Siete años antes
Desde la limusina negra de vidrios polarizados, The Boyz in the Band esperaban la señal que la policía les haría para poder bajar del vehículo e ingresar al edificio de CapitalTV. Había jovencitas por todas partes: en los alrededores del canal de televisión, en calles aledañas, o apiladas en los balcones y terrazas de los edificios contiguos.
Protegido dentro de la seguridad del lujoso automóvil, Jared Cavalier, bautizado por sus fans como El Emperador, y vocalista principal del grupo, observaba con atención –tal como era su costumbre– a las asistentes al programa que aguardaban en fila, a las puertas de la entrada principal, con sus pases en mano, sus posters, discos y carteles de bienvenida, detenidas por una cadena humana de policías, guardias de seguridad y guardaespaldas, que impedían que se aproximaran –y rodearan– a los integrantes de la banda, desde todos los ángulos posibles.
La multitud era predecible, ya había ocurrido algo parecido el día anterior en el aeropuerto, cuando The Boyz in the Band arribaron a La Capital. Esta vez, a la fuerza policial no le tomaría por sorpresa una muchedumbre de niñas histéricas.
En medio de todas las fans destacaba una, que llegó corriendo a zancadas que dejaban lucir sus delgadas piernas, calzadas con zapatitos saddle y medias blancas hasta la rodilla, con esa falda de uniforme azul a cuadros grises y su saco en V a juego con blusa marinera blanca. La chica mostró su pase de prensa al guardia de la puerta e ingresó como una gacela hacia dentro del edificio. Llevaba consigo una funda de ropa para armario y una bolsa de mano.
–¿Será ella? –preguntó Jared a Kaoh Leod, alias The Babyboy y segundo vocalista de la banda.
–Who knows? –respondió él, mientras se encogía de hombros y sin quitar la vista de su gameboy, que lo entretenía en lo que duraba la espera–. En lo que a mí respecta, todas se parecen.
–Su nombre es Rossana Regiés, dieciocho años, estudiante destacada y presidenta del club de periodismo del Co-le-gio Sa-gra-do Co-ra-zón, uno de los más emblemáticos de La Capital –dijo Tobby Dammer, A.K.A. The Commander, líder indiscutible de la banda. Aquella última frase fue pronunciada en un español con marcado acento anglosajón, mientras leía unas tarjetas de ayuda memoria que le habían entregado, de parte de la televisora, un día antes–. Más vale que memoricen estos datos, Boyz, no queremos hacer sentir mal a nuestra anfitriona.
–Hottie or cutie? –preguntó Jared a Toby, mientras recibía de este una copia de la tarjeta memoria con los datos de importancia para la entrevista, junto con el listado de preguntas.
–Cutie, definitivamente –respondió The Commander, sin dudarlo ni por un segundo.
–Entonces, hoy es mi día de suerte –dijo Jared–. No te preocupes por ella, bro. Me encargaré de tratarla muy bien.
–No dije que por ser cutie no me gustara, bro –Toby sonrió a El Emperador con ironía cuando le habló–. Resolvamos esto como gente civilizada.
–Oh… it’s not fare! –protestó Jared, mientras sacaba de su bolsillo una moneda de cincuenta centavos de los Estados Unidos de América, su clásica lucky coin–. ¿Cara o cruz, bro?
–Tú lo sabes –Toby siempre elegía cara, porque él era el jefe, The Commander, el macho alfa de su manada. Y su manada era The Boyz.
El Emperador echó al aire la moneda y la atrapó con su mano izquierda antes de que cayera al piso. La colocó sobre el dorso de su derecha y, antes de descubrir el resultado, dijo:
–¿Dos de tres?
–Nope –respondió Tob, tras negar con la cabeza.
Cuando Jared destapó la moneda, se reveló el perfil griego del presidente Kennedy.
–Damn it! –se quejó el Goodboy, mientras Toby Dammer se reía satisfecho y le palmeaba la espalda.
–C’est la vie, mon ami –dijo The Commander, todavía con una media sonrisa de satisfacción en los labios.
–Que te aproveche, bro –respondió Jared, visiblemente fastidiado.
–¿Saben qué? –dijo una voz al lado opuesto de la limusina, era Niko Bass, el siempre callado cuarto miembro de la banda–. Ustedes dos dan asco.
