terció—. ¿Alguna vez viste ascender a alguno?—¿Ascender? ¿Sus cenizas, querés decir?Meneó la cabeza. Parecía divertido.—Un día alguien allá arriba te va a pasar factura por todas las criaturas que has matado por ignorancia.Estábamos en la puerta de casa y entré a buscar mis cosas.—Con la Cruz alcanza —lo oí decir.Ariel salió de su pieza atraído por su voz y se asomó al porche.—¡Hola, Raziel! —saludó alegremente.—Buenas noches, Arie
Me depositó con su suavidad habitual en la playa y fue a sentarse al tope del peñón de siempre a orillas del lago. Su naturaleza etérea lo hacía disfrutar los lugares altos. Además, su oído era agudísimo y tenía la capacidad de modular los sonidos de tal forma que parecía hablar a sólo dos pasos de distancia. Así que era muy común que nuestras conversaciones ahí se desarrollaran como esa noche: él parado o sentado en algún sitio donde podía sentir los movimientos del aire, yo donde tuviera los pies bien apoyados en la tierra y el horizonte a la altura de mis ojos.Para mí esas “conversaciones a distancia” eran una suerte. Sobre todo si estaba con tantas emociones a flor de piel como esa noche. De haberlo tenido cerca, no habría resistido la tentación de sentarme junto a él y apoyarme en su hombro. Raziel intuiría
Cuando llegó el mail de los australianos, Lucas sintió que era cosa del destino. Dándole un empujón brutal para que enfrentara lo que venía preocupándolo hacía varios días. Mauro se lo mostró con aire socarrón, malinterpretando su ceño fruncido.—Es lo malo de ser el mejor, querido —dijo divertido—. Así que hacete a la idea de que la semana que viene vas a pasar un par de noches en la montaña.Si el problema fuera ése, pensó Lucas suspirando. Se encogió de hombros resignado y asintió. Miró la hora distraído, más que nada para apartar la vista de esas palabras que acababan de concertar su cita con el terror.—Me voy a cambiar. ¿Te veo en El Dutch? —preguntó.—Podrías llevarme a casa. Yo también quiero ir a cambiarme, ¿no, Lu?Luc&iac
Encontrarse con Eugenia fue una coincidencia afortunada, porque Lucía se conocía y sabía que una vez que llegara a su casa, después no iba a juntar ganas para volver a salir. Así que empanadas para llevar y a charlar en el departamento de su amiga, esperando que se hiciera hora de ir al Dutch.Eugenia estaba alquilando en el Bariloche Center. Coincidencia afortunada, claro, pensó Lucía entrando con ella al edificio. Miró a su alrededor con curiosidad mientras esperaban el ascensor, preguntándose cómo lo vería Raziel con sus ojos sutiles. Cómo lo vería ella misma en sólo una semana. Se estremeció al pensarlo. Noche de verano. El Saltillo. Raziel. Tendría que llevar un resucitador, por las dudas.Su amiga la iba poniendo al tanto de los últimos chismes de los que todavía no se había enterado. Marcos y Viviana se estaban vi
Tenía que reconocer que la ropa que Eugenia la había obligado a ponerse le quedaba bien, aunque se sentía rara. Una musculosa blanca ajustada, un suéter color chocolate de cuello abierto de hombro a hombro, unos jeans medio ajustados. Y había logrado evitar la sesión de maquillaje. Inés acababa de llegar y dio su visto bueno con un guiño. Ella estaba para parar el tránsito con esa remera escotada y esos pantalones blancos. Eugenia y Lucía le auguraron la tercera noche con Lucas sin vacilar.—Y vos más te vale que te vayas con Julián, que nunca más le diste la hora —le dijo Inés a Lucía—. Para matarte. Semejante tipo te va a atrás y vos ni te das por aludida.Lucía se encogió de hombros, incómoda. Salieron charlando y riendo. A excepción de Mauro (y Lucía estaba segura que Majo también), nadie parec&i
Lucía mantuvo cincuenta metros de distancia hasta que la chica entró al edificio. Entonces se apuró, para ver a qué piso iba. Las puertas del ascensor se cerraron cuando entraba al hall, y esperó con los ojos fijos en los números que seguían pasando. Décimo piso. ¡Mierda! Sí que es un parásito. Los parásitos solían anidar en áticos y buhardillas. Si había un nido en el edificio, tenía sentido que estuviera en el último piso. Lo malo era que ahí también funcionaba un hostel, y los parásitos eran peligrosos y violentos. Ella nunca se había enfrentado a uno, porque su abuela había limpiado Bariloche de parásitos cincuenta años atrás. Sabía que les gustaban los lugares aireados pero evitaban salir al aire libre, y esa contradicción era uno de los pocos puntos débiles, sino el úni