Encontrarse con Eugenia fue una coincidencia afortunada, porque Lucía se conocía y sabía que una vez que llegara a su casa, después no iba a juntar ganas para volver a salir. Así que empanadas para llevar y a charlar en el departamento de su amiga, esperando que se hiciera hora de ir al Dutch.
Eugenia estaba alquilando en el Bariloche Center. Coincidencia afortunada, claro, pensó Lucía entrando con ella al edificio. Miró a su alrededor con curiosidad mientras esperaban el ascensor, preguntándose cómo lo vería Raziel con sus ojos sutiles. Cómo lo vería ella misma en sólo una semana. Se estremeció al pensarlo. Noche de verano. El Saltillo. Raziel. Tendría que llevar un resucitador, por las dudas.
Su amiga la iba poniendo al tanto de los últimos chismes de los que todavía no se había enterado. Marcos y Viviana se estaban vi
Tenía que reconocer que la ropa que Eugenia la había obligado a ponerse le quedaba bien, aunque se sentía rara. Una musculosa blanca ajustada, un suéter color chocolate de cuello abierto de hombro a hombro, unos jeans medio ajustados. Y había logrado evitar la sesión de maquillaje. Inés acababa de llegar y dio su visto bueno con un guiño. Ella estaba para parar el tránsito con esa remera escotada y esos pantalones blancos. Eugenia y Lucía le auguraron la tercera noche con Lucas sin vacilar.—Y vos más te vale que te vayas con Julián, que nunca más le diste la hora —le dijo Inés a Lucía—. Para matarte. Semejante tipo te va a atrás y vos ni te das por aludida.Lucía se encogió de hombros, incómoda. Salieron charlando y riendo. A excepción de Mauro (y Lucía estaba segura que Majo también), nadie parec&i
Lucía mantuvo cincuenta metros de distancia hasta que la chica entró al edificio. Entonces se apuró, para ver a qué piso iba. Las puertas del ascensor se cerraron cuando entraba al hall, y esperó con los ojos fijos en los números que seguían pasando. Décimo piso. ¡Mierda! Sí que es un parásito. Los parásitos solían anidar en áticos y buhardillas. Si había un nido en el edificio, tenía sentido que estuviera en el último piso. Lo malo era que ahí también funcionaba un hostel, y los parásitos eran peligrosos y violentos. Ella nunca se había enfrentado a uno, porque su abuela había limpiado Bariloche de parásitos cincuenta años atrás. Sabía que les gustaban los lugares aireados pero evitaban salir al aire libre, y esa contradicción era uno de los pocos puntos débiles, sino el úni
Lucía giró y vio venir al parásito como un rinoceronte al galope, arrancando cables y antenas a su paso. Pocos iban a tener televisión al día siguiente en el edificio. Fijó la vista en la criatura espeluznante que se acercaba más y más. Los machos mantenían una forma relativamente humanoide, pero las hembras en época de reproducción eran una postal pesadillezca de Alien, secretando humores ácidos y agitando sus garras filosas como navajas. Sin volverse hacia los doce o trece pisos que se abrían a sus pies hasta la calle Libertad, se subió a la cornisa ancha que bordeaba el techo. El parásito soltó un sonido largo y profundo, casi demasiado grave para el oído humano, que hizo vibrar el piso.Una ráfaga de viento se arremolinó en torno a Lucía, que apretó la Cruz y respiró hondo. El pulso se le desbocó por un momento, p
