Lucía mantuvo cincuenta metros de distancia hasta que la chica entró al edificio. Entonces se apuró, para ver a qué piso iba. Las puertas del ascensor se cerraron cuando entraba al hall, y esperó con los ojos fijos en los números que seguían pasando. Décimo piso. ¡Mierda! Sí que es un parásito. Los parásitos solían anidar en áticos y buhardillas. Si había un nido en el edificio, tenía sentido que estuviera en el último piso. Lo malo era que ahí también funcionaba un hostel, y los parásitos eran peligrosos y violentos. Ella nunca se había enfrentado a uno, porque su abuela había limpiado Bariloche de parásitos cincuenta años atrás. Sabía que les gustaban los lugares aireados pero evitaban salir al aire libre, y esa contradicción era uno de los pocos puntos débiles, sino el úni
Lucía giró y vio venir al parásito como un rinoceronte al galope, arrancando cables y antenas a su paso. Pocos iban a tener televisión al día siguiente en el edificio. Fijó la vista en la criatura espeluznante que se acercaba más y más. Los machos mantenían una forma relativamente humanoide, pero las hembras en época de reproducción eran una postal pesadillezca de Alien, secretando humores ácidos y agitando sus garras filosas como navajas. Sin volverse hacia los doce o trece pisos que se abrían a sus pies hasta la calle Libertad, se subió a la cornisa ancha que bordeaba el techo. El parásito soltó un sonido largo y profundo, casi demasiado grave para el oído humano, que hizo vibrar el piso.Una ráfaga de viento se arremolinó en torno a Lucía, que apretó la Cruz y respiró hondo. El pulso se le desbocó por un momento, p
—Eugenia ya está confirmada para mañana y pasado. Si llega a salir otra cosa, llamen a Julián. Y si es en inglés, a Germán. A Pedro lo pueden contar para mañana pero no para pasado, porque tiene que subir a buscarnos. De los transportistas llamen a Juan, y la segunda opción es Ricardo. Ni se les ocurra llamar al boludo de Chapi, aunque se ofrezca a salir gratis. No se olviden de reconfirmar los vuelos y anotar quién los atendió en el call center. Si llega a llamar…—Tomá y callate.Me quedé mirando a Mauro ultrajada. Él me puso un mate en la mano con sonrisa divertida. Majo, que sí consideraba importantes mis recomendaciones de último momento, terminó de anotar todo y alzó la vista, esperando que terminara.—¿Si llama quién, Lu?—Berenguer, de Puerto Alto, que no se haga el boludo y deposite —se
Estábamos terminando de almorzar en la cocina de la hostería, una mesa larga con los mismos que habíamos desayunado en los Rápidos, cuando Linda se acercó a saludar y a avisarles a Pedro y Lucas que su habitación ya estaba lista.—Yo no me quedo —terció Pedro.Linda se lo quedó mirando mientras mi plato de ternera con puré de pronto me sabía a cicuta. Alcé un dedo digiriendo el mal trago. Linda no ocultó su consternación.—¿Sos vos la que se queda, Lucía? Pero… Maurito no me dijo que eras vos y pensé que eran ellos, así que les reservé una habitación doble… Y tengo el resto de la hostería ocupada. Vos sabés que en esta época del año…Su embarazo señalaba a mi socio como único culpable. Le iba a llenar la ropa de tijeretas. Le iba a aguar la cerv
El horario de verano, que ese año nos había adelantado una hora los relojes, eternizaba los días en la Patagonia. Pero por fin bajó el sol. Subí a ponerme pantalones y una camisa y bajé a acechar el momento en que Linda estuviera libre. Por fin tuve mi charla de negocios con ella. Por fin terminamos la cena con los O’Malley. Por fin ellos y Lucas se fueron a dormir, temprano para despertarse al alba y salir al amanecer para el refugio. Por suerte no hacía frío. Salí avisando que iba a caminar un rato, para que nadie saliera a buscarme cuando tardara en volver. Eran las diez de la noche.Me adelanté sola por el camino hacia Ventisquero Negro en la noche que empezaba a cerrarse. La brisa era tibia, atípica, y los hielos allá arriba se cubrían de un resplandor pálido bajo el cielo oscurecido, tan lejos y tan cerca. Raziel sabía que yo no tenía forma de saber a qu
