Estábamos terminando de almorzar en la cocina de la hostería, una mesa larga con los mismos que habíamos desayunado en los Rápidos, cuando Linda se acercó a saludar y a avisarles a Pedro y Lucas que su habitación ya estaba lista.
—Yo no me quedo —terció Pedro.
Linda se lo quedó mirando mientras mi plato de ternera con puré de pronto me sabía a cicuta. Alcé un dedo digiriendo el mal trago. Linda no ocultó su consternación.
—¿Sos vos la que se queda, Lucía? Pero… Maurito no me dijo que eras vos y pensé que eran ellos, así que les reservé una habitación doble… Y tengo el resto de la hostería ocupada. Vos sabés que en esta época del año…
Su embarazo señalaba a mi socio como único culpable. Le iba a llenar la ropa de tijeretas. Le iba a aguar la cerv
El horario de verano, que ese año nos había adelantado una hora los relojes, eternizaba los días en la Patagonia. Pero por fin bajó el sol. Subí a ponerme pantalones y una camisa y bajé a acechar el momento en que Linda estuviera libre. Por fin tuve mi charla de negocios con ella. Por fin terminamos la cena con los O’Malley. Por fin ellos y Lucas se fueron a dormir, temprano para despertarse al alba y salir al amanecer para el refugio. Por suerte no hacía frío. Salí avisando que iba a caminar un rato, para que nadie saliera a buscarme cuando tardara en volver. Eran las diez de la noche.Me adelanté sola por el camino hacia Ventisquero Negro en la noche que empezaba a cerrarse. La brisa era tibia, atípica, y los hielos allá arriba se cubrían de un resplandor pálido bajo el cielo oscurecido, tan lejos y tan cerca. Raziel sabía que yo no tenía forma de saber a qu
—Abrí los ojos muy despacio y no te asustes de lo que puedas ver.Asentí, todavía respirando lento y profundo, y me tomé un momento más. Al fin entorné los párpados. Apenas. Sólo un instante y los volví a cerrar.—¿Ya es de día? —pregunté en un hilo de voz.Tal vez lo que me habían parecido minutos habían sido horas. Pero todo lo que me rodeaba se veía demasiado claro para ser cerca de medianoche.—No, mirá de nuevo. De a poco.Obedecí con cierta aprensión. Tenía razón, no era de día. Todavía. Debía estar amaneciendo. A través de los párpados, más cerrados que abiertos, veía cada árbol, cada caña, cada helecho, cada piedra, todo envuelto en una tenue luz ambarina. Cometí el error de mirar a un costado y me tapé
Mi segundo día en Pampa Linda fue algo irreal. Tuve que usar los lentes de sol todo el tiempo, y cuidarme de que mi cara no fuera un cartel de idiotez asombrada. Tal como Raziel advirtiera, estar rodeada de gente y a la luz del día no era tan fácil como andar por el bosque de noche. Pero el truco que me había enseñado funcionaba si me concentraba, y de a poco dejé de sobresaltarme con cada mosca que pasaba a trescientos metros.Lo que me tenía extasiada era el propio Tronador, una pirámide prístina de energía que se estiraba hacia arriba desde la cumbre en una columna luminosa que se perdía en el cielo. Pasé todo el día al aire libre, mirándolo embobada. Esa noche me habría escapado de nuevo, al Saltillo o a cualquier otro lado, pero bastante había andado por ahí durante el día. Raziel me había hecho prometer que trataría de descansar, as
Nos fuimos caminando del brazo sin rumbo demasiado fijo, parloteando y riendo como no habíamos hecho en los últimos meses. Llegamos al Dutch a tiempo para aprovechar la happy hour y nos instalamos en la barra a charlar con Gabriel hasta que el local se empezó a llenar. A pesar de ser lunes, poco después de medianoche ya no entraba un alfiler. Había muchos chicos extranjeros de los hostels más cercanos, y las conversaciones se cruzaban en mil idiomas.Llegaron algunos conocidos, guías y agencieros, y nos fuimos con ellos a un rincón abajo, el más alejado de la puerta. En ese mes de trabajar de lunes a lunes, a los que vivíamos del turismo nos daba igual cualquier día de la semana para salir, porque fuera el día que fuera, a la mañana siguiente todos teníamos que madrugar. Siguieron llegando conocidos. A la una de la mañana éramos más de diez. Alguien coment&oa
