—Abrí los ojos muy despacio y no te asustes de lo que puedas ver.
Asentí, todavía respirando lento y profundo, y me tomé un momento más. Al fin entorné los párpados. Apenas. Sólo un instante y los volví a cerrar.
—¿Ya es de día? —pregunté en un hilo de voz.
Tal vez lo que me habían parecido minutos habían sido horas. Pero todo lo que me rodeaba se veía demasiado claro para ser cerca de medianoche.
—No, mirá de nuevo. De a poco.
Obedecí con cierta aprensión. Tenía razón, no era de día. Todavía. Debía estar amaneciendo. A través de los párpados, más cerrados que abiertos, veía cada árbol, cada caña, cada helecho, cada piedra, todo envuelto en una tenue luz ambarina. Cometí el error de mirar a un costado y me tapé
Mi segundo día en Pampa Linda fue algo irreal. Tuve que usar los lentes de sol todo el tiempo, y cuidarme de que mi cara no fuera un cartel de idiotez asombrada. Tal como Raziel advirtiera, estar rodeada de gente y a la luz del día no era tan fácil como andar por el bosque de noche. Pero el truco que me había enseñado funcionaba si me concentraba, y de a poco dejé de sobresaltarme con cada mosca que pasaba a trescientos metros.Lo que me tenía extasiada era el propio Tronador, una pirámide prístina de energía que se estiraba hacia arriba desde la cumbre en una columna luminosa que se perdía en el cielo. Pasé todo el día al aire libre, mirándolo embobada. Esa noche me habría escapado de nuevo, al Saltillo o a cualquier otro lado, pero bastante había andado por ahí durante el día. Raziel me había hecho prometer que trataría de descansar, as
Nos fuimos caminando del brazo sin rumbo demasiado fijo, parloteando y riendo como no habíamos hecho en los últimos meses. Llegamos al Dutch a tiempo para aprovechar la happy hour y nos instalamos en la barra a charlar con Gabriel hasta que el local se empezó a llenar. A pesar de ser lunes, poco después de medianoche ya no entraba un alfiler. Había muchos chicos extranjeros de los hostels más cercanos, y las conversaciones se cruzaban en mil idiomas.Llegaron algunos conocidos, guías y agencieros, y nos fuimos con ellos a un rincón abajo, el más alejado de la puerta. En ese mes de trabajar de lunes a lunes, a los que vivíamos del turismo nos daba igual cualquier día de la semana para salir, porque fuera el día que fuera, a la mañana siguiente todos teníamos que madrugar. Siguieron llegando conocidos. A la una de la mañana éramos más de diez. Alguien coment&oa
Empecé a rezar para mis adentros. La Cruz me quemaba las manos pero no pensaba soltarla. Llamé a Raziel con todas mis fuerzas. Intenté golpear al Caído un par de veces más, pero nunca llegaba siquiera a tocarlo. Entonces soltó a Mauro, que cayó sin sentido a sus pies, y se agachó junto a él.—Parece mentira que el cuerpo humano sea tan frágil, ¿no? —comentó.Agarró el pelo de Mauro y observó su cara un momento. No contuve el grito al verlo golpearle la cabeza contra las piedras de la playa.—¡Dejalo, hijo de mil putas! ¡Haceme frente!—¿Me vas a atacar en algún momento?Pateó a Mauro en el estómago, mandándolo a estrellarse contra una roca de la orilla. Escuché crujir su espalda, vi la sangre que había quedado donde le golpeara la cabeza. Una furia asesina se sobrepuso
Supe que era tarde en cuanto abrí los ojos.Nos habíamos ido a dormir temprano y yo había caído en un sueño profundo como hacía meses que no tenía. Lo que me arrancó de él fue el llamado de Lucía. Me di cuenta enseguida de que algo estaba yendo muy mal, pero me detuve a vestirme mientras trataba de hacerme una idea de qué estaba pasando. Lucía me llamaba desde el centro y tal vez tuviera que mostrarme en forma humana. ¡Mierda! Ella peleaba con Blas y Mauro estaba herido.Fue la primera vez que mi velocidad me pareció escasa. Lo único que podía hacer era concentrarme en Blas para que me sintiera acercarme. Surtió efecto. Un momento después dio por terminada la pelea y trató de escapar. Cometí el error de dejarme llevar por la furia. En vez de ir directamente a socorrer a Lucía y a Mauro, fui tras él. Fue una lu
