—¿Cuándo vas a ir?
Sus palabras me arrancaron de mi momento de tortura interna.
—Hoy o mañana. El sábado ya me comprometieron a un brindis de fin de año.
Me tendió una mano con una de sus sonrisas rápidas.
—Me gustan los Gremlins —terció—. ¿Alguna vez viste ascender a alguno?
—¿Ascender? ¿Sus cenizas, querés decir?
Meneó la cabeza. Parecía divertido.
—Un día alguien allá arriba te va a pasar factura por todas las criaturas que has matado por ignorancia.
Estábamos en la puerta de casa y entré a buscar mis cosas.
—Con la Cruz alcanza —lo oí decir.
Ariel salió de su pieza atraído por su voz y se asomó al porche.
—¡Hola, Raziel! —saludó alegremente.
—Buenas noches, Arie
Me depositó con su suavidad habitual en la playa y fue a sentarse al tope del peñón de siempre a orillas del lago. Su naturaleza etérea lo hacía disfrutar los lugares altos. Además, su oído era agudísimo y tenía la capacidad de modular los sonidos de tal forma que parecía hablar a sólo dos pasos de distancia. Así que era muy común que nuestras conversaciones ahí se desarrollaran como esa noche: él parado o sentado en algún sitio donde podía sentir los movimientos del aire, yo donde tuviera los pies bien apoyados en la tierra y el horizonte a la altura de mis ojos.Para mí esas “conversaciones a distancia” eran una suerte. Sobre todo si estaba con tantas emociones a flor de piel como esa noche. De haberlo tenido cerca, no habría resistido la tentación de sentarme junto a él y apoyarme en su hombro. Raziel intuiría
Cuando llegó el mail de los australianos, Lucas sintió que era cosa del destino. Dándole un empujón brutal para que enfrentara lo que venía preocupándolo hacía varios días. Mauro se lo mostró con aire socarrón, malinterpretando su ceño fruncido.—Es lo malo de ser el mejor, querido —dijo divertido—. Así que hacete a la idea de que la semana que viene vas a pasar un par de noches en la montaña.Si el problema fuera ése, pensó Lucas suspirando. Se encogió de hombros resignado y asintió. Miró la hora distraído, más que nada para apartar la vista de esas palabras que acababan de concertar su cita con el terror.—Me voy a cambiar. ¿Te veo en El Dutch? —preguntó.—Podrías llevarme a casa. Yo también quiero ir a cambiarme, ¿no, Lu?Luc&iac
Encontrarse con Eugenia fue una coincidencia afortunada, porque Lucía se conocía y sabía que una vez que llegara a su casa, después no iba a juntar ganas para volver a salir. Así que empanadas para llevar y a charlar en el departamento de su amiga, esperando que se hiciera hora de ir al Dutch.Eugenia estaba alquilando en el Bariloche Center. Coincidencia afortunada, claro, pensó Lucía entrando con ella al edificio. Miró a su alrededor con curiosidad mientras esperaban el ascensor, preguntándose cómo lo vería Raziel con sus ojos sutiles. Cómo lo vería ella misma en sólo una semana. Se estremeció al pensarlo. Noche de verano. El Saltillo. Raziel. Tendría que llevar un resucitador, por las dudas.Su amiga la iba poniendo al tanto de los últimos chismes de los que todavía no se había enterado. Marcos y Viviana se estaban vi
Tenía que reconocer que la ropa que Eugenia la había obligado a ponerse le quedaba bien, aunque se sentía rara. Una musculosa blanca ajustada, un suéter color chocolate de cuello abierto de hombro a hombro, unos jeans medio ajustados. Y había logrado evitar la sesión de maquillaje. Inés acababa de llegar y dio su visto bueno con un guiño. Ella estaba para parar el tránsito con esa remera escotada y esos pantalones blancos. Eugenia y Lucía le auguraron la tercera noche con Lucas sin vacilar.—Y vos más te vale que te vayas con Julián, que nunca más le diste la hora —le dijo Inés a Lucía—. Para matarte. Semejante tipo te va a atrás y vos ni te das por aludida.Lucía se encogió de hombros, incómoda. Salieron charlando y riendo. A excepción de Mauro (y Lucía estaba segura que Majo también), nadie parec&i
Lucía mantuvo cincuenta metros de distancia hasta que la chica entró al edificio. Entonces se apuró, para ver a qué piso iba. Las puertas del ascensor se cerraron cuando entraba al hall, y esperó con los ojos fijos en los números que seguían pasando. Décimo piso. ¡Mierda! Sí que es un parásito. Los parásitos solían anidar en áticos y buhardillas. Si había un nido en el edificio, tenía sentido que estuviera en el último piso. Lo malo era que ahí también funcionaba un hostel, y los parásitos eran peligrosos y violentos. Ella nunca se había enfrentado a uno, porque su abuela había limpiado Bariloche de parásitos cincuenta años atrás. Sabía que les gustaban los lugares aireados pero evitaban salir al aire libre, y esa contradicción era uno de los pocos puntos débiles, sino el úni
Lucía giró y vio venir al parásito como un rinoceronte al galope, arrancando cables y antenas a su paso. Pocos iban a tener televisión al día siguiente en el edificio. Fijó la vista en la criatura espeluznante que se acercaba más y más. Los machos mantenían una forma relativamente humanoide, pero las hembras en época de reproducción eran una postal pesadillezca de Alien, secretando humores ácidos y agitando sus garras filosas como navajas. Sin volverse hacia los doce o trece pisos que se abrían a sus pies hasta la calle Libertad, se subió a la cornisa ancha que bordeaba el techo. El parásito soltó un sonido largo y profundo, casi demasiado grave para el oído humano, que hizo vibrar el piso.Una ráfaga de viento se arremolinó en torno a Lucía, que apretó la Cruz y respiró hondo. El pulso se le desbocó por un momento, p
—Eugenia ya está confirmada para mañana y pasado. Si llega a salir otra cosa, llamen a Julián. Y si es en inglés, a Germán. A Pedro lo pueden contar para mañana pero no para pasado, porque tiene que subir a buscarnos. De los transportistas llamen a Juan, y la segunda opción es Ricardo. Ni se les ocurra llamar al boludo de Chapi, aunque se ofrezca a salir gratis. No se olviden de reconfirmar los vuelos y anotar quién los atendió en el call center. Si llega a llamar…—Tomá y callate.Me quedé mirando a Mauro ultrajada. Él me puso un mate en la mano con sonrisa divertida. Majo, que sí consideraba importantes mis recomendaciones de último momento, terminó de anotar todo y alzó la vista, esperando que terminara.—¿Si llama quién, Lu?—Berenguer, de Puerto Alto, que no se haga el boludo y deposite —se
Estábamos terminando de almorzar en la cocina de la hostería, una mesa larga con los mismos que habíamos desayunado en los Rápidos, cuando Linda se acercó a saludar y a avisarles a Pedro y Lucas que su habitación ya estaba lista.—Yo no me quedo —terció Pedro.Linda se lo quedó mirando mientras mi plato de ternera con puré de pronto me sabía a cicuta. Alcé un dedo digiriendo el mal trago. Linda no ocultó su consternación.—¿Sos vos la que se queda, Lucía? Pero… Maurito no me dijo que eras vos y pensé que eran ellos, así que les reservé una habitación doble… Y tengo el resto de la hostería ocupada. Vos sabés que en esta época del año…Su embarazo señalaba a mi socio como único culpable. Le iba a llenar la ropa de tijeretas. Le iba a aguar la cerv