El camino a casa no fue más que el principio de la tortura. No podía dejar de maldecirme por permitir que todo esto sucediera. Culpar a Blas no me servía. Excusarme porque estaba cansado era insultar a Mauro y a Lucía. Yo tenía todo lo necesario para protegerlos, para evitar cualquier clase de peligro para ellos. Lo que era más: era el único en condiciones de hacerlo. Y había fallado. Y eran ellos los que estaban pagando mi negligencia, mi error, mi falta de atención. Estuve tentado de salir a buscar a Blas en ese mismo momento. Lo iba a hacer sufrir lo mismo que estábamos sufriendo nosotros, iba a hacer que rogara misericordia y se la iba a negar. Sabía que me estaba demorando en pensamientos ociosos para tratar de desahogar la culpa que me abrumaba. Pero de momento, enfurecerme era la única forma que se me ocurría para no venirme abajo como un castillo de naipes.
Volví al sanat
Respiré hondo antes de abrir la puerta de la habitación de Mauro. Efectivamente, Lucía estaba ahí. Se había sentado de espaldas a la puerta, el pie del suero junto a su silla. Estaba inclinada hacia adelante, una mano de Mauro en la suya. Di un paso procurando que me escuchara. Miró por sobre su hombro, lista para mandar al diablo a quien fuera, pero al verme su cara se transformó. Abrió la boca, tratando de decir algo que se le ahogó en la garganta. Los ojos se le llenaron de lágrimas.Un instante después estaba agachado frente a ella, abrazándola, y Lucía escondía su cara contra mi cuello llorando con todas sus fuerzas. Tuve que morderme la lengua para no hablar mientras ella balbuceaba culpas y disculpas que no hubieran tenido sentido para nadie más. Aguanté, aguanté, el pecho doliéndome cada vez que la sentía estremecerse, sin atreverme a de
La habitación estaba en penumbras, apenas iluminada por el brillo cobrizo que llegaba de la ruta. Lucía permanecía despierta, la cara vuelta hacia la ventana, perdida en pensamientos que le contraían la cara. No se movió cuando entré, ni cuando me acerqué. Percibí que su corazón latía con fuerza y que intentaba controlarlo. Rodeé la cama y me detuve cerca de sus pies, en silencio, esperando que me enfrentara. Pasó un minuto entero.—¿Te acordás de los Gremlins? —preguntó de pronto en voz baja, todavía sin mirarme. Su acento era sereno, con un eco de melancolía.Asentí tragándome la curiosidad. Aunque no volviera la vista, advertiría mi gesto.—¿Y esos fantasmas que discutían todo el tiempo?Volví a asentir.—Y el duende malhumorado que coleccionaba tijeras…
Por suerte en el sanatorio había buena internet inalámbrica. Contra todas las prescripciones de los médicos, de las enfermeras, de Lucas y hasta de Mauro desde la pieza de enfrente, hice que Majo me llevara mi laptop, recuperé el celular de emergencias y habilité una sucursal provisoria de la agencia. Nadie quería creer que la herida de la cirugía del día anterior casi no me dolía y no les podía explicar que había contado con un cicatrizador angélico personalizado. Por suerte los médicos se rindieron a la evidencia al mediodía, cuando vieron los resultados de los últimos estudios que me hicieran por la mañana, y accedieron a darme el alta para la tarde siguiente. Mi socio iba a tener que quedarse un par de días más. Con él también se habían llevado una sorpresa los médicos, que no esperaban una mejoría tan notoria en un laps
Vi pasar la tarde con un temor vago que me negué a identificar. Ya tendría toda la noche para enfrentarlo. Cuando terminó la hora de visita, me levanté, agarré el pie con el suero que se empeñaban en dejarme enchufado y me fui a ver a Mauro. Lo encontré jugando al truco con Lucas, que tomaba un mate espumoso que me hizo agua la boca. Hicieron a un lado su juego en atención al número impar. Puesta a desobedecer al médico, estuve a punto de pedirle de rodillas a Lucas que me convidara un mate. Por suerte se dejó convencer al primer pedido. Lo noté pálido y silencioso, como retraído, pero con el par de días que le estábamos haciendo pasar, no me resultó extraño. La tarde anterior, él mismo me había contado que pasaba por la costanera a la madrugada cuando vio el revuelo al lado de Grisú. Se había acercado a ver qué pasaba y se
La enfermera que vino a traerme el desayuno me encontró ya bañada y con la computadora sobre las piernas, viendo en internet los últimos reportes sobre la erupción del volcán Llaima, en la IX Región de Chile, ubicado a la altura de Zapala, Neuquén. Había vuelto a entrar en actividad para Año Nuevo, después de una siestita de catorce años, y por rara ocasión para un volcán chileno, no había traído complicaciones a nuestras poblaciones fronterizas.Una vez que leí la información de fuentes serias, empecé a seguir enlaces relacionados al azar. Y pasé un rato bastante entretenido con la interpretación esotérica, y más bien patafísica, de un informe sobre los volcanes de la Patagonia chilena. Según el autor, sus estudios astrológicos indicaban que pronto se registraría en la zona un evento geoló
Marzo.Ariel empezó las clases. Poco trabajo en la agencia.Sé que hubo algo llamado febrero, cuatro semanas oscuras de las que no guardo ningún recuerdo importante. Fue dejar que el tiempo pasara, insensible, mientras yo intentaba recuperar algo parecido a lo que había sido mi vida antes de conocer a Raziel.Volví a patrullar como en los viejos tiempos. Y no sé si fue por eso, o porque algo había hecho que se incrementara la actividad del inframundo en nuestro plano, pero limpié un montón de lugares, y exterminé o sellé a un montón de criaturas. Empecé a ver a Julián un par de veces por semana. Las noches que no patrullaba, volvía al centro después de cenar y pasaba un par de horas en El Dutch. Me acostumbré a mantenerme ocupada, y acompañada siempre que podía.Dejé sin contestar todos los mensajes y mails de mi fami
Unos días antes de Semana Santa di con el cubil de otra media docena de demonios nivel siete. Se habían asentado cerca de Colonia Suiza y por el momento se limitaban a robar gallinas y perros, pero no tardarían en buscar presas más suculentas.Desgraciadamente estaba en lo cierto. Me llevó una semana rastrearlos, y descubrí sorprendida que estaban a las órdenes de un demonio de mayor categoría. La noche que los ataqué, encontré a dos nenes de cinco o seis años en el cubil. Los tenían desmayados en una jaula improvisada con ramas. Verlos me sacó de quicio. Hice una verdadera carnicería, y pronto no quedaba de ellos más que carroña y cenizas malolientes. Estaba sacando a los nenes de la jaula cuando la Cruz en mi cintura se encendió. Me erguí y giré para enfrentar al jefe con los nenes en mis brazos.Vacilé al ver la silueta humana e
Julián me acarició el pelo distraído mientras la película llegaba a su clímax. Yo luchaba por no dormirme, incapaz de acostumbrarme a los dramas europeos que a él tanto le gustaban. Era domingo a la noche, Ariel se había quedado en casa de su padre y yo había aceptado la invitación a cenar en el departamento de Julián. Ahora lo tenía arrinconado para usar sus piernas de almohada, estirada cuan larga era en el resto del sillón. No llegué a ver el final de la película. Me despertó con un beso en la mejilla.—Estás cansada —susurró, apartándome el pelo de la cara—. Vamos a dormir.Era una de las cosas que me hacían seguir viéndolo. Se tomaba cualquier situación con toda la calma del mundo. No consideraba desperdiciada una noche conmigo si no teníamos sexo, jamás ejercía ninguna presi&oacut