El camino a casa no fue más que el principio de la tortura. No podía dejar de maldecirme por permitir que todo esto sucediera. Culpar a Blas no me servía. Excusarme porque estaba cansado era insultar a Mauro y a Lucía. Yo tenía todo lo necesario para protegerlos, para evitar cualquier clase de peligro para ellos. Lo que era más: era el único en condiciones de hacerlo. Y había fallado. Y eran ellos los que estaban pagando mi negligencia, mi error, mi falta de atención. Estuve tentado de salir a buscar a Blas en ese mismo momento. Lo iba a hacer sufrir lo mismo que estábamos sufriendo nosotros, iba a hacer que rogara misericordia y se la iba a negar. Sabía que me estaba demorando en pensamientos ociosos para tratar de desahogar la culpa que me abrumaba. Pero de momento, enfurecerme era la única forma que se me ocurría para no venirme abajo como un castillo de naipes.Volví al sanat
Respiré hondo antes de abrir la puerta de la habitación de Mauro. Efectivamente, Lucía estaba ahí. Se había sentado de espaldas a la puerta, el pie del suero junto a su silla. Estaba inclinada hacia adelante, una mano de Mauro en la suya. Di un paso procurando que me escuchara. Miró por sobre su hombro, lista para mandar al diablo a quien fuera, pero al verme su cara se transformó. Abrió la boca, tratando de decir algo que se le ahogó en la garganta. Los ojos se le llenaron de lágrimas.Un instante después estaba agachado frente a ella, abrazándola, y Lucía escondía su cara contra mi cuello llorando con todas sus fuerzas. Tuve que morderme la lengua para no hablar mientras ella balbuceaba culpas y disculpas que no hubieran tenido sentido para nadie más. Aguanté, aguanté, el pecho doliéndome cada vez que la sentía estremecerse, sin atreverme a de
La habitación estaba en penumbras, apenas iluminada por el brillo cobrizo que llegaba de la ruta. Lucía permanecía despierta, la cara vuelta hacia la ventana, perdida en pensamientos que le contraían la cara. No se movió cuando entré, ni cuando me acerqué. Percibí que su corazón latía con fuerza y que intentaba controlarlo. Rodeé la cama y me detuve cerca de sus pies, en silencio, esperando que me enfrentara. Pasó un minuto entero.—¿Te acordás de los Gremlins? —preguntó de pronto en voz baja, todavía sin mirarme. Su acento era sereno, con un eco de melancolía.Asentí tragándome la curiosidad. Aunque no volviera la vista, advertiría mi gesto.—¿Y esos fantasmas que discutían todo el tiempo?Volví a asentir.—Y el duende malhumorado que coleccionaba tijeras…
Por suerte en el sanatorio había buena internet inalámbrica. Contra todas las prescripciones de los médicos, de las enfermeras, de Lucas y hasta de Mauro desde la pieza de enfrente, hice que Majo me llevara mi laptop, recuperé el celular de emergencias y habilité una sucursal provisoria de la agencia. Nadie quería creer que la herida de la cirugía del día anterior casi no me dolía y no les podía explicar que había contado con un cicatrizador angélico personalizado. Por suerte los médicos se rindieron a la evidencia al mediodía, cuando vieron los resultados de los últimos estudios que me hicieran por la mañana, y accedieron a darme el alta para la tarde siguiente. Mi socio iba a tener que quedarse un par de días más. Con él también se habían llevado una sorpresa los médicos, que no esperaban una mejoría tan notoria en un laps