Empecé a rezar para mis adentros. La Cruz me quemaba las manos pero no pensaba soltarla. Llamé a Raziel con todas mis fuerzas. Intenté golpear al Caído un par de veces más, pero nunca llegaba siquiera a tocarlo. Entonces soltó a Mauro, que cayó sin sentido a sus pies, y se agachó junto a él.—Parece mentira que el cuerpo humano sea tan frágil, ¿no? —comentó.Agarró el pelo de Mauro y observó su cara un momento. No contuve el grito al verlo golpearle la cabeza contra las piedras de la playa.—¡Dejalo, hijo de mil putas! ¡Haceme frente!—¿Me vas a atacar en algún momento?Pateó a Mauro en el estómago, mandándolo a estrellarse contra una roca de la orilla. Escuché crujir su espalda, vi la sangre que había quedado donde le golpeara la cabeza. Una furia asesina se sobrepuso
Supe que era tarde en cuanto abrí los ojos.Nos habíamos ido a dormir temprano y yo había caído en un sueño profundo como hacía meses que no tenía. Lo que me arrancó de él fue el llamado de Lucía. Me di cuenta enseguida de que algo estaba yendo muy mal, pero me detuve a vestirme mientras trataba de hacerme una idea de qué estaba pasando. Lucía me llamaba desde el centro y tal vez tuviera que mostrarme en forma humana. ¡Mierda! Ella peleaba con Blas y Mauro estaba herido.Fue la primera vez que mi velocidad me pareció escasa. Lo único que podía hacer era concentrarme en Blas para que me sintiera acercarme. Surtió efecto. Un momento después dio por terminada la pelea y trató de escapar. Cometí el error de dejarme llevar por la furia. En vez de ir directamente a socorrer a Lucía y a Mauro, fui tras él. Fue una lu
El camino a casa no fue más que el principio de la tortura. No podía dejar de maldecirme por permitir que todo esto sucediera. Culpar a Blas no me servía. Excusarme porque estaba cansado era insultar a Mauro y a Lucía. Yo tenía todo lo necesario para protegerlos, para evitar cualquier clase de peligro para ellos. Lo que era más: era el único en condiciones de hacerlo. Y había fallado. Y eran ellos los que estaban pagando mi negligencia, mi error, mi falta de atención. Estuve tentado de salir a buscar a Blas en ese mismo momento. Lo iba a hacer sufrir lo mismo que estábamos sufriendo nosotros, iba a hacer que rogara misericordia y se la iba a negar. Sabía que me estaba demorando en pensamientos ociosos para tratar de desahogar la culpa que me abrumaba. Pero de momento, enfurecerme era la única forma que se me ocurría para no venirme abajo como un castillo de naipes.Volví al sanat
Respiré hondo antes de abrir la puerta de la habitación de Mauro. Efectivamente, Lucía estaba ahí. Se había sentado de espaldas a la puerta, el pie del suero junto a su silla. Estaba inclinada hacia adelante, una mano de Mauro en la suya. Di un paso procurando que me escuchara. Miró por sobre su hombro, lista para mandar al diablo a quien fuera, pero al verme su cara se transformó. Abrió la boca, tratando de decir algo que se le ahogó en la garganta. Los ojos se le llenaron de lágrimas.Un instante después estaba agachado frente a ella, abrazándola, y Lucía escondía su cara contra mi cuello llorando con todas sus fuerzas. Tuve que morderme la lengua para no hablar mientras ella balbuceaba culpas y disculpas que no hubieran tenido sentido para nadie más. Aguanté, aguanté, el pecho doliéndome cada vez que la sentía estremecerse, sin atreverme a de