Aunque cuando hablaba, lo hacía en serio.
Toby se le quedó mirando con cara de ¿y a este qué le pasa?, mientras que Jared soltaba una risita de aquellas que empleaba para quitar importancia a los comentarios que no le convenía escuchar.
Alguien golpeó la ventanilla de la limusina, de cara a Jared. Este bajó el vidrio.
–Ya pueden entrar –dijo el guardaespaldas en jefe de la banda–. Prepárense.
Jared se desperezó con calma dentro de la limusina, mientras que el resto de miembros de la banda lo apuraban para que saliera del maldito auto, de una vez por todas.
–Después de todo –dijo el El Emperador, una vez afuera del vehículo, y mientras ingresaba junto con sus compañeros por la puerta posterior del edificio–, presiento que hoy será un gran día.
Pero, al decirlo, el leadsinger de The Boyz in the Band todavía no tenía idea de la importancia capital que aquella tarde tendría, a la hora de determinar su destino para el resto de su vida.
«Enamórate de mí, Kaoh Leod. Enamórate de mí».Se trataba del mantra que repetía Rossana Regiés para sí misma, frente al espejo de la sala de maquillaje del estudio de grabación de ShowVideo, el programa musical juvenil en el que, en tan solo unos minutos, ella tendría el honor de aparecer como entrevistadora invitada de The Boyz in the Band, las estrellas del pop más aclamadas de la nueva década.«Si no te enamoro con esta pintaza, Kaoh, no te enamoraré con nada».Contemplaba su slip dress negro por encima de la rodilla con camisa blanca de manga corta, sus medias oscuras y sus Dr. Martens recién estrenadas, que le daban ese toquecito cool a un look más bien aniñado, que era la característica principal de Rossie.«¿Y si no le gustan las flacas?», se atorment
Rossie salió de la sala de maquillaje como nueva: sus ojos brillaban y su corazón latía todavía con más fuerza que minutos antes. Había llegado la hora de la verdad. The Boyz in the Band ya no se hallaban en la sala de espera. Se escucharon gritos agudos de las fans en el estudio. Con seguridad ya se encontraban en el plató. En treinta segundos más, el turno sería de ella. La seductora voz de Erika de Sousa resonó como una campanilla que puso a la multitud en silencio, como por arte de magia. –Nuestra siguiente invitada fue elegida de entre más de trescientas aspirantes. Su inteligencia, gracia y dominio del idioma inglés le hizo acreedora al primer lugar en el concurso para convertirse en la entrevistadora estrella de esta noche. A sus dieciocho años, es presidenta del Club de Periodismo de su colegio, el Sagrado Corazón de La Capital. Esta tarde tendrá el honor de conducir la charla con la boyband más popular del momento, en vivo y en dir
–¡Mentira! ¡Mentira! ¡Mentira! ¡Mentira! –los gritos del auditorio obligaron a Rossie a carraspear, para evitar contestar lo que Jared le había preguntado unos segundos antes.–Contesta la pregunta, Rossie –esta vez fue Toby quien habló–. Y más te vale que sea verdad: ¿Quién es tu Boy favorito?Rossana bailó en el asiento. Se sentía acorralada.«Es todo. Voy a hacer el papelón de mi vida». Resignada ya a su destino, lo soltó:–Mi favorito siempre ha sido… –su pausa dramática no fue impostada, sino que, en verdad, se resistía a decir su nombre–… Kaoh Leod.Con la cabeza hacia abajo, Ro no pudo ver que el susodicho casi se cae del asiento cuando mencionó su nombre, mientras que Niko reía a carcajadas, aplaudía y le palmoteaba la espalda. Toby
La noche siguiente, y luego de haber disfrutado del espectacular concierto de The Boyz in the Band, Rossie esperó a Jared en el pasillo de los camerinos. No estaba sola, por supuesto. Annelise estaba con ella. –Tienes que ayudarme a conseguir un autógrafo de Jared, hermanita, please –rogó la hermana mayor a la menor, quizás por primera vez en su vida. Rossana tenía que disimular, de alguna manera, su cercanía con el Goodboy. –A estas alturas –le dijo–, tal vez ni se acuerde de mí. Pero lo intentaré. No pasó ni un par de segundos para que The Boyz ingresaran, corriendo, en dirección a los vestidores, con Jared a la cabeza, protegido por cuatro guardaespaldas que impedían que las fans se le vinieran encima. Llovían, eso sí, los flashes de las cámaras fotográficas y los alaridos de emoción al ver en vivo, en directo y a menos de un metro de distancia a El Emperador. Annelise se habría desmayado a