—Eugenia ya está confirmada para mañana y pasado. Si llega a salir otra cosa, llamen a Julián. Y si es en inglés, a Germán. A Pedro lo pueden contar para mañana pero no para pasado, porque tiene que subir a buscarnos. De los transportistas llamen a Juan, y la segunda opción es Ricardo. Ni se les ocurra llamar al boludo de Chapi, aunque se ofrezca a salir gratis. No se olviden de reconfirmar los vuelos y anotar quién los atendió en el call center. Si llega a llamar…—Tomá y callate.Me quedé mirando a Mauro ultrajada. Él me puso un mate en la mano con sonrisa divertida. Majo, que sí consideraba importantes mis recomendaciones de último momento, terminó de anotar todo y alzó la vista, esperando que terminara.—¿Si llama quién, Lu?—Berenguer, de Puerto Alto, que no se haga el boludo y deposite —se
Estábamos terminando de almorzar en la cocina de la hostería, una mesa larga con los mismos que habíamos desayunado en los Rápidos, cuando Linda se acercó a saludar y a avisarles a Pedro y Lucas que su habitación ya estaba lista.—Yo no me quedo —terció Pedro.Linda se lo quedó mirando mientras mi plato de ternera con puré de pronto me sabía a cicuta. Alcé un dedo digiriendo el mal trago. Linda no ocultó su consternación.—¿Sos vos la que se queda, Lucía? Pero… Maurito no me dijo que eras vos y pensé que eran ellos, así que les reservé una habitación doble… Y tengo el resto de la hostería ocupada. Vos sabés que en esta época del año…Su embarazo señalaba a mi socio como único culpable. Le iba a llenar la ropa de tijeretas. Le iba a aguar la cerv
El horario de verano, que ese año nos había adelantado una hora los relojes, eternizaba los días en la Patagonia. Pero por fin bajó el sol. Subí a ponerme pantalones y una camisa y bajé a acechar el momento en que Linda estuviera libre. Por fin tuve mi charla de negocios con ella. Por fin terminamos la cena con los O’Malley. Por fin ellos y Lucas se fueron a dormir, temprano para despertarse al alba y salir al amanecer para el refugio. Por suerte no hacía frío. Salí avisando que iba a caminar un rato, para que nadie saliera a buscarme cuando tardara en volver. Eran las diez de la noche.Me adelanté sola por el camino hacia Ventisquero Negro en la noche que empezaba a cerrarse. La brisa era tibia, atípica, y los hielos allá arriba se cubrían de un resplandor pálido bajo el cielo oscurecido, tan lejos y tan cerca. Raziel sabía que yo no tenía forma de saber a qu
—Abrí los ojos muy despacio y no te asustes de lo que puedas ver.Asentí, todavía respirando lento y profundo, y me tomé un momento más. Al fin entorné los párpados. Apenas. Sólo un instante y los volví a cerrar.—¿Ya es de día? —pregunté en un hilo de voz.Tal vez lo que me habían parecido minutos habían sido horas. Pero todo lo que me rodeaba se veía demasiado claro para ser cerca de medianoche.—No, mirá de nuevo. De a poco.Obedecí con cierta aprensión. Tenía razón, no era de día. Todavía. Debía estar amaneciendo. A través de los párpados, más cerrados que abiertos, veía cada árbol, cada caña, cada helecho, cada piedra, todo envuelto en una tenue luz ambarina. Cometí el error de mirar a un costado y me tapé
Mi segundo día en Pampa Linda fue algo irreal. Tuve que usar los lentes de sol todo el tiempo, y cuidarme de que mi cara no fuera un cartel de idiotez asombrada. Tal como Raziel advirtiera, estar rodeada de gente y a la luz del día no era tan fácil como andar por el bosque de noche. Pero el truco que me había enseñado funcionaba si me concentraba, y de a poco dejé de sobresaltarme con cada mosca que pasaba a trescientos metros.Lo que me tenía extasiada era el propio Tronador, una pirámide prístina de energía que se estiraba hacia arriba desde la cumbre en una columna luminosa que se perdía en el cielo. Pasé todo el día al aire libre, mirándolo embobada. Esa noche me habría escapado de nuevo, al Saltillo o a cualquier otro lado, pero bastante había andado por ahí durante el día. Raziel me había hecho prometer que trataría de descansar, as