—Abrí los ojos muy despacio y no te asustes de lo que puedas ver.Asentí, todavía respirando lento y profundo, y me tomé un momento más. Al fin entorné los párpados. Apenas. Sólo un instante y los volví a cerrar.—¿Ya es de día? —pregunté en un hilo de voz.Tal vez lo que me habían parecido minutos habían sido horas. Pero todo lo que me rodeaba se veía demasiado claro para ser cerca de medianoche.—No, mirá de nuevo. De a poco.Obedecí con cierta aprensión. Tenía razón, no era de día. Todavía. Debía estar amaneciendo. A través de los párpados, más cerrados que abiertos, veía cada árbol, cada caña, cada helecho, cada piedra, todo envuelto en una tenue luz ambarina. Cometí el error de mirar a un costado y me tapé
Mi segundo día en Pampa Linda fue algo irreal. Tuve que usar los lentes de sol todo el tiempo, y cuidarme de que mi cara no fuera un cartel de idiotez asombrada. Tal como Raziel advirtiera, estar rodeada de gente y a la luz del día no era tan fácil como andar por el bosque de noche. Pero el truco que me había enseñado funcionaba si me concentraba, y de a poco dejé de sobresaltarme con cada mosca que pasaba a trescientos metros.Lo que me tenía extasiada era el propio Tronador, una pirámide prístina de energía que se estiraba hacia arriba desde la cumbre en una columna luminosa que se perdía en el cielo. Pasé todo el día al aire libre, mirándolo embobada. Esa noche me habría escapado de nuevo, al Saltillo o a cualquier otro lado, pero bastante había andado por ahí durante el día. Raziel me había hecho prometer que trataría de descansar, as
Nos fuimos caminando del brazo sin rumbo demasiado fijo, parloteando y riendo como no habíamos hecho en los últimos meses. Llegamos al Dutch a tiempo para aprovechar la happy hour y nos instalamos en la barra a charlar con Gabriel hasta que el local se empezó a llenar. A pesar de ser lunes, poco después de medianoche ya no entraba un alfiler. Había muchos chicos extranjeros de los hostels más cercanos, y las conversaciones se cruzaban en mil idiomas.Llegaron algunos conocidos, guías y agencieros, y nos fuimos con ellos a un rincón abajo, el más alejado de la puerta. En ese mes de trabajar de lunes a lunes, a los que vivíamos del turismo nos daba igual cualquier día de la semana para salir, porque fuera el día que fuera, a la mañana siguiente todos teníamos que madrugar. Siguieron llegando conocidos. A la una de la mañana éramos más de diez. Alguien coment&oa
Empecé a rezar para mis adentros. La Cruz me quemaba las manos pero no pensaba soltarla. Llamé a Raziel con todas mis fuerzas. Intenté golpear al Caído un par de veces más, pero nunca llegaba siquiera a tocarlo. Entonces soltó a Mauro, que cayó sin sentido a sus pies, y se agachó junto a él.—Parece mentira que el cuerpo humano sea tan frágil, ¿no? —comentó.Agarró el pelo de Mauro y observó su cara un momento. No contuve el grito al verlo golpearle la cabeza contra las piedras de la playa.—¡Dejalo, hijo de mil putas! ¡Haceme frente!—¿Me vas a atacar en algún momento?Pateó a Mauro en el estómago, mandándolo a estrellarse contra una roca de la orilla. Escuché crujir su espalda, vi la sangre que había quedado donde le golpeara la cabeza. Una furia asesina se sobrepuso