Jared hizo una señal a Rossie para que se aproximara hacia él. Ella, que estaba como a unos cinco metros de distancia, corrió en dirección hacia el chico. Y este, ni corto ni perezoso, la tomó del brazo y la jaló hacia dentro del camerino. Cerró la puerta de inmediato y la aseguró. –¡Vaya! –Jared abrazó a Rossie y la zarandeó con ternura–. Me alegro de que hayas venido. –Pero si yo estaba en el pasillo cuando bajaste del escenario –le dijo Rossie con la voz un poco quebrada. No supo si por la emoción o por el llanto de hacía unos minutos–. Te saludé y tú ni siquiera me regresaste a ver. Jared, que la tenía en sus brazos, la miraba desde la altura de su metro con ochenta y ocho centímetros, sonriente. –The Boyz tenemos algunas reglas que cumplir, pequeña –le dijo, y la besó en la frente–. No confraternizar con las fans es una de ellas. «Pero estás confraternizando conmigo justo ahora, Jared», es lo que pensó Rossie, pero no dijo.
Rossana había elegido su outfit con anticipación, porque asistir al after party del concierto de The Boyz in the Band no podía tener nada de improvisado. Seleccionó una falda oscura de tul a cuatro capas, justo por encima de la rodilla; un body de terciopelo concha de vino, gargantilla con dije de chupón y aretitos a juego. Remató su look con unos botines burdeos de tacón grueso y medias negras de encaje hasta los tobillos. Había comprado la lencería a escondidas de su padre: cheeky panties de encaje y un brasier a juego cuyas transparencias dejaban a la imaginación solo aquellas partes que lo ameritaban por fuerza. «Vestida así, nada puede salir mal», pensó Rossana, mientras abría el enorme ventanal de su habitación que daba hacia el patio y atravesaba la improvisada salida con el mínimo ruido que se puede llevar a cabo un viernes a las nueve de la noche en un barrio residencial de La Capital, q
Rossie no había cenado y el Hotel Marriot era famoso por sus bocadillos gourmet. Ella no perdería la oportunidad de hincarles el diente. Ya frente al mesón y tentada a elegir de entre una gran variedad de canapés, se dispuso a tomar uno de champiñones, de esos que el padre de Mae, gerente de eventos del Marriot, acostumbraba ordenar al chef del hotel cada vez que se le antojaba y para cualquier evento. –¡Están bajando!, ¡están bajando! –gritó una voz femenina, y el resto de la gente se acercó hacia las escaleras de la sala VIP, que se encontraban justo al lado opuesto del buffet. Rossana tenía, por lo tanto, una vista privilegiada de lo que ocurriría a continuación, pero prefirió no mirar. Se le caía la cara de la timidez. Si hubiese podido esconderse bajo la mesa y tapar su cuerpo con el mantel, lo habría hecho, sin duda. Pero mejor optó por disimular su deseo de no ser vista por ninguno de los miembros de la banda. Dio las espaldas al espectáculo, p
Aquella noche, Jared y Rossie hablaron de todo lo que se les pasó por la cabeza. Ella le contó sobre su sueño de ser periodista y trabajar para la televisión. El Emperador le recordó lo bien que fotografiaba en cámaras y las reales posibilidades de alcanzar su sueño. Él le habló de sus planes a futuro, de su deseo de establecer una familia y tener hijos, a pesar de que nunca había considerado con seriedad contraer matrimonio. –Cuando todo esto se acabe –le dijo–, me gustaría contar con una chica que me siga queriendo, aunque la fama se desvanezca. Rossie opinó que aquel era un anhelo legítimo, y que ojalá se realizara tal y como él lo había proyectado. Y, por un par de segundos, deseó formar parte de aquel sueño. Luego, se le pasó. Se necesitaba mantener los pies sobre la tierra, aún cuando se encontraba caminando entre nubes en aquel preciso momento. –Estoy demasiad